En medio de este coqueto escenario estaba la Sra. Thayer. Aun sin maquillaje y con lágrimas en las mejillas estaba guapísima, como en la foto del Herald Star del día anterior. A su lado, una joven muy guapa, una versión adulta de Jill, y delante de ella, un joven muy apuesto con polo y pantalones a rayas, y con expresión de estar ahí a disgusto.
– Jill, no entiendo nada de lo que me decís, ni tú ni Lucy, pero hazme el favor de no gritar, cariño. Tengo los nervios destrozados.
Pasé al lado de Lucy y me acerqué al sillón donde se sentaba la Sra. Thayer.
– Sra. Thayer, siento mucho lo de su marido y lo de su hijo -dije-. Me llamo V. I. Warshawski. Soy detective privada. Su hija me pidió que viniera para ver si podía ayudarla.
El jovencito respondió dándoselas de importante.
– Soy el yerno de la Sra. Thayer, y creo poder decir, sin temor a equivocarme, que si mi suegro la echó de casa el sábado, probablemente no es bienvenida.
– Jill, ¿le llamaste tú? -preguntó la joven escandalizada.
– Sí, le llamé yo -dijo Jill con aire testarudo-. Y tú, Jack, no tienes ningún derecho a echarla; ésta no es tu casa. Le pedí que viniera y la he contratado para que averigüe quién mató a Pete y a papá. Ella cree que fue la misma persona.
– De verdad, Jill, la policía ya se encargará de eso. ¿Por qué quieres disgustar a mamá contratando a una detective?
– Eso mismo le estaba diciendo yo, Srta. Thorndale, pero por supuesto no me hizo caso -dijo Lucy triunfante.
A Jill se le crispaban las facciones otra vez, como si estuviera a punto de llorar.
– Tranquila, cielo -le dije-. El ambiente ya está bastante caldeado. ¿Por qué no me dices quién es quién?
– Lo siento -y tragó saliva-. Ésta es mi madre, mi hermana, Susan Thorndale, y su esposo Jack. Jack cree que porque puede mandar a Susan, también me puede mandar a mí, pero…
– Cálmate, Jill -le dije poniéndole la mano en el hombro.
Susan se había sonrojado.
– Jill, si no fueras una niña mimada, mostrarías un poco más de respeto por alguien como Jack, que tiene mucha más experiencia que tú. ¿Sabes lo que va a decir la gente sobre como mataron a papá? Porque parece el asesinato de una banda y la gente dirá que papá estaba involucrado.
En la última frase alzó considerablemente el tono de voz.
– De la mafia -dije.
Susan me miró desconcertada.
– Parece un asesinato de la mafia. Algunas bandas utilizan estos métodos para asesinar, pero la mayoría no tienen tantos recursos.
– Oiga -dijo Jack enfadado-. Ya le hemos pedido una vez que se vaya. ¿Por qué no nos deja en paz en vez de demostrarnos lo lista que es? Como ha dicho Susan, ya será bastante complicado explicar cómo murió el Sr. Thayer, para que encima tengamos que explicar por qué hemos contratado a una detective.
– ¿Sólo os importa eso? -gritó Jill-. ¿Lo que dirá la gente? Pete y papá han muerto y sólo os importa eso…
– A nadie le duele tanto como a mí que hayan matado a Peter -dijo Jack-, pero si hubiera hecho lo que quería tu padre y hubiera vivido en un sitio decente en lugar de vivir en aquella pocilga con una fulana, nunca lo hubieran matado.
– ¡Ah! -berreó Jill-. ¿Cómo puedes hablar así de Peter? Intentaba hacer algo interesante y verdadero, y no… Tú eres un falso. A ti y a Susan sólo os preocupa cuánto dinero ganáis y qué dirán los vecinos. ¡Os odio!
Se echó a llorar desconsoladamente y se arropó en mis brazos. Le di un achuchón y luego la rodeé con el brazo derecho mientras con el izquierdo buscaba pañuelos en el bolso.
– Jill -dijo su madre en tono de queja-. Jill, cielo, hazme el favor de no gritar de esa manera. Tengo los nervios a flor de piel y no puedo tolerar que grites. Me duele tanto como a ti que Peter esté muerto, pero Jack tiene razón: si hubiera escuchado a su padre, todo esto no habría sucedido, y tu padre no estaría… -se le rompió la voz y empezó a sollozar.
Susan abrazó a su madre para calmarla.
