De los tres, la presencia más relevante en los ensayos – y más desarrollada respecto a las Consideraciones – es la de Wagner; el estudio más importante de cuantos le dedica constituyó, como es sabido, la ocasión del abandono definitivo, por parte del escritor, de la Alemania nazi. A pesar de sus distintos desarrollos, la interpretación wagneriana de Mann permanece ligada a la del amor agresivo e infeliz de Nietzsche hacia el músico, a la doble ética que lo impregna y que Guido Morpurgo-Tagliabue definió como una mezcla de confesión y mistificación, una tragedia auténtica y al mismo tiempo tartufesca, "una tragedia escrita que tapa a la vivida"; también Mann percibía en ella un "panegírico de signo opuesto". Mann ve a Wagner como una extraordinaria simbiosis de genio y charlatanería, es decir, como una expresión extraordinaria de la inevitable y mistificada vulgaridad del arte en la sociedad de masas – interpretación nietzscheana que sigue siendo iluminadora por muy sectaria que sea en la comprensión del arte en la sociedad de masas, pero que, por lo que respecta a Wagner, no hay que tomar al pie de la letra ni como un juicio en firme.
La posición de Mann sobre Wagner, a pesar de sus finísimos matices y diferencias, es más nietzscheana después de 1918; ya en las Consideraciones, sin embargo, Wagner representa la ambigüedad del artista alemán y moderno, un crítico de Alemania que les parece típicamente alemán a los extranjeros; y ya en las Consideraciones se le compara a Zola y a Ibsen por la técnica constructiva basada en el símbolo y en el Leitmotiv. Mann retoma y profundiza en 1933 y 1937 estos elementos en una lectura en la que, adentrándose en las miserias y la grandeza de Wagner y casi reflejándose en el análisis de su técnica compositiva, penetra y esculpe la potencia del arte wagneriano y sobre todo su extraordinaria – moderna – capacidad de unir un mítico primitivismo con la psicología o mejor aún con el psicoanálisis.
El giro más radical de Mann hace referencia precisamente a la psicología. En las Consideraciones la había descalificado como "la cosa más mísera y vulgar que pueda existir", útil únicamente para desmontar el mito, para "aislar" de forma intelectual y por consiguiente "ensuciar" los elementos individuales de la vida indivisible, antitética pues de la poesía. Ahora en cambio la psicología resulta aliada del mito como una razón humanística que se aventura en las tinieblas para tratar de entender mejor su verdad y, por consiguiente, desmochar el poder destructivo que deriva del abuso irracional y oscurantista de las fuerzas oscuras de la vida y del mismo regazo de la muerte, pero no ya para achatar ese reino de lo profundo. La alianza de mito y psicología se convertirá en la fórmula del humanismo manniano experto en las tinieblas y será alianza de poesía y democracia – Kultur y Zivilisation, liberadas ambas de sus degeneraciones, en una labor de recíproca emancipación – como en el ensayo sobre Freud o en las novelas sobre José.
Tal vez los mejores ensayos sean los que, aun analizando con precisión los textos de algunos autores, abrevan en el corazón más profundo del arte manniano y de su "patria del sentimiento" y son, en el fondo, no menos autobiográficos que los, espléndidos, dedicados a Lübeck. Los estudios sobre Platen, Fontane, y sobre todo sobre Storm. Al medirse con Platen, Mann afronta – con extrema sobriedad – la relación existente entre la belleza, la muerte y el eros homosexual que impregna también su ensayo sobre Miguel Ángel, en el que resuenan turbaciones vividas en el ocaso de su vida, y que ya habían dado sustancia anteriormente a otras obras, la primera de todas La muerte en Venecia. La homosexualidad, socialmente estéril, está ligada para Mann a la belleza y la muerte, a un estremecimiento tanto más intenso cuanto más doloroso, y a la esencia del Eros, de su simbiosis de sacralidad e indecencia. Mann trata de salvar e integrar asimismo a la homosexualidad – como a las demás pasiones "apolíticas", demoníacas y prohibidas – en un humanismo positivo, que dome su carga anárquica y mortal, como se ve en el interesante y desagradable ensayo Sobre el matrimonio de 1925 – tema que, por otra parte, no hay que contar entre los más felices del escritor, puesto que su mucho más famosa y elogiada Carta sobre el matrimonio, escrita como obsequio a su mujer Katia, roza, en su consumada afabilidad, lo empalagoso y no consigue enmascarar su sustancial aridez, disimulada en un prosaísmo intencionalmente acentuado por la responsabilidad y el recato, que aludiría a afectos más fuertes silenciados por pudor, pero en realidad verdaderamente ausentes. Mann ve en cualquier caso la homosexualidad – elemento poético en sus novelas e inquietantemente perverso en su vida y sus diarios – con una óptica decimonónica, como algo numinoso pero también ilícito y mortal.
