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– Encantado, Peter. Por favor, dígale al chef que estaremos encantados de oírlas.

– Muy bien -replicó Peter, alejándose.

– ¿Champán? -le preguntó Alex al ver que se acercaba el camarero.

– Por supuesto, es nuestra noche de bodas -contestó ella con una gran sonrisa.

No podía evitarlo. Aún era sábado, y la mirada de Alex le prometía una noche de pasión.

El camarero se alejó, yAlex le acarició una mano.

– Entonces, ¿quieres hablar de esto o prefieres que simplemente ocurra y no analizarlo?

– ¿Hablas del champán? -preguntó ella con cara de inocente.

– No. Pero como veo que cambias de tema, me imagino que no quieres hablar de ello.

– Aún no sé a qué te refieres.

– Yo creo que sí -repuso él con seriedad. Peter los interrumpió en ese instante.

– Señores Garrison, les presentó al chef Olivier.

– Encantado -contestó Alex, levantándose. La brisa era cada más fuerte.

– ¿Tiene frío? ¿Quiere que cierre las ventanas? -le preguntó Peter a Emma.

– No, por favor.

Le encantaba ver, oír y sentir la tormenta tropical. Había algo excitante y salvaje en ella. Le recordaba a la tormenta que estaba formándose en su interior.

Capítulo 11

– Déjame decirlo -insistió Alex, incorporándose en su enorme cama con dosel.

– No, por favor -respondió Emma.

– Pero es verdad.

Hacía horas que se había dado cuenta de que estaba enamorado de su mujer. De una forma apasionada y loca.

Ella le colocó un dedo sobre los labios.

– Lo prometiste.

– Seguro que puedo hacer que tú también lo digas -repuso él, besándole el dedo.

Ella negó con la cabeza, pero Alex sabía que podía conseguirlo. Una caricia, un beso y un mordisco en los lugares apropiados y podía conseguir todos los secretos de Emma.

Le acarició el muslo.

– No hagas eso -le dijo Emma.

– Entonces, dilo.

– Así no vale.

– Todo vale en la guerra y en el…

– ¡Alex! -lo interrumpió ella.

– Sólo estoy bromeando -le dijo él, besándole la punta de la nariz.

– Pues no me gusta -repuso ella sin poder reprimir una sonrisa.

El teléfono sonó en la mesita de noche.

– ¿Qué hora es? -gruñó ella, cubriéndose los oídos.

– Cerca de la una -repuso él-. ¿Diga?

– ¿Dónde demonios estabas? -le gritó Nathaniel al otro lado de la línea.

– Cenando y después en la playa. ¿Por qué?

– Porque estás ha punto de perder quinientos millones de dólares, por eso.

Alex se sentó rápidamente, pensando de nuevo como un hombre de negocios.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estás?

– David es lo que ha ocurrido. Y aún estoy en Nueva York.

– ¿David?

Emma también se sentó.

– ¿Qué pasa con David? ¿Está Katie bien? -preguntó, alarmada.

Alex levantó un dedo para hacerla callar.

– David, ese canalla zalamero, está intentando vender el hotel de la isla de Kayven -le dijo Nathaniel-. Por favor, primo, dime que ya eres el director de los hoteles McKinley. Dime que ya se han firmado todos los papeles. Dime que Katie y Emma ya no tienen el control de la compañía.

Alex miró a Emma.

– ¿Qué pasa? -le preguntó ella.

– ¿Alex? -insistió Nathaniel.

– Los abogados están preparando los documentos ahora mismo.

– ¿Me estás diciendo que no hay nada firmado?

– Sólo el préstamo para la empresa McKinley.

– ¡Maldición!

– ¿Qué es lo que está pasando? -le preguntó Alex.

– David aduce que tiene un poder notarial firmado por esas dos mujeres.

Pero eso no tenía ningún sentido.

– Espera -repuso Alex, tapando el teléfono.

Emma lo miraba con impaciencia y confusión.

– Nathaniel me está diciendo que David Cranston tiene un poder notarial.

– ¿Para qué? -preguntó ella.