– ¡Mira lo que has conseguido! -dijo con rabia, aunque no sé si me lo decía a mí o a su hermana.
– Creo que ya ha causado bastantes problemas, detective polaca, como se llame… -empezó Lucy.
– ¡No te atrevas a hablarle así! -gritó Jill, con la voz amortiguada por mi hombro-. ¡Se llama Srta. Warshawski, y le llamarás Srta. Warshawski!
– Madre Thayer -dijo Jack compungido- no quisiera que te vieras afectada por esto, pero ya que Jill no hace caso a su hermana ni a mí, ¿puedes decirle que eche a esta mujer de casa?
– Jack, por favor -dijo su suegra apoyándose en Susan.
Le alargó la mano sin mirarle a la cara y me pareció curioso que no se le enrojecieran los ojos.
– No tengo fuerzas para soportar los ataques de mal humor de Jill.
Sin embargo, se aposentó, y sin soltarle la mano a Jack, miró a Jill con seriedad.
– Jill, no toleraré una de tus rabietas. Ni tú ni Peter hacéis caso de lo que os dicen. Si Peter nos hubiera hecho caso, ahora no estaría muerto. Hemos perdido a Pete y a John. No puedo soportar nada más. Así que deja de hablar con la detective. Te está utilizando para salir en los periódicos y no sería capaz de soportar otro escándalo en la familia.
Antes de que pudiera reaccionar, Jill se deshizo de mi abrazo y se acercó a su madre acalorada.
– ¡No me hables en ese tono! -gritó-. Yo estoy afectada por lo de papá y Peter, y tú no. La única que monta escándalos en esta casa eres tú. ¡Todo el mundo sabe que no querías a papá! ¡Todo el mundo sabe lo que pretendíais tú y el Dr. Mulgrave! Papá estaría…
Susan se levantó del sillón y dio una bofetada a su hermana.
– Eres una mocosa. ¿Te quieres callar de una vez?
La Sra. Thayer se puso a llorar en silencio. Jill no pudo soportar la situación y volvió a sollozar.
En aquel instante entró un hombre con aire preocupado acompañado por un guardia. Fue hasta la Sra. Thayer y le estrechó las manos.
– Margaret, he venido enseguida que me he enterado de la noticia. ¿Cómo estás?
Susan se sonrojó. Jill dejó de sollozar. Jack se sintió atrapado. La Sra. Thayer puso cara de pena en honor al recién llegado.
– Ted, qué atento eres -dijo con dignidad en apenas un susurro.
– El Dr. Mulgrave, supongo -dije.
Soltó las manos de la Sra. Thayer y se puso derecho.
– Sí, soy el Dr. Mulgrave -dijo y miró a Jack-. ¿Es policía?
– No -dije-, soy investigadora privada. La Srta. Thayer me ha contratado para que averigüe quién mató a su hermano y a su padre.
– ¿Margaret? -preguntó incrédulo.
– No. La Srta. Thayer. Jill -dije.
Jack dijo:
– La Sra. Thayer le acaba de pedir que se vaya de esta casa y que deje en paz a su hija. Creo que incluso una oportunista como usted entiende la indirecta.
– Cálmate, Thorndale -dije-. ¿Qué te carcome? Jill me pidió que viniera porque está muerta de miedo, como lo estaría cualquiera con todo este asunto. Pero vosotros estáis tan a la defensiva que me gustaría saber qué escondéis.
– ¿A qué se refiere? -gruñó.
– ¿Por qué no quieres que investigue la muerte de tu suegro? ¿Qué temes que descubra? ¿Que él y Peter te pillaron con las manos en la masa y tuviste que matarlos para que mantuvieran la boca cerrada?
Hice oídos sordos a su grito ahogado.
– ¿Y usted, doctor? ¿Acaso el Sr. Thayer descubrió que es el amante de su esposa y la amenazó con divorciarse? ¿Pero usted pensó que una viuda rica era mucho mejor que una mujer que probablemente no tenía derecho ni a pensión alimenticia?
– Oiga, como quiera que se llame. No tengo por qué escuchar todas esas mentiras -dijo Mulgrave.
– Entonces, váyase -dije-. O tal vez Lucy utiliza la casa como centro de operaciones para organizar robos en esta zona residencial. Las criadas acostumbran a saber dónde se guardan las joyas y los documentos importantes. Cuando el Sr. Thayer y su hijo estaban a punto de pillarla, contrató a alguien para que los matara.