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Gil se dirigió a los puestos a buscar a Perry Jane bostezó y cerró los ojos imaginando los días románticos y maravillosos que estaban por llegar.

– Perdone…

Jane abrió los ojos y se encontró con un hombre delgado de mediana edad y expresión angustiada.

– Me llamo David Shaw -dijo él-. Me ha gustado mucho su espectáculo, es uno de los mejores que he visto.

– Gracias. Se lo diré al señor Wakeman.

– ¿Es… muy caro?

– No. En el negocio de los fuegos artificiales, es un precio medio. ¿Quería una exhibición grande?

– Oh, no, nada de eso. Se trata del cumpleaños de mi hija, cumple diez años. Iba a venir un payaso, pero nos ha dejado en el último momento y la cría está muy desilusionada. Sin embargo, le encantan los fuegos artificiales y he pensado que quizás…

Sonriendo, Jane agarró la tarifa de los precios de Gil y se la enseñó al hombre. El rostro de él se iluminó,

– Esto sí que puedo permitírmelo -dijo él, señalando los más baratos-. Es estupendo.

Gil apareció con Perry en ese momento. El señor volvió a felicitarle y Jane le explicó lo que quería. Gil le explicó cómo eran los más baratos y el señor Shaw asintió encantado.

– Es justo lo que quería -declaró el hombre-. El único problema es que es mañana por la noche y no sé si ustedes podrán… Significa mucho para mi hija.

– Claro que podemos -le aseguró Gil-. Estamos libres hasta el sábado. ¿Dónde es?

El señor Shaw le dio su dirección.

– Es una granja a unos treinta kilómetros de aquí -al momento, le dibujó un mapa-. Pueden ir esta noche y aparcar junto a la casa. Iría con ustedes a enseñarles el camino, pero tengo que quedarme para ver a una persona.

El señor Shaw alzó la cabeza cuando le cayeron unas gotas de agua.

– Será mejor que se marchen pronto, parece que va a haber tormenta.

Cuando el hombre les dejó, Gil lanzó un grito de júbilo.

– Más trabajo. ¿No te parece maravilloso?

– Estupendo -dijo Jane mientras su visión de unos días perfectos en la playa se desvanecía.

– No pareces muy convencida.

– Claro que estoy contenta por ti, es sólo que tenía ganas de estar en la playa.

– Ya tendremos tiempo después. ¿Sabes qué es lo mejor de todo?

– No, dime qué es lo mejor de todo -contestó ella, tratando de parecer animada.

– El dinero. Aún debo dinero a mis proveedores y tengo que enviarles casi todo lo que he ganado esta noche; el resto, para gasolina. Pero con este trabajito extra, puedo pagarte parte del préstamo. ¿No es maravilloso?

– La verdad es que no me preocupa -declaró ella con una sonrisa plástica.

Por dentro, estaba diciendo: «¡Al demonio con el dinero! Dime que es una pena no poder estar a solas conmigo. Pero no te importa, ¿verdad?»

– Eres un encanto -dijo Gil-. Pero estaba preocupado por el dinero que te debo.

– Gil -dijo ella con una nota de desesperación-; en la vida, hay cosas más importantes que el dinero.

– ¡Eso lo dice la directora de una sucursal bancaria! -Jane se lo quedó mirando, se le había olvidado que era la directora de una sucursal bancaria.

– Lo que quiero decir es que… estaba tratando de decirte que… tenía ganas de que pasáramos unos días… juntos.

– Y yo. Y seguiremos teniendo esos días, menos uno.

– Sí, a menos que aparezca otro cliente -dijo ella enfadada.

– Cuantos más clientes, antes te devolveré el préstamo. Consigo mi trabajo así, cuando la gente ve lo que hago y me contrata en el sitio. Creí que lo habías entendido.

– Sí, claro que lo entiendo. Estoy empezando a entender muchas cosas.

– ¿Qué quieres decir?

– Nada, olvídalo.

– ¿Cómo voy a olvidar un comentario así, que no entiendo?

– No es nada -dijo ella con más calma-. Ha sido un día de mucho trabajo y los dos estamos cansados. Venga, vámonos ya. Cuanto antes lleguemos, antes comeremos algo.

