"Vautravers ha trabajado bien", pensó Emmanuel, y en voz alta dijo:
– Le agradezco, señor.
– ¿No es cierto?, yo pienso que en este momento, con las dificultades actuales, doscientos francos por mes, no son para despreciar…
Pigeon, liberado poco después, recorría los corredores a grandes trancos presa de una rabia impotente. Entró bruscamente en lo de Levadoux y Léger.
Estupor: estaba Levadoux. Y Léger no.
– ¿No se fue? -preguntó Emmanuel.
– Imposible. Ese cretino de Léger acaba de telefonearme que no podrá venir enseguida.
– ¿Por qué?
– Están en pleno jiu-jitsu con el cajero de la fábrica Léger Père. Ese cochino parece que se apropió de dos decímetros cuadrados de caucho de antes de la guerra con los cuales Victor tapaba sus cajas de hormigas.
– ¿Con qué motivo?
– ¡Ponerle media suela a sus zapatos! -dijo Levadoux-. Con caucho, ahora que hay madera en todos lados. ¡Uno no se da idea!
– Pero ¿por qué protesta así?
– ¿Y qué? ¡Un día en el que Miqueut desaparece a las cuatro, así al menos lo testimonian mi anotador y mi espía, y en el que cité a las tres y cuarto a… mi hermanita! