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Soltó una breve carcajada.

– Nosotros, los venecianos, siempre mostramos devoción por todo lo que tenga que ver con Venecia. Para el resto del mundo la mayoría de las cosas que decimos parecen estupideces.

– Yo no creo que…

– Hay algo más que podría interesarle -añadió como si no la hubiera oído-. Por aquí.

Helena lo siguió, intrigada, no por lo que fuera a enseñarle, sino por el breve brillo que había visto en sus ojos y al que él puso freno tan bruscamente.

– No todo el cristal es soplado -dijo mientras la conducía hasta la siguiente sala-. Las figuras y las joyas quieren de un arte distinto.

Una pieza llamó la atención de Helena, un colgante en forma de corazón. El cristal parecía ser azul oscuro, pero con el movimiento cambiaba de malva a verde. Lo sostuvo en la mano mientras pensaba en una pieza exactamente igual, a diferencia del color, que teía en el hotel, en su joyero. Había sido el primero regalo que le había hecho Antonio.

«De mi corazón al tuyo», le había dicho sonriendo un modo que la había conmovido.

Lo había llevado puesto en la boda y también en su funeral, para complacerlo.

·¿Le gusta? -le preguntó Salvatore.

·-Es precioso.

Se lo quitó de las manos

– Dese la vuelta.

Así lo hizo y sintió cómo él le echaba el pelo a un lado, le colocaba la cadena alrededor del cuello y la abrochaba. Sus dedos le rozaron ligeramente la piel y de pronto ella quiso alejarse, pero arrimarse a la vez y sentir sus manos sobre el resto de su cuerpo.

Y entonces ahí acabó todo, dejó de sentir el roce de los dedos y volvió a la realidad.

– Le sienta muy bien -dijo Salvatore-. Quédeselo

. -Pero, no puede dármelo a menos que… Oh, Dios tío, usted es el encargado de la fábrica -se llevó la tano a la boca en un gesto de sorpresa fingida-. He estado robándole su tiempo…

– No, no soy el encargado.

– Entonces, ¿es usted el dueño?

La pregunta pareció desconcertarlo. No respondió y ella aprovechó para presionar un poco más.

Este lugar es suyo, ¿verdad?

– Sí. Al menos pronto lo será, cuando se aclaren unas cuestiones sin importancia.

Helena se le quedó mirando. Eso sí que era arrogancia a gran escala.

– Cuestiones sin importancia -repitió ella-. Ya entiendo. Quiere decir que hay un acuerdo de venta y que en pocos días se hará con el poder. ¡Es maravilloso!

– No tan rápido. Algunas veces hay que negociar un poco.

– Oh, vamos, está tomándome el pelo. Apuesto a que es usted uno de esos hombres que ve algo, lo quiere y se empeña en conseguirlo. Pero alguien se lo está poniendo difícil, ¿no es así?

Para su sorpresa, Salvatore sonrió.

– Tal vez un poco, pero nada a lo que no pueda hacer frente.

Resultaba maravilloso cómo la sonrisa transformaba su rostro y lo dotaba de un aire de encanto.

·¿Y qué pasa con el pobre propietario? -dijo ella, bromeando-. ¿Sabe lo que está pasando o acaso le está esperando esa maravillosa sorpresa a la vuelta de la esquina?

En esa ocasión él se rió a carcajadas.

– No soy un monstruo, por mucho que usted pueda pensarlo. Lo juro. Y el propietario es una mujer que probablemente tendrá sus propios ardides.

– Algo, a lo que por supuesto, usted sabrá enfrentarse.

– Digamos simplemente que aún no me ha vencido nadie.

– Hay una primera vez para todo.

– ¿Eso cree?

Helena se le quedó mirando, desafiándolo y provocándolo.

Conozco a los hombres como usted. Cree que puede con todo porque nunca le ha sucedido lo contrario. Usted es la clase de hombre que provoca a los demás a que le den un puñetazo sólo para tener así una nueva experiencia.

· Siempre estoy abierto a nuevas experiencias. ¿Le gustaría darme un puñetazo?

·Algún día seguro lo haré. Ahora sería un esfuerzo demasiado grande.

