—¡Mira! ¡Ahí está, madre!
Aximaan Threysz percibió vagamente que un humano se había situado en el estrado, un hombre bajito y sonrosado de cabello negro, espeso y desagradable, igual que la piel de un animal. Es extraño, pensó la anciana, en los últimos meses desprecio cada vez más a los humanos, sus cuerpos blandos y enclenques, su piel sudorosa y pálida, su cabello repugnante, sus ojos acuosos… El orador hizo un gesto con los brazos y empezó a hablar en tono molesto y áspero.
—Habitantes del valle de Prestimion: mi corazón corre hacia vosotros en este momento de dura prueba, en esta hora sombría, en esta penuria inesperada, en esta tragedia, en este dolor…
De modo que éste es el acontecimiento tan importante, pensó Aximaan. Este alboroto, este lamento. Sí, indudablemente importante. Casi al instante perdió el hilo del discurso, aunque éste era obviamente importante, ya que las palabras que salían del estrado y llegaban a ella tenían un sonido importante: «Condena… destino… castigo… pecado… inocencia… vergüenza… engaño…» Mas las palabras, por muy importantes que fueran, pasaron flotando junto a la anciana igual que criaturas aladas transparentes.
Para Aximaan Threysz el último hecho importante ya había ocurrido y no habría otros en su vida. Tras el hallazgo de la roya de la lusavándula, sus campos fueron los primeros en someterse al fuego. El delegado agrícola, Yerewain Noor, profundamente apenado, sin dejar de dar nerviosas excusas, colocó un anuncio en la ciudad a fin de pedir mano de obra, clavó el cartel en la puerta del mismo local municipal donde Aximaan estaba sentada en estos momentos y un Día Estelar por la mañana todos los trabajadores fuertes y sanos del valle de Prestimion se presentaron en la plantación de la anciana para ejecutar su obra incendiaria. Esparcieron el combustible por el contorno de la plantación, formaron con él grandes cruces en el centro de los campos, encendieron las teas…
Luego fueron las tierras de Mikhyain, las de Sobor Smithot, las de Palver, las de Nitikkimal…
Todo destruido, el valle entero, negro y chamuscado, la lusavándula y el arroz… No habría cosecha la próxima temporada. Los silos quedarían vacíos, los platos de las básculas se oxidarían, el sol estival derramaría su calor sobre un universo de cenizas. Era algo muy parecido a un envío del Rey de los Sueños, pensó Aximaan. Te preparas para los dos meses de reposo invernal y llegan a tu mente terribles visiones de la destrucción de todo lo que tanto trabajo te ha costado crear. Y mientras intentas descansar notas en tu alma el peso del espíritu del Rey, el peso que te aprieta, que te aplasta, el peso que te dice, Éste es tu castigo, porque has cometido una fechoría.
—¿Cómo podemos saber —estaba diciendo el orador— que la persona conocida como lord Valentine es realmente la Corona consagrada, bendita por el Divino ¿Cómo podemos estar seguro de esto?
Aximaan Threysz se irguió de pronto, muy interesada por lo que oía.
—Os ruego que consideréis los hechos. Conocimos a la anterior Corona, lord Voriax, y se trataba de un hombre de tez morena, ¿no es cierto? Ocho años nos gobernó, sabiamente, y le dimos nuestro afecto. ¿No es cierto? Y el Divino, por su voluntad infinitamente inescrutable, nos privó de lord Voriax muy pronto y del Monte llegó la noticia de que su hermano Valentine sería la nueva Corona, y también él era un hombre de tez morena. Es un hecho. Estuvo con nosotros durante el gran desfile… oh, no, no aquí, no en esta provincia, pero lo vieron en Piliplok, en Ni-moya, en Narabal, en Til-omon, en Pidruid, y era un hombre de tez morena, con ojos negros y brillantes y barba negra, y sin duda alguna era el hermano y nuestra Corona legítima.
