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– Si tienes miedo de decirme que ya ha ocurrido…

– No tengo miedo. No ha ocurrido aún.

– Entonces, ¿por qué estás tan alterado y actúas de una manera tan extraña?

– No estoy actuando de manera extraña. Ahora no, antes sí.

Sus palabras la golpearon con fuerza. Se preguntó si todo habría sido una ilusión y el Alex simpático y tierno había desaparecido para siempre. No sabía si estaba enfadado con ella porque había cometido un error.

Pensó en Katie. Seguro que estaba destrozada. Fue hacia el teléfono.

– ¿Qué haces?

– Voy a llamar a mi hermana.

– No puedes hacerlo.

– Claro que sí -repuso ella, fulminándolo con la mirada.

– Emma…

– Déjame en paz.

– Tenemos que hablar -le dijo Alex.

– Podemos hacerlo en el avión.

– No, tenemos que hablar antes de que llames a tu hermana.

La mirada de Alex hizo que se echara a temblar.

– ¿Le ha pasado algo malo?

– No. Katie está bien.

– Entonces, ¿qué demonios ocurre?

Alex tragó saliva antes de hablar.

– Hay algo que no sabes sobre la isla de Rayven -le dijo, tomándole las manos entre las suyas-. El gobierno local va a instalar un muelle especial para cruceros en la isla.

– ¿En qué isla?

– En ésta. Por eso quiere Murdoch el hotel y por eso ha sobornado a David.

– Porque el valor se…

Emma no pudo terminar la frase. En un segundo lo entendió todo. Supo lo que le había pasado.

– ¡Alex!

– Sí, yo también lo quería -confesó él.

Ella se zafó de sus manos y fue hasta la cama.

– ¿Me has ocultado todo esto?

– Sí.

– Podía… Podía habérselo vendido a Murdoch…

Alex asintió.

– Y entonces no tendría por qué haberme casado contigo.

El asintió de nuevo.

– ¿Y no me lo dijiste? -preguntó ella, casi llorando.

– Se trataba de negocios.

– ¿Negocios?

– Tenía información e hice lo mejor para mi empresa.

De repente le faltaron las fuerzas para luchar. El había hecho en todo momento lo mejor para su empresa. No había dejado nunca de lado sus intereses.

– ¿Y tienes el valor de criticar a David?

– No soy como él. David es un delincuente.

– Sí -asintió Emma-. Conquistó a Katie para quitarle el hotel de Kayven.

Emma nunca se había sentido tan mal. A lo mejor tenía que seguir casada con él una temporada, pero eso no quería decir que tuviera que volver a hablar con él.

– ¿Quién eres tú para criticarlo cuando has hecho lo mismo? -le dijo, saliendo de la habitación y de su vida para siempre.

A Emma se le olvidaron los problemas que tenía con Alex en cuanto vio la cara de su hermana.

Eran las seis de la tarde cuando llegaron a las oficinas de McKinley.

– ¡Cariño! -exclamó, abrazando a Katie. Alex y su primo comenzaron a hablar en voz baja en cuanto llegaron.

– ¡Te he metido en un lío terrible! -exclamó Katie entre sollozos.

– No es culpa tuya -le dijo su hermana-. Sólo eres culpable de confiar demasiado. A las dos nos han engañado unos delincuentes.

– Tenía que haberme dado cuenta…

– ¿De qué? -repuso Emma sin dejar de mirar a Alex-. ¿De que un hombre puede hacerte el amor y al minuto siguiente traicionarte por la espalda?

Emma tampoco se había dado cuenta de lo que ocurría, pero se prometió que no volvería a pasarle.

– Lo importante ahora es arreglar las cosas -le dijo, mirando a Katie.

– Sí. Las dos tenemos que firmar una revocación del poder notarial. Los abogados…

Alex se acercó en ese instante.

– Los abogados ya lo han preparado y nos están esperando.

– ¿Y después? -le preguntó Emma a Nathaniel.

