Выбрать главу

Dejé de hablar con Masters, y me dirigí a Tony.

– Ya no eres tan bueno como antes, cielo. Te vieron enfrente de casa de Thayer. El testigo está bajo protección policial. Dejaste pasar la oportunidad de acabar con él in situ.

Earl montó en cólera de nuevo.

– ¿Existe un testigo y no lo viste? -soltó a forma de alarido-. ¡Maldita sea! No sé por qué te pago. Para contratar a un aficionado, puedo coger a cualquiera de la calle. ¿Y Freddie? Le pago para vigilar a alguien y no ve nada. ¡Sois unos imbéciles y unos incompetentes! -dijo agitando sus rechonchos y cortos brazos para escenificar su rabia.

Miré a Ralph de reojo; estaba pálido, seguramente en estado de shock. Pero ahora no podía ayudarle. Jill me sonrió con disimulo. Había captado el mensaje: a la que Tony dejara de apuntarla, se tiraría al suelo y se escondería detrás del sillón.

– Lo siento, chicos -dije compungida-, habéis cometido tantos errores que añadir tres cadáveres más a esta historia no os ayudaría en absoluto. Ya te lo dije, Earclass="underline" Bobby Mallory no se deja sobornar. No puedes cargarte a cuatro personas por un mismo caso y salirte con la tuya.

Earl sonrió con suficiencia.

– Nunca han logrado inculparme de un solo asesinato, Warchoski, y tú lo sabes.

– Me llamo Warshawski, alemán de mierda. ¿Sabes por qué los chistes polacos son tan cortos? -pregunté a Masters-. Para que los alemanes puedan recordarlos.

– Ya está bien, Warchoski o como te llames -dijo Masters con el mismo tono autoritario que usaría para imponerse a sus trabajadores más jóvenes-. Dime dónde está la hija de McGraw. Jill es como si estuviera muerta. Odio tener que hacerlo porque la conozco desde que nació, pero no puedo arriesgarme. Eso sí, te daré a escoger. Puedo decirle a Tony que la mate de un disparo, una muerte rápida y limpia, o puedo pedirle que la viole mientras tú miras y que luego la mate. Si me dices dónde está la hija de McGraw, le ahorrarás un montón de sufrimiento.

Jill se puso muy pálida y abrió sus ojos negros de par en par.

– ¡Yardley, por favor! -dije-. Me estás asustando con tus amenazas. ¿De verdad crees que Tony la violará si tú se lo pides? ¿Por qué crees que lleva una pistola? Porque no se le levanta, nunca se le ha levantado, y se conforma con llevar un enorme pene en la mano.

Mientras hablaba me apoyaba con las manos en el sofá para darme impulso. Tony se puso como un tomate y soltó un alarido estremecedor. Se giró para apuntarme.

– ¡Ahora! -grité mientras saltaba.

Jill se tiró al suelo y se escondió tras el sillón. La bala de Tony se desvió, y yo le di un manotazo en el brazo con tanta fuerza como para romperle el hueso. Gritó de dolor y dejó caer la Browning. Mientras me daba la vuelta para cogerla, Masters me embistió y la atrapó. Me apuntó con la Browning mientras se levantaba del suelo. Retrocedí unos pasos.

El ruido del disparo de Tony había conseguido sacar a Ralph del trance. Por el rabillo del ojo vi como se acercaba al teléfono y descolgaba el auricular. Masters también lo vio y se giró para dispararle. En el instante en que se giró, me tiré al suelo y cogí la Smith & Wesson. Cuando Masters se volvió con el dedo preparado en el gatillo, le disparé en la rodilla. No estaba acostumbrado al dolor: se desplomó con un grito de agonía y dejó caer la pistola. Earl, que se había quedado en segundo plano como si también formara parte de la contienda, intentó recogerla. Le disparé en la mano. Aunque estaba desentrenada y fallé, se echó atrás del susto.

Apunté a Tony con la Smith & Wesson.

– Al sofá. Vamos.

Le resbalaban lágrimas por la mejilla. El brazo derecho le colgaba de una forma un poco extraña: le había roto el cubito.

