Al llegar a los Siete Muros la Corona debía cumplir los ritos de arribada, acelerando su transición del mundo de la acción que constituía su esfera habitual al mundo del espíritu en el que la Dama gobernaba. Mientras practicaba estos ritos (el baño ceremonial, la cremación de hierbas aromáticas, meditación en una sala privada cuyas paredes eran etéreos damasquinados en mármol) Valentine dejó que Carabella se encargara de leer los despachos acumulados durante las semanas del viaje por mar. Y cuando regresó, limpio y sosegado, dedujo al instante de la severa expresión de los ojos de su esposa que había concluido los ritos demasiado pronto, que iba a volver con brusquedad al dominio de los hechos.
—¿Hasta qué punto son malas las noticias? —preguntó.
—Difícilmente podrían ser peores, mi señor.
Carabella le entregó el fajo de documentos, que había seleccionado de forma que las hojas superiores permitieran comprender la esencia de los documentos más importantes. Malogro de las cosechas en siete provincias… grave escasez de alimentos en muchas zonas de Zimroel… emigración en masa del corazón del continente hacia las ciudades costeras del oeste… auge repentino de un culto religioso oscuro y antiguo, de carácter apocalíptico y profético, centrado en la creencia de que los dragones marinos eran seres sobrenaturales y no tardarían en llegar a las costas para anunciar el nacimiento de una época nueva…
Valentine alzó los ojos, estupefacto…
—¿Todo esto en tan poco tiempo?
—Y se trata solamente de informes incompletos, Valentine. En realidad nadie sabe qué está pasando allí en estos momentos… La distancia es muy grande, los canales de comunicación funcionan mal…
La mano de Valentine buscó la de su esposa.
—Todo lo previsto en mis sueños y visiones está ocurriendo. La oscuridad se acerca, Carabella, y yo soy lo único que hay en su camino.
—Hay personas que te apoyan, amor mío.
—Lo sé. Y lo agradezco. Pero en el último momento quedaré solo, ¿y qué haré entonces? —Sonrió pesarosamente—. En cierta época, cuando actuamos en el Circo Perpetuo de Dulorn, ¿recuerdas?, el conocimiento de mi identidad verdadera tan sólo acababa de penetrar en mi conciencia. Y hablé con Deliamber y le dije que mi destronamiento tal vez era voluntad del Divino, que si el usurpador conservaba mi nombre y mi trono quizá fuera para bien de Majipur, porque yo no tenía deseos de ser rey y él podía demostrar que era un gobernante capacitado. Cosa que Deliamber negó rotundamente, me contestó que sólo podía existir un monarca legalmente consagrado y que ese monarca era yo y debía recuperar mi lugar. Me pides mucho, repuse. «La historia exige mucho», replicó él. «La historia ha exigido, en mil mundos y durante milenios, que los seres inteligentes elijan entre orden y anarquía, entre creación y destrucción, entre razón y sinrazón.» Y añadió: «Es muy importante, mi señor, enormemente importante, el hecho de quién es la Corona y quién no lo es.» Jamás he olvidado sus palabras y jamás las olvidaré.
—¿Y qué le contestaste?
—Contesté «sí» y luego agregué, «tal vez», y Deliamber me dijo, «Vagaréis del sí al tal vez durante mucho tiempo, pero el sí acabará dominando.» Le hice caso y en consecuencia recobré el trono… y sin embargo día tras día nos alejamos más del orden, la creación y la razón y nos acercamos más a la anarquía, la destrucción y la sinrazón. —Valentine la miró, angustiado—. ¿Acaso Deliamber se equivocó? ¿Importa realmente quién es la Corona y quién no lo es? Creo ser buena persona y a veces pienso incluso que soy un gobernador sensato. Y pese a ello el mundo está derrumbándose, Carabella, a pesar de todos mis esfuerzos o por culpa de ellos, no lo sé. Tal vez hubiera sido mejor para todos que yo siguiera siendo malabarista.
—Oh, Valentine ¡qué tonterías estás diciendo!
—¿Tonterías?
—¿Pretendes decir que si hubieras dejado el timón a Dominin Barjazid este año habría tenido una magnífica cosecha de lusavándula? ¿Cómo puedes culparte del fracaso de las cosechas en Zimroel? Son calamidades naturales, con causas naturales, y encontrarás una forma correcta de hacerles frente, porque la corrección es tu norma y eres el elegido del Divino.
—Soy el elegido de los príncipes del Monte del Castillo —dijo Valentine—. Son humanos y falibles.
—El Divino habla por mediación de ellos en el momento de elegir a la Corona. Y el Divino no pretendía que tú fueras el instrumento de la destrucción de Majipur. Estos informes son graves pero no terroríficos. Dentro de unos días hablarás con tu madre y ella te fortalecerá, puesto que el cansancio te debilita. Después continuaremos el viaje a Zimroel y tú resolverás los problemas.
—Eso espero, Carabella. Pero…
—¡Lo sabes perfectamente, Valentine! Te lo repito, mi señor, me resulta difícil reconocer en ti al hombre que conozco, cuando hablas de esa forma tan lúgubre. —Dio unos golpecitos al fajo de documentos—. No pretendo quitar importancia a estos hechos. Pero creo que podemos hacer para mucho eliminar la oscuridad, y lo haremos.
Valentine asintió muy despacio.
—Lo mismo opino, casi siempre. Pero algunas veces…
—Algunas veces es mejor no pensar. —Sonó un ruido en la puerta—. Bien, nos interrumpen y lo agradezco, porque estoy cansada de oírte decir cosas tristes, cariño.
Abrió la puerta a Talinot Esulde.
—Mi señor —dijo la jerarca—, vuestra madre la Dama ha llegado y desea veros en el salón esmeralda.
—¿Mi madre aquí? ¡Pero si esperaba verla mañana, en el Templo Interior!
—Ha venido a veros —dijo Talinot, sin inmutarse.
El salón esmeralda era un estudio en verde: paredes de serpentina verde, suelos de ónice verde, láminas translúcidas de jade en lugar de ventanas. La Dama se hallaba en el centro del salón, entre los dos inmensos tanigales dispuestos en macetas, cubiertos de fulgurantes flores color verde metálico, que eran prácticamente todo lo que había en la habitación. Valentine se acercó rápidamente. Ella le estrechó las manos y, con el roce de las puntas de los dedos, Valentine notó la vibración familiar, la corriente que brotaba de su madre, la fuerza sagrada que, como el agua de las fuentes que se filtra en los pozos, se había acumulado en ella durante los muchos años de contacto íntimo con los millones de almas de Majipur.
Valentine había hablado en sueños con ella muchas veces, pero no la había visto desde hacía años y no estaba preparado para ver los cambios que el tiempo había obrado en su madre. Era una mujer hermosa todavía: el paso de los años no había alterado ese rango. Mas la edad la había cubierto de un velo finísimo y el brillo había desaparecido del cabello negro, la simpatía de la mirada había menguado ligeramente y la piel era como si ya no pudiera asirse a la carne. Sin embargo la Dama se conservaba tan espléndida como siempre e iba, como siempre, soberbiamente vestida de blanco, con una flor en la oreja y la cinta plateada distintiva de su dignidad en la frente: un personaje elegante y majestuoso, fuerte, infinitamente compasivo.