Como había imaginado, Harriet se lo explicó todo con detalle, pero al final, hasta su madre se dio cuenta de que Bram y Melissa no habían vuelto de la cocina.
– ¿Qué estarán haciendo? Espero que no se hayan puesto a lavar los platos.
Sophie se levantó.
– Voy a ver si necesitan que les eche una mano.
En la cocina no había nadie, pero oyó voces en la despensa. Sin pensar, Sophie fue hacia allí… y se detuvo de golpe al ver que Bram estaba abrazando a su hermana.
Estaban de espaldas y ninguno de los dos se percató de su presencia.
– No es demasiado tarde -decía Bram-, Dile que has cambiado de opinión.
– No puedo hacer eso…
– Si quieres, puedes hacerlo. Nunca es demasiado tarde para admitir que has cometido un error.
Sophie se volvió porque no quería oír nada más, y los llamó desde la puerta de la cocina, como si acabase de llegar. Se le estaba partiendo el corazón, pero no podía hacer otra cosa.
– ¿Qué pasa con ese café?
Bram apareció enseguida. Y si no hubiera escuchado la conversación habría pensado que parecía… aliviado.
– Ya está hecho. Estábamos metiéndolo todo en el lavavajillas.
– Siento que hayamos tardado tanto -se disculpó Melissa. Era evidente que había estado llorando pero, como siempre, eso la hacía aún más guapa. Cuando ella lloraba, se le hinchaban los ojos y se ponía horrible.
Evitando la mirada de Bram, Sophie tomó la cafetera y volvió al salón.
– Esta noche te quedas a dormir aquí -le recordó Harriet-. Ya sabes que la novia no debe ver al novio antes de la boda.
De modo que Sophie tuvo que despedirse de Bram delante de todo el mundo. Él pareció vacilar un momento y luego le dio un rápido beso en los labios.
– No llegues tarde a la iglesia -fue lo único que dijo.
Le resultó extraño estar de vuelta en su antigua habitación, con el vestido de novia colgando en la puerta. Y no pudo dormir. Pensaba en el acuerdo al que habían llegado… Su matrimonio sería el de dos amigos, y los dos aceptaban que nunca podrían tener lo que querían de verdad.
¿Qué había de malo en eso?
El problema era que ella había cambiado. El problema era que ella amaba a Bram… pero Bram seguía enamorado de su hermana.
Sophie estuvo dando vueltas en la cama durante toda la noche. ¿Qué debía hacer? Por la conversación que había escuchado, Melissa parecía estar diciendo que iba a separarse de Nick. Si existía alguna posibilidad de que su hermana fuera feliz… ¿podía ella ponerse en su camino?
Por la mañana, Sophie estaba pálida y tenía ojeras. Consiguió ponerse el vestido, pero el brillo de la seda color marfil le daba un aspecto aún más apagado y, cuando se miró al espejo, el hermoso reflejo de su hermana hacía que el contraste fuese horriblemente cruel.
Melissa parecía muy tranquila y la ayudó a vestirse y a peinarse con todo cariño. Sophie se quedó sorprendida. No podía estar tan cariñosa si iba a casarse con el hombre del que ella estaba enamorada…
Entonces pensó en el esfuerzo que ella misma había hecho el día que Melissa se casó. Quizá su hermana estaba pasando por lo mismo.
– ¿Tú crees que hago bien, Mel?
– ¿Casándote con Bram? Claro que sí. Sois tan buenos amigos y os conocéis tan bien… ¿Cómo no vas a hacer bien?
– Pero la amistad no es suficiente.
– Yo creo que importa mucho más de lo que tú crees, Sophie -suspiró su hermana-. Tú conoces bien a Bram, sabes cómo es… es imposible que te desengañe, que te lleves una desilusión. Además, Bram es un hombre maravilloso. Realmente maravilloso.
Sophie creyó detectar una nota de dolor en la voz de su hermana. Estaba haciendo un esfuerzo, sí. Como lo hizo ella el día de su boda. Era increíble que aquello volviera a pasar, pero estaba pasando. Por una jugarreta del destino, Melissa iba a dejar a Nick porque estaba enamorada de Bram. Y Bram estaba enamorado de ella.