»Pero más tarde nos enteramos de otra cosa. Aparece un hombre de pelo rubio y ojos azules y asegura a los habitantes de Alhanroeclass="underline" yo soy la Corona auténtica, expulsada de mi cuerpo mediante brujería y el de la tez morena es un impostor. Y los alhanroelianos hicieron el signo del estallido estelar ante él, inclinaron la cabeza y lo aclamaron. Y cuando a nosotros, los zimroelianos, nos dijeron que el hombre que creíamos era la Corona no lo era en realidad, también aceptamos al otro hombre, aceptamos su versión del cambio mágico y durante ocho años él ha sido amo del Castillo y detentado el mando. ¿No es cierto que aceptamos al lord Valentine de pelo rubio en lugar de al lord Valentine de cabello moreno?
—¡Basta, esto es alta traición en toda regla! —gritó Nitikkimal, el plantador, sentado cerca de Aximaan Threysz—. ¡Su propia madre, la Dama, aceptó como verdadero a ese hombre!
El orador miró con ojos furiosos a los presentes.
—Sí, la Dama en persona lo aceptó, igual que el Pontífice y todos los grandes señores y príncipes del Monte del Castillo. No lo niego. ¿Quién soy yo para afirmar que están equivocados? Ellos se arrodillan ante el rey rubio. Lo consideran aceptable. Igual que vosotros. ¿Pero lo considera aceptable el Divino, amigos míos? ¡Os lo ruego, mirad el panorama que os rodea! Hoy he recorrido el valle de Prestimion. ¿Dónde están los cultivos? ¿Por qué los campos no tienen el color verde de la prosperidad? ¡He visto cenizas! ¡He visto muerte! Pensad, la plaga está en vuestras tierras y se extiende sin cesar por la Fractura, en menos tiempo del que tardáis para quemar vuestros campos y librar la tierra de las esporas mortíferas. No habrá próxima cosecha de lusavándula. En Zimroel habrá estómagos vacíos. ¿Quién puede recordar una época como ésta? Aquí hay una mujer cuya vida se ha prolongado durante muchos reinados, llena de la sabiduría que otorgan los años. ¿Ha presenciado ella tiempos como éstos? Hablo de usted, Aximaan Threysz, un nombre respetado en la provincia entera: sus campos fueron quemados, sus cultivos han quedado corrompidos, su vida se ha frustrado cuando estaba a punto de concluir…
—Madre, está hablando de ti —musitó bruscamente Heynok.
Aximaan sacudió la cabeza con aire de incomprensión. Se había perdido entre el torrente de palabras.
—¿Para qué hemos venido? ¿Qué está diciendo ese hombre?
—¿Qué dice usted, Aximaan Threysz? ¿Acaso el Divino ha dejado de bendecir el valle de Prestimion? ¡Usted sabe que sí! ¡Pero no por los pecados de usted, ni por los pecados de ninguno de los presentes! Yo os aseguro que se trata de la ira del Divino que cae imparcialmente sobre el mundo, que se lleva la lusavándula del valle de Prestimion, el milaile de Ni-moya, la estacha de Falkynkip y quién sabe qué cultivo será el siguiente, qué plaga nos tocará sufrir, y todo por culpa de un monarca falso…
—¡Traición! ¡Traición!
—Un monarca falso, lo afirmo, ha ocupado el Monte y gobierna falsamente, un usurpador rubio que…
—Ah, ¿han vuelto a usurpar el trono? —murmuró Aximaan—. Pero si hace cuatro días estábamos escuchando el rumor de que alguien había subido al trono maliciosamente…
—Yo digo: que él nos demuestre que es el elegido del Divino. ¡Que el gran desfile pase por aquí y que él deje que lo veamos y nos demuestre que es la Corona auténtica! Creo que él no hará tal cosa. Creo que él no puede hacer tal cosa. Y creo que, mientras tengamos que sufrir su ocupación del Castillo, la ira del Divino caerá sobre nosotros de formas más terribles todavía hasta que…
—¡Traición!
—¡Dejadle que hable!
Heynok tocó el brazo de Aximaan.
—Madre, ¿te encuentras bien?
—¿Por qué están todos tan enfadados? ¿Por qué chillan?
—Tal vez debería llevarte a casa, madre.
—¡Yo digo, abajo el usurpador!