Выбрать главу

– Gracias -respondió Gil, conteniéndose para no darle una mala contestación.

– Enviaré a alguien para que… ¡Aaaah! -la señora Delford se quedó aterrorizada cuando, por la ventana de la caravana, vio a Perry que miraba con curiosidad-. ¿Qué es eso?

– Es un perro y es mío -contestó Gil.

– No tenía derecho a traerle aquí.

– Es completamente inofensivo -dijo Jane, indignada.

– Yo soy criadora de perros basset, un tipo especial de perro de caza.

– Perry es un basset -anunció Gil.

– Puede, pero hay bassets y bassets, los míos son de pedigrí.

– ¿Y cómo sabe que Perry no tiene pedigrí? -preguntó Jane, cada vez más irritada.

La señora Delford sonrió con desdén.

– No creo que su situación se lo permita, ¿no le parece? No deben permitir que ese animal se acerque a mis perros, ¿está claro?

– Perfectamente claro -contestó Gil fríamente-. Yo también prefiero que mi perro no se ponga en contacto con quienes no debe.

– Enviaré a alguien ahora.

La mujer se volvió dispuesta para marcharse; en el último momento, se detuvo y se volvió.

– Casi se me olvidaba. Ayer llamó una joven preguntando por usted y dijo que, cuando llegara, que la llamase enseguida. No debería haber dado a nadie este número de teléfono.

– No lo hice -respondió Gil-. Le había dejado una lista con mis compromisos y ella debió localizar el número.

– Entonces, sabe quién es, ¿no? Estupendo, porque no me acuerdo de su nombre. Puede utilizar el teléfono de la cocina.

Y la señora Delford se marchó.

– ¿Por qué no nos vamos ahora mismo? -preguntó Jane apenas conteniendo la ira.

– Porque he dado mi palabra de que estaría aquí-dijo Gil-, y no rompo mi palabra. Una directora de un banco debería apreciarlo.

– No me siento como una banquera, sino como una campesina -dijo Jane, enfadada.

– Eso es porque tienes pinta de campesina -le dijo Gil con una traviesa sonrisa.

Jane se miró la ropa y se dio cuenta de que Gil tenía razón. Llevaba unos pantalones cortos, una camiseta y sandalias. El cabello revuelto y la piel bronceada.

– Es curioso cómo la gente te juzga por la ropa -dijo Gil-. Si te vistes como un vagabundo, te tratarán como a un vagabundo. Pero si te vistes con corbata y traje, la cosa cambia.

Ella se lo quedó mirando.

– ¿Con corbata y traje tú? -preguntó ella riendo.

Gil lanzó una nerviosa carcajada.

– Nunca se sabe…

Gil desapareció en el interior de la caravana, dejando a Jane reflexiva e intranquila.

Cuando volvió a salir, Jane había desenganchado el coche de la caravana y también había metido las garrafas de agua.

– Bueno, vamos a por el agua.

– No es necesario que vayamos los dos -le dijo Gil rápidamente-. ¿Por qué no empiezas a preparar la cena?

– ¿Sin agua? Iré contigo y traeré el agua mientras tú llamas por teléfono.

Por fin encontraron la cocina. Jane llenó las garrafas y regresó sola a la caravana. Al cabo de unos minutos, el jardinero apareció y llevó a Jane a ver la zona que se les había designado para lanzar los fuegos. Ella le dijo que estaba bien y, rápidamente, volvió a la caravana para recoger a Gil y llevarle a que viera el lugar.

Pero Gil aún no había llegado. Al parecer, la llamada le estaba llevando bastante tiempo. Regresó a los veinte minutos y Jane notó una expresión sombría en su rostro.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella con cierta angustia.

– Nada -respondió él al momento-. Ha sido un malentendido, pero lo he solucionado. A propósito, al volver me he cruzado con el jardinero y me ha dicho que te había enseñado el sitio para los fuegos.

– Sí, está ahí cerca. ¿Qué clase de malentendido?

– Ya te he dicho que lo he solucionado -respondió Gil con cierto mal humor.

– Está bien, no tienes por qué enfadarte conmigo. Pero si tienes problemas, me gustaría compartirlos contigo.

