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Jane se echó a reír.

– Perry no es una bestia salvaje, sino un perro de caza, un basset, con pedigrí y, además, de muy buen carácter.

– ¡Sí, ya, pedigrí!

– Es verdad, pedigrí. Su nombre completo es Prince Pendes Heyroth Talleyrand de Moxworth, IV.

Kenneth lanzó un gruñido.

– ¿Y qué hace un tipo como Gil Wakeman con un perro de pedigrí? Lo más seguro es que lo haya robado.

– No lo ha robado, Gil tiene los papeles del perro.

– ¿Y a nombre de quién está la propiedad del perro?

– No lo sé, supongo que a su nombre.

– ¿Has visto los papeles?

– No los he mirado…

– ¿Lo ves?

– Adiós, Kenneth -dijo Jane con firmeza y colgó. Cuando regresó a la caravana encontró a Gil preparando la cena.

– ¿Está todo bien? Has estado mucho tiempo fuera.

– Sí, todo bien. He tenido que llamar a Kenneth y aguantar sus advertencias contra ti.

Gil sonrió maliciosamente.

– ¿Qué ha dicho?

– Cree que acabas de salir de la cárcel y que Perry es robado.

Gil estalló en carcajadas y casi se le cayó la sartén.

– ¿Y lo crees?

– Por supuesto que no -respondió Jane inmediatamente, aunque reconsideró sus palabras-. Supongo que puedes haberte escapado de la cárcel.

Gil sacudió la cabeza.

– Eso es una tontería.

– Cierto, pero es verdad que eres muy misterioso. Jamás hablas de tu familia ni de nada de esas cosas.

Gil la besó.

– Sabes sobre mí lo que realmente importa.

– Sí, lo sé.

Pero sus palabras carecieron de convicción.

Al día siguiente, ocurrió algo que a Jane le hizo volver a pensar en lo poco que sabía realmente a cerca de Gil. Mientras buscaba un destornillador en un cajón, se encontró con un cuaderno en el que Gil anotaba los detalles de sus transacciones financieras, incluyendo el préstamo que ella le había dado. Sin ninguna intención en particular, Jane pasó las hojas, fijándose en la claridad y profesionalidad de las anotaciones, que no concordaba con el carácter despreocupado de Gil.

Estaba a punto de dejar el cuaderno cuando descubrió algo que llamó su atención. Hacía un año, Gil había tomado otro préstamo por tres mil libras; lo había devuelto ya, aunque los pagos no habían sido realizados a intervalos regulares. La cifra final incluía el pago de un interés por el dinero que la hizo silbar.

El silbido atrajo la atención de Gil, que entró en la caravana.

– No era mi intención cotillear, pero supongo que eso era lo que estaba haciendo -dijo Jane, incómoda.

– No tiene importancia. ¿Qué te parece?

– Me parece que el que te prestó dinero te robó descaradamente. ¿Cómo pudiste ser tan inocente para ir a pedirle dinero a él?

– Es el único que se dignó a hacerme caso.

– Es un ladrón -dijo Jane directamente.

Gil rió al ver su expresión indignada.

– En realidad, es un respetable agente de bolsa, y muy conocido en los medios financieros.

– Has escrito Dane arriba, en la hoja. He oído hablar de una compañía de agentes de bolsa que se llama Dane & Son.

– Es el hijo.

Ella se lo quedó mirando.

– ¿Tú conoces aun agente de bolsa? ¿Eres amigo suyo? Gil vaciló unos momentos.

– Lo conozco. Amigos es una palabra algo fuerte. No me gusta ese hombre.

– No me extraña. Es un ladrón -repitió Jane obstinadamente.

– No es un ladrón, es un hombre que en todo ve una oportunidad de ganar dinero.

– ¿Y no se conforma con la bolsa? Al margen, presta dinero a un interés vergonzoso.

– Bueno, la verdad es que yo soy la única persona a la que ha prestado dinero, y él ni siquiera quería hacerlo por mí, me costó mucho convencerlo. Yo no le gusto, no nos ponemos de acuerdo en lo que es importante y lo que no lo es. Es un depredador. Se crió en la jungla financiera, y me temo que eso tiene sus desventajas en lo que respecta al carácter. En fin, ahora ya me he librado de él.

