– Satisfaga mi curiosidad, Eddie. Sé que Penny debió verle la noche en que mató a Sebastian. ¿Quedaron para verse en la cancha de tenis? -Por el tono de Kincaid parecía como si estuvieran charlando delante de unas cervezas. Sopesó la posibilidad de llegar hasta Lyle antes de que disparara, pero decidió que era físicamente imposible. Debía confiar en su labia.
– Una sugerencia mía. -Volvió a sonreír-. Era un lugar como otro cualquiera.
– ¿Y Sebastian? ¿Qué fue lo que averiguó?
– Ese maldito fisgón. -Lyle pareció malhumorado-. Me vio salir de su cuarto-. Apretó más el cuello de Hannah, para que no hubiera duda de a quién se refería-. Había estado… comprobando unas cosas. No podía permitirme que se encontrara ninguna relación luego, ¿verdad?
– No, no, claro que no -respondió Kincaid como si fuera la pregunta más razonable del mundo. Le pareció oír un ruido emboscado en el camino y se apresuró a hablar para que Lyle no lo oyera también.
– Oiga, Eddie…
– Me estoy cansando, comisario. Camine hasta allí.
Lyle indicó con la cabeza la orilla del río. El sol se reflejó por un momento en los cristales de sus gafas iluminando unos ojos redondos, brillantes y metálicos.
Kincaid oyó un deslizamiento a sus espaldas, luego un ruido sordo. Se oyó la voz de Patrick, con una nota de pánico.
– Han… -pero se interrumpió, amordazado, sin duda, por la mano de Gemma. Kincaid oyó claramente sus fuertes respiraciones por encima del murmullo del río y de los latidos de su corazón.
Lyle se volvió bruscamente hacia ellos y Kincaid advirtió la tensión en todo su cuerpo. Aferró a Hannah con más fuerza.
– Retrocedan. Todos.
– Ríndase, Eddie. Está llegando más policía. No ponga las cosas más difíciles.
– ¿Más difíciles? -La risa de Lyle era histérica-. ¿Por qué no puedo tener la satisfacción de llevarlos conmigo, sobre todo a ella? -Puso la pistola contra la sien de Hannah-. Me dan asco.
– ¿Y su esposa? -soltó Kincaid a la desesperada-. Y su hija… ¿cómo lo va a pasar cuando salga la noticia en todos los periódicos? Van a hacer su agosto con usted, Eddie, créame. Y a Chloe le va a pesar toda la vida.
Por primera vez, Lyle pareció flaquear, girando la cabeza a ciegas. De repente, Hannah le dio un pisotón.
Kincaid se lanzó hacia ellos. La luz del sol pareció fundirse a su alrededor hasta dejarlo inmóvil, impotente.
De un golpe que le torció las gafas de montura dorada, Eddie Lyle se llevó la pistola a la sien y disparó.
20
Los paraguas, grises y negros, brillaban como el dorso mojado de una ballena. La iglesia de Thirsk aparecía escorada como un barco a medio hundir, y caía una fina lluvia que se calaba hasta los huesos; apropiada, pensó Kincaid, para la ocasión.
La ceremonia por el fallecimiento de Sebastian Wade había sido breve, pues el vicario se vio obligado a limitar sus observaciones personales a la etapa escolar de Sebastian. La asistencia había sido tan escasa como el elogio del vicario: la madre de Sebastian, acompañada por dos mujeres que le presentaron a Kincaid como unas primas, un surtido de caras que podían ser amigos de la escuela, y el pequeño grupo de Followdale House. El intenso y malicioso interés por los asuntos personales de los demás no le había granjeado a Sebastian muchos amigos.
Cassie, de nuevo hosca, se negó a asistir.
– Siento que haya muerto -le había replicado a Kincaid-, pero yo lo despreciaba, y no seré tan hipócrita como para fingir que no era así.
Caso cerrado. Kincaid pensó que su sinceridad era de admirar, pero no así su falta de compasión.
Emma fue sola y se marchó en cuanto el servicio terminó. Sus despedidas en el vestíbulo de la iglesia fueron más bruscas de lo normal, como si aquel avance del entierro de Penny hubiera llevado su capacidad de aguante al límite.
Kincaid retuvo su ancha mano entre las suyas.
