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—No. No. No. Nada me hará dudar. Arrodillarse ante la Danipiur es la única forma de poner fin al desastre que se abate sobre Zimroel.

—¿Tan seguro estáis, mi señor —dijo Deliamber—, de que todo se reduce a eso?

—Hay que probarlo. De eso estoy convencido, y nunca podréis hacerme dudar de mi resolución.

—Mi señor —comentó Sleet—, fueron los cambiaspectos los que os despojaron del trono por medios mágicos, o eso recuerdo yo, y creo que vos también guardaréis algún recuerdo de ello. En estos momentos el mundo se halla al borde de la locura y vos proponéis poneros en manos de los metamorfos, en aquellas selvas sin caminos. ¿Os parece una idea…?

—¿Sensata? No. ¿Necesaria? Sí, Sleet. Que haya un monarca más o un monarca menos es algo sin importancia. Hay otros muchos hombres que pueden ocupar mi lugar y actuar igualmente bien, o mejor. Pero el destino de Majipur es muy importante. Debo ir a Ilirivoyne.

—Os lo ruego, mi señor…

—Yo soy el que ruega —contestó Valentine—. Hemos hablado suficiente. Mi decisión es firme.

—Iréis a Piurifayne —dijo Sleet con aire de incredulidad—. Os entregaréis a los cambiaspectos.

—Sí —replicó la Corona—. Me entregaré a los cambiaspectos.

III

EL LIBRO DEL CIELO ROTO

1

Millilain siempre recordaría el día de la proclamación del primero de los nuevos monarcas, puesto que ese día pagó cinco coronas por un par de salchichas fritas.

Era mediodía y ella iba a reunirse con su marido en la tienda que tenían en la explanada del puente de Khyntor. Había comenzado el tercer mes de la Escasez. Así lo denominaban todos en Khyntor, la Escasez, aunque en su fuero interno Millilain tenía un nombre más reaclass="underline" el hambre. Nadie se moría de hambre, todavía no, pero nadie tenía suficientes alimentos y la situación parecía empeorar día tras día. Hacía dos noches, ella y Kristofon cenaron tan sólo una escasa ración de gachas con calimbotes secos y algunas raíces de ghumba. La cena de esta noche iba a ser budín de estacha. Y mañana… ¿quién lo sabía? Kristofon hablaba de ir a cazar animales pequeños, mintunos, droles, algo así, en el parque de Prestimion. ¿Filete de mintuno? ¿Pechuga de drole rustida? Millilain se estremeció. Después llegaría el potaje de sabandijas, probablemente. Con hojas hervidas de palmera como guarnición.

Recorrió la avenida de Ossier hasta el punto donde se desviaba hacia el camino del Zimr, que conducía a la explanada del puente. Y al pasar junto a las oficinas del protectorado llegó hasta ella el olor inconfundible e irresistible de las salchichas fritas.

Es una alucinación, pensó. O un sueño, tal vez.

En otros tiempos habían habido decenas de vendedores de salchichas en la explanada. Pero desde hacía semanas Millilain no veía a uno solo. En esa época era difícil que llegara carne: se hablaba de ganado muerto en los territorios rancheros del oeste por falta de piensos, y decían que los embarcos de reses de Suvrael, donde al parecer todo iba bien, se veían afectados por las manadas de dragones que recorrían las rutas marítimas.

Pero el olor a salchichas a la brasa era francamente auténtico. Millilain miró en todas direcciones en busca de la fuente del aroma.

¡Sí! ¡Allí!

No era una alucinación. No era un sueño. Increíble, asombroso: un vendedor de salchichas a la brasa había aparecido en la explanada, un lii menudo y encorvado con un viejo carro lleno de abolladuras en el que alargados embutidos rojos pendían en brochetas sobre el fuego de carbón. El vendedor estaba allí tan tranquilo, como si el mundo no hubiera sufrido cambio alguno. Como si no existiera Escasez. Como si los comercios no tuvieran horarios de tres horas (ése era el tiempo que tardaban en agotar todas sus existencias de comestibles).

Millilain echó a correr.

