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– Pero te vendría bien salir un poco más. Sabes que trabajas demasiado duro.

– No lo bastante como para salvar la empresa.

– ¡Eh! Lo estás haciendo ahora.

Se dejó caer sobre el respaldo de la silla. No sentía que estaba salvando la compañía, al menos no con su trabajo.

– Lo que estoy haciendo es lo más parecido a la prostitución.

– Pero sin sexo.

– Sin sexo -recalcó Emma.

– Entonces no es prostitución, ¿no? Anímate, Emma. Vamos de compras.

– Sí, claro, eso solucionará las cosas.

Su hermana debía de creer que un vestuario apropiado que pudiera lucir por Manhattan haría todo más fácil. No pudo evitar estremecerse.

– ¿Dios mío? -murmuró Katie, mirando más allá de donde estaba su hermana.

– ¿Qué pasa?

– Está aquí.

– ¿Quién está aquí? -preguntó Emma mientras giraba la cabeza.

– Alex -contestó Katie.

Emma se quedó helada.

– ¿Qué?

– Que Alex está aquí.

– Pero no es miembro del club.

– A lo mejor no.

– Es un club privado.

– ¿Crees que la recepcionista le va a decir a Alex Garrison que no puede conseguir un pase de un día?

A Emma le dio un vuelco el estómago.

– ¿Qué está haciendo?

– Viene hacia aquí.

– ¡No!

Katie asintió.

– Sí -repuso-. ¡Hola, Alex! -añadió con una amplia sonrisa.

Emma sintió una cálida mano posarse en su hombro desnudo y sudoroso. Sus músculos se contrajeron bajo el contacto. Era como si nunca la hubieran tocado.

Se resistió para no apartarse de golpe.

– Hola, cariño -saludó Alex mientras le besaba en la sien.

Fue un beso ligero y superficial pero hizo que dejara de respirar durante unos segundos. Después, el pulso se le aceleró y sintió todos sus nervios a flor de piel.

Intentó tranquilizarse, aquello no tenía sentido.

El se sentó a su lado de manera casual y tomó una de las botellas de agua.

– ¿Qué tal el partido?

Llevaba una camiseta tipo polo de color blanco. Hacía que destacaran su piel bronceada y su fuerte y musculoso torso.

Emma no contestó hasta que vio que él levantaba una ceja.

– Bien -repuso.

Ahora que empezaba a recobrarse tras la sorpresa, se dio cuenta de hasta qué punto estaba enfadada. Un beso en ese club era casi tan malo como un mensaje de amor en la pantalla gigante de un estadio de béisbol. YAlex lo sabía. Los miraban desde las otras mesas.

– Me alegro -repuso él.

– Le he dado una buena paliza -comentó Katie en un tono demasiado simpático para el gusto de Emma.

– Pensé que íbamos a hablar de esto -susurró Emma, acercándose a Alex.

– Ya estoy harto de hablar.

– Pues yo no.

– ¿De verdad? ¡Qué pena! -repuso él, mirando a su alrededor-. Porque creo que ya es demasiado tarde.

– Tramposo -murmuró ella.

Sabía que él había ganado. Al menos una docena de personas habían visto su calculado beso.

Alex se rió. Después miró a Katie.

– Felicidades por el partido.

Katie sonrió.

– Emma ha tenido problemas esta mañana para concentrarse.

– ¿De verdad? -repuso Alex, acariciando de nuevo su hombro.

El cuerpo de Emma reaccionó de la misma manera. No le gustaba lo que ocurría. No quería que le gustara y no lo entendía.

– ¿Tiene algo que ver con lo de anoche? -preguntó Alex en voz alta y clara.

Dos mesas más allá, las cejas de Marion Thurston se dispararon. Después de unos segundos, sacó su móvil del bolso e hizo una llamada. Estaba claro a quién llamaba. Todo el mundo sabía que Marion se encargaba de proporcionarle historias a la periodista del corazón Leanne Height.

Emma se acercó de nuevo hacia Alex.

– Ahora sí que voy a matarte.

– Pero aún no estás en mi testamento.

– No me importa.

Alex volvió a reírse.