Él volvió a reírse; fue un sonido desconcertantemente agradable que la invadió.

– ¿Lo reservamos para el futuro? -preguntó él. -Estaré deseando que llegue.

– ¿Desafía a todos los hombres que conoce? -Sólo a los que creo que lo necesitan.

– Podría darle una respuesta obvia, pero hagamos una tregua.

·Siempre que sea armada -señaló ella.

·Mis treguas siempre son armadas.

Salvatore paró a una joven que pasaba por allí y le dijo algo en veneciano. Cuando la chica se marchó, él dijo:

– Le he pedido que nos lleve algo para tomar afuera, donde podamos sentarnos.

Era una terraza con vistas a un pequeño canal con tiendas a lo largo de la orilla. Resultaba agradable tomar café allí.

·¿Es su primera visita a Venecia?

·Sí, llevaba años pensando en venir, pero nunca lo hacía.

– ¿Ha venido sola?

·Sola.

·Me cuesta creerlo.

·Me pregunto por qué.

·Dejémonos de juegos. No hace falta que diga que a una mujer tan bella como usted nunca debe de faltarle compañía.

– Pero tal vez hace falta que usted sepa que una mujerpuede preferir estar sola. No es siempre el hombre el que elige, ¿sabe? A veces es ella la que decide y manda al hombre a paseo.

Él sonrió irónicamente.

– Touché. Supongo que me lo merezco.

– Y tanto.

– ¿Y nos ha mandado a todos a paseo?

– A algunos. Hay hombres con los que no se puede hacer otra cosa.

– Debe de haber conocido a unos cuantos.

– A bastantes. La soledad puede llegar a resultar muy atrayente.

– Y por eso viaja sola.

– Sola…, pero no me siento sola.

Eso pareció desconcertarlo. Tras un instante, dijo en voz baja:

·Pues entonces usted debe de ser la única persona que no se siente así.

– Estar con uno mismo, estar a salvo de los ataques de los demás y sentirse feliz por ello no es muy duro.

– Eso no es verdad y lo sabe -respondió el mirándola fijamente-. Si lo ha conseguido, es la única. Pero no creo que lo haya hecho. Es su manera de engañar al mundo… de engañarse a sí misma.

La pregunta la desconcertó y tuvo que respirar hondo antes de responder:

– No sé si tiene razón. Tal vez nunca lo sabré.

·Pero a mí me gustaría saberlo. Me gustaría ver qué hay detrás de esa máscara que lleva puesta.

·Si me la quitara para todo el mundo, entonces no habría razón para llevarla.

– No para todo el mundo. Sólo para mí.

De pronto, a Helena le costó respirar. Fue como si una nube hubiera cruzado el sol sumiendo al mundo en la sombra,haciendo que las cosas que hacía un momento eran sencillas resultaran complejas.

·¿Por qué debería contarle lo que no le cuento a nadie? -logró decir al final.

Sólo usted puede decidirlo.

– Es verdad. Y mi decisión es que… -vaciló. Algo en los ojos de Salvatore intentaba hacerle decir lo que él quería oír, pero tenía que resistirlo-. Mi decisión es que he guardado mis secretos hasta el momento y pienso seguir haciéndolo.

– Cree que sus secretos están a salvo, ¿verdad?

Hubo algo en el tono de su voz que le hizo creer que ni sus secretos, ni su corazón, ni ella misma estarían a salvo.

– Creo… creo que me esforzaré mucho para mantenerlos a salvo.

·¿Y que tiemblen los intrusos?

·Exacto.

·¿Pero no sabe que su actitud supone un desafío para los intrusos?

Ella sonrió. Estaba empezando a sentirse cómoda.-

– Claro que lo sé, pero ya he luchado esta batalla antes y siempre gano.

Él le tomó la mano y le acarició el dorso con los-labios. Helena respiró entrecortadamente.

– Yo también -le aseguró Salvatore.

– Es la segunda vez que me dice que es invencible; una en lo que respecta al trabajo y otra en…

– ¿Por qué no le pone nombre?

Ella lo miró a los ojos.

– Tal vez el nombre no importa.