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– No sólo soy ya un niño bueno, sino que además soy un romántico.

Sabía que a Gunter le encantaría la buena publicidad, pero a él no le hacía ninguna gracia tener que ser célibe durante un tiempo.

– Bueno, me alegro de que hayas sido tú y no yo -repuso Ryan, riendo.

Sabía que el acuerdo le cortaba las alas. Alex oyó a alguien hablando al lado de Ryan.

– ¿No estás solo?

– ¿Tú qué crees?

Alex maldijo entre dientes.

– Piensa en los beneficios que sacas de esto y aguanta -le dijo Ryan.

– En eso estoy pensando.

Pero tampoco podía quitarse de la cabeza el beso de Emma. Le encantaba parecer dura y fría, pero sus labios la contradecían. Y había estado bellísima con su brillante vestido, mostrando gran parte de su suave y cremosa piel.

No había dejado de tocarla siempre que había tenido ocasión. Pero eso había sido un error, porque hacía que pensara en su cuerpo y en sus labios en vez de en el dinero. Yno podía seguir por ese camino, eso nunca debía pasar.

Oyó a una mujer reír al lado de Ryan.

– Anímate -le dijo su socio.

– Ya… -repuso Alex, colgando el teléfono.

Se temía que estaba a punto de enfrentarse a un matrimonio que iba a parecerle muy largo.

La mañana del lunes fue muy dura para Emma, igual que había sido la anterior.

Se maldecía por haberse dejado engatusar para participar en ese engaño con Alex. El acuerdo le había parecido demasiado bueno para ser verdad y había una razón para ello, era más duro de lo que había parecido en un principio. El arreglo les solucionaba muchas cosas económicamente, pero teniendo que pagar a cambio un alto precio personal.

Odiaba ser el centro de atención, pero se estaba dando cuenta de que iba a tener que soportarlo durante unos cuantos meses. Desesperada, salió de su despacho y bajó hasta el balneario del hotel por la escalera trasera.

– Emma -la llamó su hermana.

– Estoy aquí -repuso ella desde su escondite tras una palmera.

_¿Qué estás haciendo?

– ¿Tú qué crees?

– No tengo ni idea.

– Me estoy escondiendo.

– ¿De quién?

– De Philippe.

– Seguro que sus relaciones públicas le hacen practicar.

– ¿Por qué? Si te quedas aquí la humedad va a estropear tu ordenador portátil.

– Organiza bodas y está loco. Me persigue.

Katie se acercó a su hermana y bajó la voz.

– ¿Te está persiguiendo un organizador de bodas loco?

– Sí, y no es el único. Me persiguen al menos una docena de organizadores, pero Philippe es el más persistente.

– ¿Por qué no llamas a seguridad?

– Porque se enterarían las revistas del corazón y me ridiculizarían en sus portadas.

– ¿También hay periodistas por aquí?

Emma suspiró y se apartó su pelo húmedo de la cara.

– Sí. Están por todas partes.

– A mí no me ha molestado nadie.

– Eso es porque anoche Alex Garrison no protagonizó un espectáculo bochornoso a tu costa.

Katie se sentó al lado de su hermana en la tumbona.

– Tienes que admitir que, si hubiera sido real, habría sido muy romántico.

Emma no estaba dispuesta a hacerlo. Le había parecido ostentoso y hortera. Creía que nunca se casaría con un hombre que pensara que declararse en público era romántico.

– Bueno, no era real -repuso mientras cerraba el ordenador.

– Ya lo sé -contestó Katie, suspirando.

– Así que deja de mirarme así. Alex estaba actuando.

– Es muy buen actor.

Katie no pudo evitar reír.

– ¿Mademoiselle McKinley? -preguntó alguien tras ellas con voz nasal.

No podía creerlo.

– ¡Katie! Te han seguido.

– Lo siento.

– ¡Vaya!

– Mademoiselle McKinley -repitió Philippe Gagnon, llegando a su lado-. ¡Ah! ¡Ahí está!

A Katie casi le dio la risa al ver al hombre delgado y nervioso que apareció de repente.

– ¡Hay tanto que tenemos que hacer! -anunció el hombre.