– ¿Tienes algo que hacer mañana por la noche? Y tú también -añadió, mirando a Katie-. Me han invitado a la fiesta de la Fundación Teddybear en el casino.

– No juego -repuso Emma.

– Pues ya es hora de que aprendas.

– Yo me apunto -dijo Katie-. ¿Hay sitio para David?

– ¡Ah! El famoso David.

– Yo no quiero aprender -persistió Emma.

– Jugaremos al blackjack. Te proporcionaré dinero para apostar -le dijo Alex.

– No vas a…

– Te daré dinero para apostar -repitió él con frialdad.

– Muy bien. ¿Quieres también ponerme un sello en la frente para anunciar que eres mi propietario?

El le levantó la mano y se la besó.

– No, sólo un anillo de diamantes en el dedo.

– Tenemos problemas con la boda -anunció Ryan, dejándose caer en un sillón del despacho de Alex.

– ¿Qué tipo de problemas? -repuso Alex, apartando su vista del informe de los hoteles McKinley que estaba revisando.

– Problemas que tienen que ver con la cadena Dream Lodge y la isla de Kayven.

– ¿El viejo de Murdoch sabe lo de la isla?

– Tiene que saberlo, no encuentro otra explicación.

– ¿Exp1icación para qué?

– Está preparando una oferta para entregarle a las hermanas McKinley.

– Maldito… -repuso Alex poniéndose en pie-. ¿Una oferta por toda la cadena?

– Sólo por el hotel de Rayven.

Alex cerró un instante los ojos y se frotó la nuca.

– ¿Y las hermanas podrían quedarse con el resto?

– Así es -repuso Ryan.

– ¿Cuánto tiempo tenemos?

– Les presentará la oferta el lunes por la mañana.

– ¿Quién te lo ha dicho?

– Adam, de contabilidad. Su cuñado trabaja en Williamson Smythe y allí están repasando los mismos estudios geológicos de la zona que estamos mirando nosotros.

– Y con esa información ha logrado averiguar de qué se trata.

– No, Adam no sabe nada. Yo he sido el que he sacado las conclusiones pertinentes usando seis fuentes distintas. Seguimos siendo los únicos con toda la información.

Alex comenzó a pensar en todas las posibilidades.

– No puedo dejar que les haga esa oferta. -Ryan asintió. Pero Alex no sabía cómo iba a conseguir deshacerse de Murdoch antes del lunes. Casarse con Emma rápidamente era la única opción.

– Me pregunto si le gustaría ir a Las Vegas…

– No puedes casarte con Emma en menos de cuarenta y ocho horas.

– El avión privado está en el aeropuerto de Nueva York. No necesitaría ni cinco horas para hacerlo.

– ¿No crees que una rápida boda en Las Vegas parecerá sospechoso y oportunista?

– Prefiero parecer oportunista que arruinar todo el acuerdo.

– ¿Y qué pasará cuando Murdoch hable con ella?

– Para cuando eso ocurra, Emma será ya la señora de Alex Garrison.

Ryan sacudió la cabeza.

– No me gusta. No queremos que Murdoch consiga hablar con ella.

– No podemos impedir que lo haga.

Al fin y al cabo, era un país libre y la cadena de hoteles de Murdoch tenía la capacidad de ponerse en comunicación con Emma de mil maneras.

– Podemos evitar que lo haga haciéndole saber que no tiene sentido que hable con ella.

– Hay cientos de millones de dólares en juego.

– Sí -reconoció Ryan-. Y vamos a hacer que piense que es todo nuestro.

Alex reconoció el brillo en los ojos de Ryan. Eso hizo que se calmara, sabía que se le había ocurrido alguna idea.

– ¿Cómo?

– Necesitamos cuatro cosas -dijo Ryan.

Alex lo escuchaba con atención. Había una razón por la que había convertido a ese hombre en su socio: era un genio de la estrategia.

– Necesitamos los informes financieros de McKinley, un topo en Dream Lodge, unos cuantos trucos de marketing y a Emma McKinley con un anillo en el dedo.

Alex podía encargarse del marketing y del anillo. Suponía que podía convencer a Emma de alguna manera para que le proporcionase los informes financieros de la empresa cuanto antes. Pero en la cadena Dream Lodge no tenía ningún contacto.