– La verdad es que sois pura escoria. Me encantaría mataros a los tres. El estado se ahorraría un montón de dinero. Si alguien intenta coger aquella pistola, os mato. Earl, mueve tu precioso culo hasta el sofá y siéntate al lado de Tony.

Parecía un crío de dos años cuya madre le acabara de pegar una zurra. Tenía los músculos de la cara tan tensos que parecía que también se pondría a llorar. Se sentó al lado de Tony. Recogí la Browning del suelo sin dejar de apuntarles ni un momento. Masters estaba tumbado en la alfombra sangrando. Apenas podía moverse.

– Seguro que a la policía le gustará esta pistola -dije-. Me juego lo que sea a que disparó la bala que mató a Peter, ¿verdad, Tony?

Llamé a Jill.

– ¿Sigues viva, cariño?

– Sí, Vic -dijo con una vocecita.

– Bien. Ahora ya puedes salir, y marcarás el número que te diré. Llamaremos a la policía para que venga a recoger esta basura. Después podrías llamar a Lotty y pedirle que viniera para echar un vistazo a Ralph.

Ojalá que quedara algo de Ralph cuando llegara Lotty. No se movía pero no podía acercarme a él. Había caído demasiado lejos y detrás del sofá; si me acercara, no podría apuntar bien a los otros con el sofá y la mesa de por medio.

Jill salió de su escondite. Su cara oval seguía pálida y estaba temblando un poco.

– Pasa por detrás de mí -le dije- y respira hondo unas cuantas veces. Dentro de nada podrás desahogarte y relajarte, pero por ahora tienes que aguantar y ser valiente.

Evitó mirar a Masters, que sangraba en el suelo, y fue hasta el teléfono. Le di el teléfono de la comisaría y le dije que preguntara por Mallory. Se había ido a casa, dijo Jill. Le di el número de casa.

– ¿Puedo hablar con el teniente Mallory, por favor? -dijo muy educadamente con su voz clara.

Cuando Mallory se puso al teléfono, le dije que me acercara el aparato pero sin pasar por delante de mí.

– ¿Bobby? Vic. Estoy en el dos, cero, tres de Elm Street con Earl Smeissen, Tony Bronsky, y un tipo de Ajax llamado Yardley Masters. Masters tiene la rodilla destrozada, y Bronsky el cubito roto. También tengo el arma que utilizaron para matar a Peter Thayer.

Mallory hizo un sonido explosivo al otro lado del teléfono.

– No me estarás gastando una broma, Vic…

– Bobby. Soy hija de policía. Nunca gasto este tipo de bromas. El dos, cero, tres de la calle Elm. Apartamento diecisiete, cero, ocho. Intentaré no cargármelos antes de que llegues.

18.- La sangre pesa más que el oro

Eran las diez, y la enfermera negra bajita dijo:

– No tendríamos que permitirle la entrada, pero dice que no se dormirá hasta que no la haya visto.

La seguí hacia la habitación en la que estaba Ralph, con la cara aún muy pálida, pero con intensidad en su mirada gris. Lotty había hecho un buen trabajo con el vendaje, y el médico del hospital Passavant se había limitado a cambiarle la ropa. Como decía Lotty, había vendado muchas heridas de bala.

Paul, desesperado, había acompañado a Lotty al piso de Ralph. Al llegar a Winnetka había convencido a Lucy para que le dejara entrar veinte minutos después de que Masters hubiera recogido a Jill en coche. De ahí fue directo a casa de Lotty. Me llamaron a casa, y llamaron a la policía para decir que Jill había desaparecido, pero, por suerte, se quedaron en casa de Lotty al lado del teléfono.

Jill se lanzó llorando a los brazos de Paul cuando llegaron, y Lotty hizo una de sus características sacudidas de cabeza:

– Buena idea. Llévatela de aquí y dale un poco de brandy.

Después reparó en Ralph, que estaba sangrando inconsciente en una esquina. La bala le había entrado por el hombro derecho y le había desgarrado parte del músculo y del hueso, pero la herida era limpia porque le había salido por la espalda.