Era verdad. Lo primero que quería hacer Emma era huir a las Bahamas. Su hermana se levantó y saludó al hombre.

– Soy Katie McKinley, la hermana de la novia.

– Enchanté, mademoiselle -le dijo, besándole la mano con galantería-. Soy Philippe Gagnon. He estudiado en la Sorbona y servido banquetes como chef para presidentes y príncipes.

Katie miró a su hermana.

– ¿Has oído eso, Emma? Ha cocinado para presidentes y príncipes -repitió Katie con sorna.

– Ahora que estoy aquí, me encargaré de todo -dijo Philippe.

– No, no va a… -repuso Emma, incorporándose.

– ¡Emma! -la advirtió Katie con una mirada.

– Ya sé que es un momento muy estresante para usted, mademoiselle. Yo me encargo de hacer que desaparezcan los cocineros del vestíbulo, no tienen la categoría necesaria. Después puedo hablar con los periodistas y comentarles algún detalle, sólo para satisfacer su curiosidad y tenerlos entretenidos un tiempo.

Emma lo miró con curiosidad y se lo pensó mejor.

– ¿Puede deshacerse de toda la gente que está merodeando por el vestíbulo?

– ¡Por supuesto! -le dijo él-. Estese tranquila. Yo me encargo de todo.

Estaba dispuesta a contratarlo si podía proteger su intimidad.

La señora Nash dejó de mala gana una jarra de zumo en la mesa de la piscina, al lado de donde estaba Alex tumbado. El levantó la vista y dejó de leer el informe estratégico para la empresa McKinley.

No sabía qué había hecho para molestarla, pero sabía que pasaba algo. No podía interpretar su gesto y decidió preguntarle directamente.

– ¿Qué es lo que pasa?

– Nada. Bueno, sí, acabo de enterarme de que se casa.

– Así es -confirmó él.

No podía creerse que estuviera molesta porque no se lo había dicho personalmente. Pero no tenía tiempo para juegos. Tenía que seguir estudiando el plan estratégico antes de darse un baño en la piscina, ducharse e ir a las oficinas de Dream Lodge antes de las ocho.

Quería hablar con Murdoch antes de que él tuviera ocasión de hacer a Emma su oferta.

Finalmente, la señora Nash desembuchó.

– ¿Con una mujer que nunca he conocido? -le preguntó.

– La conoció la semana pasada.

– No es verdad. Estuvo en casa la semana pasada, pero nunca me la han presentado.

Tenía razón, debía haberlo hecho y se daba cuenta del problema. Lo corregiría en cuanto tuviera ocasión.

– Ya se la…

– Por lo visto acaba de heredar unas propiedades -lo interrumpió ella-. Propiedades hoteleras.

– Así es -repuso él, impacientándose. Estaba demasiado cansado para tener que justificar su vida personal.

– Debería avergonzarse de sí mismo, jovencito.

– ¡Eh! ¿Ya no soy el señor Garrison?

– Conquistando a esa pobre joven de esa manera…

Alex se incorporó en su asiento.

– ¡Espere un minuto!

– ¿Le mandó el ramo de flores habitual? ¿La llevó a cenar a Tradori? ¿Ha reservado ya su suite favorita en el hotel Manhattan?

– ¡Vaya!

No sabía cómo podía saber todo eso. Sobre todo lo de la suite.

– He sido completamente sincero con Emma.

– ¡Seguro que sí! La pobre mujer no sabe ni lo que hace. ¡Acaba de perder a su padre!

No tenía derecho a hablarle así, no le parecía justo.

– Sí que sabe lo que hace -repuso, poniéndose de pie.

– Alex, le quiero mucho. Es como un hijo para mí. Se parece más a él de lo que quiere admitir.

– No he hecho nada malo. No me parezco. Sé lo que estoy haciendo, señora Nash.

– Conozco sus debilidades.

– Yo también.

Y sabía que nunca engañaría a una mujer para robar sus propiedades. Podía tergiversar las cosas para conseguir mejores oportunidades en un negocio o mentir abiertamente para conseguir fusionar dos cadenas de hoteles, pero eso no quería decir que fuese un mentiroso.