– Has firmado algún documento para él?

– No -contestó ella-. ¡Espera! Sí firmamos algo, una autorización para redecorar un hostal en Knaresborough, pero no es nada importante. Es un sitio muy pequeño.

Alex volvió su atención al teléfono.

– Me dice Emma que sólo tiene autorización para redecorar un hostal.

– Pues no está redecorando. Y no se trata de un hostal. El hombre tiene autorización para vender cualquiera de las propiedades de los McKinley. Está en negociaciones con Murdoch, de Dream Lodge. Y su comisión en la venta es obscena.

– ¿Cómo sabes…? No, no me contestes -dijo Alex mirando de nuevo a Emma-. ¿Leíste con cuidado el documento?

Emma abrió mucho los ojos y palideció.

– ¿Lo leíste?

– Ya habíamos hablado de ello. Y con lo de la boda y todo eso… Tuve mucho trabajo los últimos días y había mucho que firmar.

Alex soltó una palabrota que la dejó temblando.

– Sí -le dijo Nathaniel-. Ya estás reaccionando. Métete ahora mismo en un avión y vuelve.

Pero aún persistía la fuerte tormenta tropical.

– ¿Puedes ralentizar las cosas?

– Ya he paralizado a todo su equipo legal, haciendo que declaren que existe un conflicto de intereses. Ahora tiene que encontrar nuevos abogados. No sabes cuánto me ha costado.

– ¿Has hablado con Katie?

– Por supuesto.

– ¿No puede parar todo eso?

– No sin Emma.

Alex cerró los ojos y rezó para que dejara de llover.

– Iremos tan pronto como nos sea posible.

– ¡Venid ahora mismo! -ordenó Nathaniel antes de colgar.

Emma lo miraba con atención.

– Alex…

– David está intentando vender este hotel -le dijo, mirándola a los ojos.

– ¿Por qué?

Se le hizo un nudo en el estómago al oír su pregunta.

«Porque su valor está a punto de subir hasta quinientos millones de dólares. Supongo que se me olvidó comentártelo antes de que accedieras a casarte conmigo», pensó él, angustiado.

Emma había entendido las palabras, pero no entendía el porqué.

David iba a redecorar el hostal de Knaresborough y, que ella supiera, no sabía nada del hotel de Kayven.

– ¿Por qué iba a hacer algo así? -repitió ella. Sabía que algo iba mal, pero no podía hacer encajar las piezas del puzzle.

– Porque quiere la enorme comisión que le ha prometido Murdoch -le dijo Alex, pasándose la mano por el pelo-. ¿Cómo no vio Katie que…?

– ¡Espera! -lo interrumpió Emma, dejando la cama y poniéndose un albornoz del hotel-. ¿Murdoch?

– Murdoch pagó a David para que encontrara la forma de venderle Kayven.

– ¿Tanto deseaba comprar este complejo hotelero? Era un hotel muy agradable, pero no era rentable.

Las tarifas eran altas y estaba vacío la mitad del tiempo. Nadie estaba enriqueciéndose con esa propiedad.

Alex comenzó a vestirse.

– Tenemos que ir al aeropuerto.

– ¿Con este tiempo?

– Mejorará tarde o temprano. En cuanto pare de llover nos vamos.

– Pero ¿qué te ha dicho Nathaniel? -le preguntó ella mientras empezaba a vestirse.

– Lo que acabo de contarte.

– No me has dicho nada.

– David os engañó a las dos para que firmarais un poder notarial que, de alguna forma, le permite vender Rayven. Nathaniel está intentando pararle los pies, pero tenemos que volver a la ciudad.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

– Nada.

– ¿Ya lo han vendido?

– No.

– Porque si ya ha ocurrido, tampoco pasaría nada. No es el fin del mundo.

Alex se quedó helado.

– No pasaría nada. Sólo espero que haya conseguido un precio razonable.

Alex se giró para mirarla.

– Tu empleado, el novio de tu hermana, está intentando engañar a la empresa para la que trabaja y ¿tú dices que no pasa nada si al menos consigue un buen precio?