– Siento tanto lo de Penny. Me gustaría haber…
– No asuma demasiada culpa, joven. -Emma lo miró con sus ojos grises-. Ella debió decir lo que había visto aquella noche. Tuvo la oportunidad de hacerlo. -Emma apartó la vista y prosiguió, un poco ausente-: Mi hermana no era tonta, por muy insegura que fuera. A veces me pregunto si… en fin, no importa. Lo hecho, hecho está.
Dio un rápido apretón a la mano de Kincaid y abrió el paraguas para protegerse de la lluvia.
En callado acuerdo, las cuatro personas que quedaban salieron al aire libre. Patrick Rennie había dejado detrás a su mujer y tenía a Hannah cogida del brazo, posesivo. Todavía conmocionados, sus caras demacradas mostraban un notable parecido. Kincaid pensó que Patrick estaba compensando los errores del día antes.
El día antes fue Kincaid quien atendió a Hannah y le secó la sangre que salpicaba su cara.
– Ya está, ya ha pasado todo.
Recordó aquellas palabras que le había repetido varias veces casi inconscientemente en aquel momento.
Recordó a Gemma agachada a su lado, frotando las manos heladas de Hannah, con las pecas esparcidas como estrellas por su tez blanca.
Patrick se había apartado y había vomitado violentamente.
Gemma había alegado tareas burocráticas aquella mañana y se había quedado en Followdale, pero Kincaid pensó que era su forma de dejarle solo con sus fantasmas.
Sin embargo, Kincaid no acudió solo al entierro. No había olvidado la promesa que se había hecho con respecto a Angela Frazer. La llevó en el Midget, callada, incluso llevaba el cabello cepillado sin las puntas de color violeta. No dijo nada hasta que encontraron aparcamiento junto a la iglesia, mirando fijamente los regueros que se formaban en el parabrisas.
– No es justo.
– No -respondió él, y dio la vuelta para ayudarla a salir.
Ahora la tenía a su lado, mirando el Ford negro de Graham estacionado en la acera.
– Me voy a tener que ir. -Angela lo miró con gravedad-. Gracias. Siento lo que dije… ya sabe.
Luego se puso de puntillas, le rozó los labios con su boca y echó a correr.
– ¿Cree que le irá bien? -preguntó Hannah, mientras miraban como el coche se la tragaba y se alejaba.
Kincaid sonrió y se frotó los labios con el dedo.
– Veo algunos indicios de resistencia. Creo que sí. Siempre que pueda soportar un par de años más a sus padres. Si puede dejarlos atrás con sus peleas y montarse su vida. Y usted -Kincaid se volvió a Hannah-, ¿cómo le irá a usted?
Hannah se estremeció.
– Todavía no le veo el sentido. Sebastian y Penny no tenían por qué morir. No tenían ninguna relación conmigo.
– Eso confundió las cosas desde el principio. Si hubiéramos empezado por buscar a alguien que quisiera quitarla de en medio, lo habríamos encontrado antes. No era tan listo como se creía.
– Lo bastante listo -dijo Patrick- para haber estado a punto de conseguirlo.
– Llevaba mucho tiempo planeándolo, creo. La idea de que Hannah estuviera entre él y el dinero de su tío habrá sido una obsesión para él.
– Pero Miles nunca pretendió dejarme nada -protestó Hannah, todavía anonadada.
– Directamente no. Pero en la mente de Eddie no había diferencia si el dinero iba a usted o si lo donaba a la clínica. -Kincaid hizo una pausa, ordenando sus ideas-. Según dijo Janet anoche, por lo visto Eddie tenía muy poco contacto personal con su tío; Janet no recordaba ni su nombre siquiera, pero su madre se había escrito con él de vez en cuando. Algún comentario que le haría ella a Eddie le debió dar la impresión de que era usted esencial para la continuidad de la clínica.
Hannah asintió.
– Probablemente es verdad. Es un trabajo muy especializado, sería difícil encontrar a otra persona cualificada para dirigirla. Pero aún así, Miles podía dejar la propiedad a otro…
– No, si moría sin testar. Quizás Eddie tenía un plan para ganarse los favores de su tío. Tenía muchos recursos. En cualquier caso, no creo que Miles hubiera vivido mucho más que usted.