– Es que no te comprendo.

– No, no me comprendes, ¿verdad? -dijo Jane, volviendo a irritarse.

– No. ¿Qué es lo que te pasa?

– Nada.

– ¿Qué he hecho?

– No has hecho nada -respondió ella con toda honestidad.

– Entonces, ¿por qué estás enfadada conmigo?

– Gil, ¿vamos a marcharnos o vamos a quedarnos aquí toda la noche discutiendo?

– Estoy dispuesto a quedarme aquí toda la noche discutiendo si hace falta.

– ¿Y lo del seguro del ayuntamiento?

– ¡Al demonio con el seguro del ayuntamiento! ¿Qué es lo que te he hecho?

– Oiga, ¿se van a marchar pronto? -un hombre se les acercó agitando unos papeles- Todos tienen que marcharse antes de la media noche.

– Sí, ahora mismo nos vamos -dijo Gil.

A continuación, lanzó una furibunda mirada a Jane y se metió en el coche. Unos minutos más tarde, estaban de camino.

– ¿Tienes el mapa que ha dibujado el señor Shaw? -preguntó Gil.

Jane miró el papel.

– Sí, pero sólo puedo ver lo que pone cuando pasamos por una farola.

– Pues lo siento -dijo él en tono irritado.

– No lo sientas.

– No es culpa mía que haya tanta distancia entre las farolas.

– Yo no he dicho que lo sea. Lo que estoy diciendo es que tengo problemas para ver lo que pone.

– Puedes decirme qué hago ahora, ¿por favor? ¿Para dónde giro?

– Si ésa es la calle Clayborn, tuerce a la izquierda.

– ¿Y sino es la calle Clayborn?

– No lo sé -respondió Jane, enfadada.

– Bueno, pues ya no me queda más remedio que tirar a la izquierda, así que esperemos que sea esa calle.

La situación fue deteriorándose rápidamente. Desde fuera, podía parecer que estaban discutiendo por una tontería, pero Jane sabía que tenía motivos para protestar. Estaba cansada, desilusionada, tenía hambre y todos los motivos del mundo para estar enfadada. También era claro que Gil se encontraba de un humor de perros.

– No sabia que podías comportarte así.

El no perdió el tiempo en preguntarle qué quería decir.

– Todo el mundo se comporta así -dijo Gil en tono razonable-. Todo el mundo lo hace de vez en cuando. Lo que pasa es que no nos habíamos encontrado en una situación semejante todavía. Pero ahora ya he visto este lado tuyo y tú el mío.

– ¿Que has visto este lado mío? Soy la razón personificada.

– ¡Ja, ja!

– ¡Nada de ja, ja! -exclamó ella encendida.

– ¿Dónde giro ahora?

– Y yo que sé.

– Está bien, sigo adelante.

– Lo siento.

– Podía haber sido el cruce que teníamos que tomar.

– He dicho que lo siento -le espetó ella.

La lluvia se había convertido casi en diluvio. Gil se esforzó por ver algo de la carretera mientras Jane intentaba leer el mapa.

– Deberíamos encontrarnos pronto con un cruce, en Corydale -dijo Gil-. A menos, por supuesto, que lo hayamos pasado.

– Ahí delante hay una señal, no vayas de prisa.

– No voy de prisa. ¿Cómo voy a ir de prisa con esta lluvia?

– No he dicho que fueras de prisa-respondió Jane con la paciencia de un santo-, lo único que digo es que no pases la señal de prisa para que podamos verla. Ya casi hemos llegado a la señal.

Gil se paró.

– ¿Puedes verla bien así? -preguntó apretando los dientes.

– Muy bien, muchas gracias -respondió ella secamente pero la lluvia oscureció las letras y Jane tuvo que salir del coche para poder leer la señal. Cuando volvió a subirse, estaba empapada.

– Hay que torcer a la derecha para ir a Corydale. Lo ves, no habíamos pasado el cruce.

– ¡Una chica muy lista! -dijo Gil desacertadamente.

– Como sigas así te juro que me salgo del coche y me vuelvo a Wellhampton.

– ¡Por el amor de Dios! ¿Es que no tienes sentido del humor?

– Este viaje me está desgastando la salud.