El "viejo Fontane" es el ejemplo vivo de la alemanidad profunda que es a la vez espíritu europeo y cosmopolita y espíritu del relato, epicidad también nacional y universal, ethos e ironía, fidelidad conservadora y apertura a lo nuevo, orden prusiano y gitanesca libertad del corazón, complejidad en la que Mann se reconocía y de la que se sentía heredero y continuador a mayor escala. Pero es en concreto el admirable ensayo sobre Storm el que nos introduce, acaso más que ningún otro, en el corazón de la poesía manniana y de su concepción de la relación entre arte y burguesía. Desde las espléndidas páginas de las Consideraciones, el significado simbólico que Mann atribuye a Storm viene de un capítulo de El alma y las formas de Lukács, obra maestra del ensayo moderno. Sin embargo Lukács, por su parte, había encontrado, indirectamente, el origen de la imagen de Storm en el espíritu y la atmósfera de las primeras novelas y relatos mannianos, dando comienzo así a la complementariedad que llevará al gran narrador y al gran ensayista a iluminarse y completarse recíprocamente. Thomas Mann – que en La montaña mágica refleja a Lukács en la figura de Naphta y que interviene ante el canciller austriaco Seipel en defensa del filósofo comunista húngaro exiliado en Viena – toma de Lukács el sentido explícito de su propia "búsqueda del burgués" y le suministra a su vez el ejemplo y la clave para la elaboración de su teoría sobre el realismo crítico, que el otro formula sobre la base de su narrativa. Lukács completa y aclara la odisea manniana que va desde el Bürger alemán al artista, con su intento de evitar al bourgeois, señalando sin embargo la falta fatal, en Alemania, del ciudadano, del citoyen democrático, y la necesidad de encontrarlo o mejor aun de crearlo, dando la vuelta de ese modo a las Consideraciones.
Ya en éstas, Storm representa la absorta interioridad, la perdida nostalgia del corazón, unidas a una sólida habilidad artesana y a una burguesa seriedad profesional que abarca a la vez al mundo del trabajo y al de los sentimientos. La burguesía – la Bürgerlichkeit – es una forma de vida que atribuye su primacía a la ética, a la laboriosidad, a la regularidad y al orden de lo que se repite y es menester desempeñar como un deber; en esta tranquila consagración a la tarea cotidiana se expresa un cálido mundo de sentimientos, de afectos y nostalgias, una poesía de la existencia sencilla y misteriosa por lo sencilla y cotidiana que es, un estremecimiento que esa sólida ética burguesa contiene y a la vez salva.
Es ésta la belleza – la belleza de la vida – hacia la que tiende Mann, muy distinta del estetismo dannunziano que, en cuanto desgajado de la ética, el escritor rechaza con desprecio como "cosa de italianos y espaguetantes del espíritu". Mann podrá decir que su Tonio Kroger es una continuación del El lago de Immen de Storm, la apartada poesía del corazón de la provincia alemana convertida en poesía de la crisis que agrieta a la civilización europea. En el estudio sobre Storm de 1930 Mann desarrolla y profundiza estos motivos, con una especial referencia a la lírica, que evocan admirablemente esa patria del sentimiento, casera y nórdica – impensable sin la melancólica e íntima intensidad del paisaje nórdico – a la que Storm presta su voz y que constituye el más genuino y poético paisaje del ánimo de Mann.