– Eso espero. ¿Cómo es que le conociste?

– Ibamos al mismo colegio -respondió Gil brevemente.

Jane se sintió como si acabaran de darle una clave más que enfatizaba las contradicciones de Gil. Sarah decía que tenía un gusto muy sofisticado. Al parecer, sus padres habían tenido dinero suficiente para enviarle a un colegio caro, pero debían haber sufrido un revés económico posteriormente. Eso explicaría muchas cosas. Jane miró a su alrededor con intención de hacerle más preguntas, pero Gil se había ido ya a trabajar.

La función ahora era más elaborada. Gil le había prometido que el espectáculo que iban a dar esa noche causaría sensación. No le había dicho cómo iba a ser, y Jane no podía imaginar cómo seria.

Con el nuevo espectáculo había trabajo doble y, una vez que empezó a trabajar, Jane no pudo parar ni un momento. Ahora no dudaba de que la decisión de Gil de invertir dinero en mejor material en vez de en un ordenador había sido la adecuada, pero correr de un lado para otro la dejó sin respiración.

Por fin, llegó el momento.

– Vete ahí delante y dime cómo se ven.

– ¿No necesitas que te ayude con esto?

– Es más importante que lo veas.

Jane se colocó delante justo en el momento en que Gil lanzó su figura principal. Al principio, la gente no sabia lo que era; luego, cuando se hizo claro, todos comenzaron a gritar y a aplaudir. Jane se quedó con la boca abierta.

Era la figura de una mujer tumbada y desnuda. Era una figura encantadora que despertó la ira de Jane al darse cuenta de que era como un dibujo que le había hecho Gil una mañana cuando ella estaba dormida.

– Deberían pegarte un tiro, Gil Wakeman -le dijo tan pronto como estuvieron a solas.

– ¿Por pagarte un tributo? -preguntó él con inocencia.

– ¡Ya, menudo tributo!

– Eso es lo que ha sido. Estabas tan bonita dormida… quería que el mundo entero viera lo hermosa que eres.

Jane intentó seguir enfadada, pero no pudo resistir el brillo de los ojos de Gil.

– ¿Por qué no puedo enfadarme contigo? -preguntó ella dándose por vencida.

– Porque me adoras -bromeó él.

– ¿Ah, sí? Estás muy seguro de ti mismo, ¿no?

– No me queda más remedio, ¿no te parece? -Gil le rodeó la cintura con un brazo.

Ella se abrazó a él, pero en ese momento alguien llamó su atención.

– ¿Hay alguien ahí?

Volvieron la cabeza y encontraron a un hombre de mediana edad en la puerta de la caravana.

– Joe Stebbins -dijo mientras ofrecía a Gil su tarjeta. La tarjeta le identificaba como organizador de espectáculos.

– Han sido unos fuegos artificiales francamente buenos -declaró el hombre-. Estoy montando unos espectáculos a los que no les vendría mal algo así. Nunca he presentado fuegos artificiales, pero me parece el broche final perfecto para un espectáculo.

– ¿Quiere decir que tiene trabajo para mí? -preguntó Gil, encantado.

– Sí, y a montones. Tiene usted talento, me ha gustado mucho el último lanzamiento, el de la mujer. Realmente original. Escuche, necesito volver a verlo antes de hacer un contrato, y ahora voy a estar dos semanas fuera. Escríbame a esta dirección y dígame dónde va a estar. Si la próxima función que vea suya es tan buena como la de hoy, haremos grandes negocios. Y pago bien; pregunte por ahí si quiere, cualquier se lo podrá decir. Buenas noches.

El hombre desapareció dejándoles con los ojos fijos en la tarjeta.

– ¡Lo he conseguido! -gritó Gil-. La oportunidad que estaba esperando. Si consigo un contrato, lo habré conseguido. Y luego…

Gil miró a Jane como si tratara de decidir si decirle algo o no.

– ¿Y luego?

– Y luego… ocurrirán muchas cosas. Haremos que ocurran. Vamos a crear la mejor función hasta ahora, y la vamos a preparar juntos.