– Después hacemos copias certificadas y se las entregamos a un policía. Este se las dará a Murdoch y a David mañana por la mañana.

– ¿Y ya está?

– Así es.

– ¿Ves? -le dijo Emma a su hermana-. Todo va a salir bien -añadió, abrazándola de nuevo.

Nathaniel y Alex las dejaron solas.

– Soy una tonta -le dijo Katie.

– No es verdad.

Katie había cometido un error que pronto podrían resolver. Emma en cambio le había entregado a Alex la mitad de sus propiedades y no había marcha atrás.

– Hemos dejado de ganar millones por mi culpa -le dijo Emma.

– Bueno, los negocios son así.

– ¿Estás defendiendo a Alex?

– Podía haber ofrecido un préstamo y no dejarnos formar parte de la empresa.

– También podía habernos dicho la verdad.

Se dio cuenta de que Katie no sabía lo que iba a pasar en Kayven. No sabía hasta qué punto Alex la había herido, haciéndole incluso pensar que estaba enamorado de ella. Ella le había entregado su corazón y él lo había despedazado.

A las ocho y media de la mañana, Alex esperaba ansioso a que llegara el policía. No podía más.

– ¡No lo aguanto! -le dijo a Ryan-. Voy a llevar los documentos en mano.

– Espera, Alex. No creo que sea buena idea. No queremos que nuestros abogados pierdan el tiempo teniendo que defenderte por un par de lesiones.

– David no estará allí.

– Pero Murdoch sí.

– Sólo quiero verle la cara, no voy a pegarle. Le dije que yo era con quién tenía que hablar, y me ha ignorado. Es algo personal.

– ¿No es Emma la que hace que sea algo personal? Por cierto, ¿qué tal la luna de miel?

– Muy corta.

– No hiciste ninguna llamada desde el hotel. A nadie. ¿Fue todo bien?

– Eso ya no importa ahora que sabe lo de Kayven. Intentó no pensar en ella. Estaba dolida, pero creía que lo superaría. El tenía lo que quería, un anillo en su dedo y la mitad de McKinley.

Tomó su maletín y se levantó. Tenía que recuperar la mejor propiedad de la empresa.

– ¿Estás bien? -le preguntó Emma a su hermana en la cocina del dúplex.

– ¿Y tú?

Se habían pasado casi toda la noche hablando, y Emma le había contado su luna de miel.

Cerró los ojos y suspiró. Pensaba que Alex, Narthaniel y Ryan estarían riéndose a su costa.

Sentía que la había utilizado, fingiendo interés por ella. Creía que nunca la había deseado, sólo quería controlarla por el bien de sus negocios.

– Ni siquiera puedo divorciarme de él, perderíamos una fortuna.

– Entonces nos iremos a algún sitio. Serán unas vacaciones muy largas.

Emma asintió. Había acordado vivir con Alex y que él la exhibiera como un accesorio más, pero no lo habían firmado. Estaba muy dolida. Había empezado a creerse la vida que Alex le había ofrecido, aunque fuera de manera temporal.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había llegado a creer que la quería, que podía ser para siempre, y ella se había enamorado perdidamente de él.

Capítulo 12

Alex había decidido hacer bien las cosas y conseguir que Murdoch se arrepintiera de haberle ignorado.

– ¿Qué es esto? -preguntó Murdoch al ver el sobre que Alex le había dejado en la mesa.

– Nuestra contraoferta. Para tu información, David Cranston ya no está autorizado para representar a los hoteles McKinley.

– Pero… Ya hemos acordado un precio con él.

– Eso queda en el pasado. Esta es la nueva oferta. Murdoch miró los papeles y se quedó helado. Alex temió que fuera a sufrir un infarto.

– ¡Es una locura!

– Se trata de negocios. Lo toma o lo deja. Ya le había advertido que McKinley no vendía nada.

– Porque lo querías todo tú.

– Es verdad -consintió Alex-. Y lo tengo todo.

– Espero que la chica mereciera la pena…

Alex se levantó de un salto y agarró al hombre por las solapas.