Gil le puso un brazo sobre los hombros y la abrazó.

– Perdona. Ya sabes cómo me pongo antes de unos fuegos. Vamos, enséñame dónde van a ser.

Declaró que el sitio era excelente y la alabó por haber juzgado tan bien el lugar. En otro momento, Jane se habría mostrado encantada, pero tenía la sensación de que Gil quería distraerla para que no pensase en la llamada. Pero pronto, Jane decidió que era una tontería preocuparse por algo que no debía tener importancia.

Cuando regresaron a la caravana, una joven muy bonita les esperaba coqueteando con Perry por la ventana.

– Soy Patricia -dijo la joven sonriendo.

A los dos les gustó al momento. Su expresión era abierta y franca, en contraste con la de su madre.

– He venido para invitarles a cenar -dijo Patricia-. Mamá se ha quedado muy preocupada al darse cuenta de que se le había olvidado invitarles.

– ¿Y Perry? -preguntó Gil, indicando la cabeza del perro que se veía por la ventana.

– No, me temo que Perry tendrá que quedarse aquí.

– En ese caso, creo que nos quedaremos con él -dijo Gil, para alivio de Jane-. Verá, los tres formamos un equipo y no nos separamos. Además, mi socia y yo tenemos que hacer planes para mañana. Pero, por favor, de las gracias a su madre por la invitación.

Patricia se despidió de ellos y volvió a la casa. Sin embargo, media hora después, volvió a la caravana.

– Es Champers -dijo Patricia con dos botellas de champán en la mano-. Son de la fiesta. No le digan nada a mi madre.

Y desapareció antes de que pudieran darle las gracias.

Jane y Gil pasaron el resto de la tarde haciendo planes para el día siguiente y se acostaron pronto. A Jane le pareció notar algo diferente en la forma como Gil le hizo el amor aquella noche. Se mostró tan tierno y apasionado como siempre, pero un sexto sentido le dijo que estaba preocupado y pensando en otras cosas.

Más tarde, cuando estaban tumbados abrazados, Gil dijo:

– Me quieres, ¿verdad?

– Sí -respondió ella.

– ¿Y confías en mí?

– Claro que confío en ti -contestó Jane instantáneamente.

Pero pronto se dio cuenta de que había contestado demasiado a prisa. Al cabo de una hora, se despertó inquieta. Se levantó de la cama sigilosamente y salió de la caravana.

Hacía una noche maravillosa y Jane se paseó por los jardines disfrutando la plateada belleza que les confería la luna. Por fin, dobló una esquina y se encontró, inesperadamente, delante de una pequeña construcción; en su interior, había luz. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó:

– ¿Quién anda ahí?

Jane se quedó helada al reconocer la voz de la señora Delford; pero antes de darle tiempo a desaparecer en la oscuridad, la mujer salió a la puerta y la vio.

– ¿No está ese perro con usted? -preguntó la señora Delford al instante.

– No. Sólo había salido un momento a tomar el aire.

– En ese caso, entre. Estoy tomando una taza de té.

Jane entró y se encontró en lo que parecía una perrera extraordinariamente lujosa. Sólo había un perro, una hermosa basset de ojos cristalinos que, inmediatamente, trató de llamar la atención de Jane.

– Entre -dijo la señora Delford al tiempo que abría la puerta de la perrera.

Era evidente que la señora Delford estaba sentada ahí dentro con la perra.

– La tengo apartada -explicó la mujer-. Iban a cubrirla hoy, pero ha habido un retraso y no será hasta mañana. Va a ser un día muy ajetreado, pero no se puede hacer nada.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Jane, acariciando las orejas del animal.

– Lady Tillingforth de Westrock -respondió la señora Delford-. Pero, para mi, es Tilly.

La mujer tomó un termo sacó dos vasos y sirvió té para las dos, Jane se sentó en el suelo y, rápidamente, Tilly buscó su atención. La señora Delford sonrió.

– No suelen gustarle los desconocidos -dijo la mujer-. Es muy joven, sólo tiene un año. Esta va a ser la primera vez.