Pero ninguno de los dos se atrevía a decírselo porque sabían lo que había sufrido por la deserción de Nick.
Melissa salió de la habitación para ir a buscar su bolsa de cosméticos, y Sophie se miró en el espejo, pensativa. Aquello era una farsa, una ridicula farsa. ¿Cómo iba a casarse con un hombre que estaba enamorado de su hermana? No podía hacerle eso a Bram y no podía hacérselo a sí misma.
Y si quería hablar con él antes de la boda, tendría que hacerlo de inmediato.
Sophie se levantó y corrió escaleras abajo con los pies descalzos. Podía oír a Melissa hablando con su madre en la cocina, pero no había nadie alrededor para hacerle preguntas, de modo que se puso lo primero que encontró a mano… unas botas de agua, y buscó las llaves del coche de su padre.
– ¿Qué pasa, cariño? -preguntó Joe Beckwith con el periódico en la mano.
– Papa, ¿dónde tienes las llaves del coche?
– Ahí están, en la mesa. ¿Dónde vas?
– Tengo que ver a Bram -contestó Sophie-¿Puedo llevarme tu coche?
– Sí, claro -Joe no se molestó en discutir-. No, espera. Te llevaré yo mismo. No quiero que conduzcas en ese estado.
– Gracias, papá. ¿Podemos irnos ahora mismo?
– Cuando tú me digas.
Diez minutos después estaban en Haw Gilí. Joe se volvió hacia su hija, preocupado.
– ¿Quieres que te espere aquí?
– No, será mejor que vuelvas a casa para tranquilizar a mamá. Ahora mismo la pobre debe de estar de los nervios. Dile que no se preocupe, que todo va bien. Es que… tengo que hacer algo antes de casarme. Y gracias, papá…
– De nada, cariño.
Sophie corrió por la nieve para entrar en casa, y cuando abrió la puerta, Bram se volvió, atónito.
– ¡Sophie! ¿Qué haces aquí?
– He venido a hablar contigo.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Tengo… tengo que estar segura de esto. Quiero saber si has cambiado de opinión.
– ¿Por qué iba a cambiar de opinión? -peguntó él.
– Por Melissa.
– ¿Por Melissa? ¿Qué te ha dicho tu hermana?
– No me ha dicho nada. No tenía que hacerlo, anoche os vi… en la despensa.
Bram abrió la boca para decir algo, pero luego pareció pensárselo mejor.
– ¿Qué es lo que viste, Sophie?
– Os vi abrazados y te oí decirle a mi hermana que no era tarde para tomar una decisión si había cometido un error. Y yo quiero que seas feliz, Bram.
– ¿Lo dices de verdad, Sophie?
– Sí -contestó ella, intentando controlar las lágrimas-. No quiero casarme contigo si no vas a ser feliz.
– ¿Mi felicidad te importa tanto?
– Tu felicidad me importa tanto como la mía, Bram. Y quiero que seas sincero conmigo.
Él pareció pensárselo un momento.
– Muy bien, entonces lo seré. Sólo hay una cosa que me haría feliz en la vida, Sophie -dijo por fin-. Casarme contigo.
– ¿Qué?
– Tú eres todo lo que quiero en la vida. Pero necesito que tú me quieras como yo a ti.
– ¿Me quieres? -murmuró ella.
– Me temo que sí -sonrió Bram-. Pensé que te quería como amiga, pero… no es verdad. Te amo. Sophie. Y ser tu amigo no es suficiente para mí.
Sophie tuvo que apoyarse en la mesa porque le temblaban las piernas.
– Yo quiero lo mismo, Bram. Yo también te quiero.
– ¿De verdad? ¿De verdad me quieres? -preguntó él, apretando su mano.
– Oh, Bram… estaba tan confusa. Pensé que querías estar con Melissa y… Pero yo te quiero. Te quiero de verdad. Pensaba decírtelo la otra noche, pero tú me habías hecho la cama en la habitación de tu madre… y no me atreví. Y luego te vi con mi hermana y pensé que le estabas diciendo que dejase a Nick para irse contigo.
Bram la abrazó.
– Melissa no quiere dejar a Nick, cariño.