También otras personas estaban corriendo. Convergieron en las salchichas procedentes de todos los lados de la explanada como si el vendedor estuviera regalando monedas de diez reales. Pero de hecho lo que él ofrecía era más precioso que cualquier reluciente pieza de plata.

Millilain corrió como no había corrido nunca, moviendo frenéticamente los codos, levantando al máximo las rodillas, con el cabello flotando detrás. Un mínimo de cien personas corrían hacia el lii y el carro de éste. Imposible que tuviera mercancía para todos. Pero Millilain se hallaba más cerca que nadie: había visto antes al vendedor, era la que más corría. Una hembra yort de largas piernas le pisaba los talones, y un skandar vestido con un ridículo traje civil había salido por un lado y corría pesadamente sin dejar de gruñir. ¿Quién puede imaginar una época, pensó Millilain, en la que vas a la carrera para comprar salchichas a un vendedor ambulante?

La Escasez, el hambre, había empezado en algún lugar del oeste, en el territorio de la Fractura. Al principio Millilain pensó que era un hecho sin importancia, casi irreal, ya que ocurría muy lejos, en parajes realmente irreales para ella. Nunca había ido más allá de Thagobar. Cuando llegaron las primeras noticias, sintió una compasión abstracta por la gente que pasaba hambre en Mazadone, Dulorn y Falkynkip, pero era difícil creer en la realidad del rumor. Nadie pasaba hambre en Majipur, al fin y al cabo… Conforme fueron llegando más informes sobre la crisis del oeste, hablando de tumultos, grandes emigraciones o epidemias, Millilain llegó a pensar que esos hechos no sólo eran remotos en el espacio y en el tiempo, no sólo no estaban produciéndose en aquellos momentos sino que además debían haber surgido de algún libro de historia, eran incidentes de la época de lord Stiamot, por ejemplo, acontecidos hacía miles de años.

Pero posteriormente Millilain empezó a notar que las tiendas en las que compraba tenían escasas existencias de productos como nikas, hingamortes y gleinos. La culpa era de las cosechas malogradas en el oeste, decían los vendedores: del cinturón agrícola de la Fractura no llega casi nada y traer productos de otras es lento y costoso. Después productos básicos como la estacha y la roza fueron racionados, a pesar de que se cultivaban en la localidad y no había problemas agrícolas en la región de Khyntor. En esta ocasión la explicación fue que estaban enviando excedentes de alimentos a las zonas afectadas. «Todos debemos hacer sacrificios en estos momentos de extrema necesidad» y otras cosas por el estilo, afirmaba el decreto imperial. Luego llegó la noticia de que algunas enfermedades de las plantas habían aparecido también cerca de Khyntor, y en puntos orientales del río tan alejados como Ni-moya. Las cuotas de zuyol, roza y estacha se redujeron a la mitad, la lusavándula desapareció por entero del comercio, la carne empezó a escasear. Se habló de obtener suministros en Alhanroel y Suvrael, donde al parecer continuaba la normalidad. Pero eran simples habladurías, Millilain estaba convencida de ello. En el mundo entero no había suficientes barcos de carga para cambiar un poco la situación y, en el supuesto de que los hubiera, el coste habría sido prohibitivo. «Moriremos de hambre todos», comentó Millilain a Kristofon.

Finalmente la Escasez llegó a Khyntor.

La Escasez. El hambre.

Kristofon no creía que una sola persona fuera a morir de inanición. Siempre era un hombre optimista. Las cosas mejorarán de alguna manera, decía él. De alguna manera. Pero un centenar de personas corrían desesperadamente hacia un vendedor de salchichas.

La yort intentó sobrepasar a Millilain. Ésta le dio un fuerte empujón con el hombro y la derribó. Era la primera vez que golpeaba a otra persona. Notó una sensación extraña, como si estuviera mareada, y además algo apretaba su garganta. La Yort le lanzó maldiciones, pero Millilain siguió corriendo, con el corazón palpitando fuertemente y los ojos doloridos. Dio un empujón a otro de los que corrían y tras varios codazos se situó en la cola que se estaba formando. Delante, el lii entregaba salchichas comportándose en todo momento como todos los de su raza, impasible, ni mucho menos nervioso, eso parecía, por el gentío que se peleaba cerca de él.