El rascacielos acristalado de Ajax estaba situado en la avenida Michigan con Adams. El Loop está limitado al este por Michigan. En una acera está el Instituto de Arte y en la otra el Grant Park, que se extiende hasta el lago con parterres y bonitos surtidores. Escogí el banco Dearborn, en la calle La Salle, para limitar el oeste, y recorrer desde Van Buren, dos manzanas al sur de Ajax, hasta Washington, tres manzanas al norte. Fue una decisión totalmente arbitraria pero en esta zona había suficientes bares para estar entretenida un buen rato; siempre estaba a tiempo de expandirla si era necesario.
Bajé del autobús unos metros más allá del Instituto de Arte, en Van Buren. Me sentía muy pequeña entre edificios tan altos y con tanto que recorrer. No sabía cuánto tendría que beber para obtener respuestas de los miles de camareros que tendría que interrogar. Seguramente existía una forma mejor de conseguir la información que necesitaba, pero a mí no se me ocurría otra. Tenía que trabajar con lo que tenía más a mano. No tenía a Peter Wimsey en casa para que me dijera cuál era el paso más lógico a seguir.
Me encogí de hombros y caminé media manzana hasta llegar al primer bar de Van Buren, el Spot. Después de meditar qué historia les podía contar, pensé que lo mejor era decir algo que se aproximara a la verdad.
El Spot era un bar estrecho y oscuro que parecía un furgón de cola. Tenía mesas separadas por biombos a la izquierda, y una barra a lo largo de la pared derecha con un pequeño hueco para que la camarera regordeta y blancucha pasara y atendiera a los clientes de las mesas.
Me senté en un taburete de la barra. El camarero estaba limpiando vasos. Ya no quedaba casi nadie comiendo; sólo algunos bebedores empedernidos al final de la barra. Un par de mujeres apuraban hamburguesas y daiquiris en una mesa. El camarero siguió con su trabajo de forma metódica y no me atendió hasta que no acabó de enjuagar el último vaso. Yo lo esperé mirando al vacío como si tuviera todo el tiempo del mundo para perder.
Aunque la cerveza no era mi bebida preferida, si tenía que pasarme el día de bar en bar, seguramente era la más apropiada. No me emborracharía; o al menos no tan rápidamente como si tomara vino o licor.
– Una cerveza de barril, por favor -dije.
Fue a llenarme una copa de cerveza espumosa. Cuando me la trajo, le enseñé las fotos.
– ¿Alguna vez ha visto a estos hombres por el bar? -le pregunté.
Me lanzó una mirada de desprecio.
– ¿Es de la pasma o algo así?
– Sí. ¿Ha visto a estos hombres por el bar?
– Voy a llamar al jefe -dijo, e inmediatamente gritó-: ¡Herman!
De una de las mesas del fondo del bar se levantó un hombre robusto con un jersey de poliéster. No me había fijado en él cuando entré, pero entonces me di cuenta de que estaba sentado con una camarera. Estaban comiendo aprovechando que ya había pasado la hora punta de clientes.
El hombre robusto se puso al lado del camarero, detrás de la barra.
– ¿Qué pasa, Luke?
Luke me señaló con la cabeza.
– Esta señorita quiere hacerte una pregunta -contestó y se fue a apilar los vasos distribuidos piramidalmente a ambos lados de la caja registradora. Herman se me acercó. Aunque las facciones muy marcadas le daban un aire de hombre duro, parecía buena persona.
– ¿Qué desea, señora?
Le enseñé las fotos.
– Intento averiguar si han visto alguna vez a estos dos hombres juntos -dije en un tono neutro.
– ¿Es por motivos legales?
Le enseñé mi licencia de detective.
– Soy investigadora privada. Se está llevando a cabo una investigación del gran jurado y se cree que ha habido un acto de connivencia entre un testigo y un miembro del jurado -dije enseñándole también mi carné de identidad.
Se miró el carné unos segundos, resopló y me lo devolvió bruscamente.
– Sí, ya veo que es investigadora privada, pero no he oído nada de esta historia del gran jurado. Conozco a este hombre -y señaló la foto de Masters-. Trabaja en Ajax. No viene a menudo pero desde que tengo este negocio viene unas tres veces al año.
No dije nada, pero me tomé un trago de cerveza. Cualquier cosa para aliviar una situación incómoda.
– También le diré que este otro no ha venido nunca, al menos cuando yo estaba aquí -soltó una carcajada y me dio una palmadita en la mejilla-. Tranquila, tesoro, no le diré a nadie que ha pasado por aquí.
– Gracias -dije secamente-. ¿Cuánto es la cerveza?
– Invita la casa.
Soltó otra carcajada y se marchó hacia la mesa para acabar de comer. Tomé otro trago de cerveza, dejé un dólar en la barra para Luke y salí tranquilamente del bar.
Bajé por Van Buren y pasé por los almacenes Sears más grandes de Chicago. La otra acera estaba llena de restaurantes de comida rápida, pero tuve que cruzar a la siguiente manzana para encontrar otro bar. El camarero se miró las fotos sin comprender nada y llamó a una camarera. Ella se miró las fotos más detenidamente y al final señaló a McGraw.
– Me suena -dijo-. ¿Sale en la tele o algo así?
Le dije que no y le pregunté si lo había visto alguna vez en el bar. No estaba segura pero creía que no. ¿Y Masters? Tampoco lo creía pero después de ver a tantos hombres de negocios con traje y el pelo canoso, al final le parecían todos iguales. Dejé dos monedas en la barra, una para el camarero y otra para la camarera y salí del bar para seguir la ruta.
Su pregunta sobre si salía en televisión me dio una idea para el siguiente bar. Les dije que estaba haciendo un estudio sobre la capacidad de los telespectadores de recordar a los personajes que aparecían en televisión. Les pregunté si habían visto alguna vez a aquellos dos hombres juntos. Aunque se miraron las fotos con mayor interés, tampoco obtuve ningún resultado.
En este bar tenían puesto el partido. Estaban al final de la cuarta entrada y Cincinnati ganaba 4-0. Buttner lanzó un sencillo y lo eliminaron en un doble cuando yo salía del bar. En total fui a treinta y dos bares y pude seguir el partido a trozos. Los Cubs perdieron 6-2. Había pasado por la mayoría de bares de la zona. Sólo en un par de sitios reconocieron a McGraw, pero era posible que les sonara porque había salido muchas veces en el periódico. Seguramente a la gente también les sonaría Jimmy Hoffa. En otro bar conocían a Masters de vista y sabían que trabajaba en Ajax, y Bill conocía su nombre y su cargo. Pero en ningún sitio recordaban haberlo visto junto a McGraw. En algunos bares fueron tan desagradables que tuve que amenazarles y sobornarles para que me contestaran. En otros bares me atendieron sin problema. Y en el resto, como en el Spot, llamaron al jefe para que decidiera él. Pero en ningún bar los habían visto a los dos juntos.
A las seis llegué a Washington con State, dos manzanas al oeste de Michigan. Había dejado de beber las cervezas que pedía a partir del quinto bar. Aun así, estaba hinchada, acalorada y un poco deprimida. Había quedado con Ralph a las ocho para cenar. Decidí dar la tarde por finalizada y volver a casa para ducharme.