Выбрать главу

– Ya lo tengo, es aquí. Fuera lo que fuera lo que el hombre quería señalar, está aquí. -Tomó el papel de Brunetti, lo miró un momento y se volvió hacia la fábrica De Cal-. La segunda serie de coordenadas nos llevaría ahí dentro.

El piloto comprobó el GPS y volvió a mirar en derredor.

– Seguramente el tercer sitio se encuentra allí -dijo señalando a la fábrica del otro lado del campo, a la derecha de la De Cal.

Brunetti miró alrededor. ¿Podía verse desde aquí algo que no fuera visible desde otro ángulo? Los dos hombres giraron sobre sí mismos varias veces, y sin mencionar siquiera la posibilidad de que hubieran de ver algo, la descartaron. Brunetti se volvió hacia la fábrica De Cal, y los dos oyeron el chapoteo que sonó cuando levantó el pie. Al llegar, no habían reparado en la humedad del terreno, pero ahora, al mover los pies, vieron cómo las huellas de sus zapatos se llenaban de agua rápidamente.

Los dos tuvieron la misma idea.

– Tengo un cubo en la lancha, comisario, por si quiere llevar un poco de esto a Bocchese.

– Sí -dijo Brunetti, sin estar seguro de lo que podía haber allí, pero convencido de que había algo.

Se quedó esperando mientras el piloto se alejaba en dirección a la lancha, rodeando la fábrica. De vez en cuando, movía los pies y percibía el chasquido viscoso del barro.

Foa no tardó en volver con un cubo y una pala de plástico, como los que usan los niños para jugar en la playa. Al ver que Brunetti miraba esos objetos con atención, el piloto apretó los labios nerviosamente.

– Algún fin de semana me llevo la lancha para repasar el motor.

– ¿Su hija le ayuda?

– Sólo tiene tres años -sonrió Foa-, pero le gusta ir conmigo a pescar almejas a la laguna.

– Mejor salir en un barco que uno conoce bien -dijo Brunetti-. Sobre todo, llevando a una niña.

Foa respondió con una sonrisa.

– El combustible lo pago de mi bolsillo -dijo, y Brunetti le creyó.

Le gustó que a Foa le pareciera importante decírselo.

Brunetti hundió la pala en el suelo y echó varias paladas de barro en el cubo que sostenía Foa. Luego, haciendo presión con la pala en sentido horizontal, recogió sólo agua que agregó al barro.

A su izquierda, sonó una voz que preguntaba:

– ¿Qué hacen aquí?

Brunetti se levantó. Hacia ellos venía un hombre de la fábrica que, según tenía entendido, pertenecía a Gianluca Fasano.

– ¿Qué hacen aquí? -repitió el recién llegado al que, al parecer, no impresionaba el uniforme de Foa.

Era alto, más que Vianello, y también más grueso. Una frente protuberante le hacía sombra en los ojos, incluso a la luz de la mañana. Tenía los labios finos y agrietados, y la piel de alrededor enrojecida.

– Buenos días -dijo Brunetti, yendo hacia el hombre con la mano extendida. Su gesto sorprendió al desconocido, que no supo sino estrechársela-. Soy el comisario Guido Brunetti.

– Palazzi -dijo el otro-, Raffaele.

Foa se acercó, Brunetti hizo las presentaciones y los dos hombres también se dieron la mano.

– ¿Pueden decirme qué hacen? -preguntó Palazzi moderando el tono.

– He sido encargado de investigar la muerte de l’uomo di notte. Me han informado de que también trabajaba en la fábrica de ustedes.

– Sí -dijo Palazzi, y señaló el cubo-. ¿Qué es eso?

– Tomamos una muestra del suelo de la propiedad del signor De Cal -dijo Brunetti, señalando el lugar en el que se encontraban cuando Palazzi los había visto.

– ¿Para qué? -preguntó el hombre con verdadera curiosidad.

– Para analizarla -dijo Brunetti.

– ¿Es por lo de Giorgio?

– ¿Usted lo conocía?

– Oh, lo conocíamos todos -dijo Palazzi con sonrisa apenada-. Pobre hombre. Hacía, ¿cuánto?, seis años que lo conocía. -Meneó la cabeza como si lo sorprendiera el tiempo que hacía que conocía al muerto.

– ¿Entonces lo conocía ya antes de que naciera su hija?

– Pobrecillo. Nadie se merece una cosa así.

– ¿Nadie se merece qué, signor Palazzi? -preguntó Brunetti, dejando el cubo en el suelo, para dar a entender que se disponía a mantener una conversación larga.

Foa separó los pies y relajó la postura.

– Esa niña. Que naciera así. Yo tengo dos hijos, normales, gracias a Dios.

– ¿Ha visto a la hija del signor Tassini?

– No, pero él nos hablaba de ella. Nos contó todo lo sucedido.

– ¿Les dijo por qué creía él que estaba así? -preguntó Brunetti.

– ¡Ay, Señor! Cien veces nos lo dijo, hasta que ya nadie quería escucharle. -Palazzi pensó un momento-: Ahora que ha muerto, siento no haberle escuchado. Tampoco costaba tanto. -Pero entonces rectificó-: De todos modos, era terrible. De verdad. Cuando empezaba, podía estar hablando una hora, o hasta que decías basta o, sencillamente, te ibas. Creo que, a veces, llegaba temprano por la noche o se quedaba después de terminar su turno por la mañana para hablarnos de eso. -Palazzi sopesó lo dicho y concluyó-: Supongo que al final dejamos de escucharle, y él debió de darse cuenta, porque últimamente no hablaba mucho.

– ¿Estaba loco? -preguntó Brunetti sorprendiéndose a sí mismo.

Semejante afrenta a un muerto dejó a Palazzi con la boca abierta.

– No. Loco, no. Era sólo… en fin… era especial. Quiero decir que podía hablar de muchas cosas como cualquiera de nosotros, pero cuando se tocaban ciertos temas se disparaba.

– ¿Había amenazado a su patrono, el signor De Cal? ¿O al signor Fasano?

Palazzi se echó a reír.

– ¿Amenazar Giorgio? Si pregunta eso es que el loco es usted.

– ¿Y a él, lo habían amenazado? -preguntó Brunetti rápidamente.

Palazzi lo miró con auténtico asombro.

– ¿Por qué habían de amenazarlo? Podían despedirlo. Decirle que se fuera. Trabajaba in nero, no habría podido hacer nada. Habría tenido que marcharse.

– ¿Son muchos los que trabajan in nero? -preguntó Brunetti.

Antes de acabar de decirlo, ya se había arrepentido.

Se hizo una pausa larga, y Palazzi dijo, con voz formal y controlada:

– Eso no lo sé, comisario.

Su tono dio a entender a Brunetti lo poco que a partir de este momento iba a saber Palazzi. En lugar de insistir, le dio las gracias, le estrechó la mano, esperó a que Foa hiciera otro tanto, se agachó y recogió el cubo de color rosa. Había renunciado a la idea de entrar en los edificios para tratar de localizar los puntos correspondientes a las otras coordenadas.

Palazzi se volvió y empezó a andar por el campo hacia la fábrica de Fasano, y entonces Brunetti vio las letras, descoloridas por el sol, que estaban pintadas en lo alto de la fachada posterior: «Vetreria Regini», leyó con dificultad.

– Signor Palazzi -dijo al que se alejaba.

El hombre se detuvo y se volvió.

– ¿Qué es eso? -preguntó Brunetti señalando las letras.

Palazzi siguió con la mirada el ademán de Brunetti.

– Es el nombre de la fábrica, Vetreria Regini -gritó, silabeando lentamente, como si dudara de que Brunetti pudiera leerlo sin ayuda.

Se dispuso a seguir andando, pero el comisario gritó:

– Creí que la fábrica era de Fasano. De la familia.

– Y lo es. De la familia de su madre. -dijo Palazzi, alejándose.

CAPITULO 22

Brunetti venció la tentación de quedarse en Murano y almorzar pescado fresco y polenta en Nanni's, y dijo a Foa que regresaban a la questura. Cuando llegaron, pidió al piloto que llevara el cubo a Bocchese para que averiguara qué había en aquel barro.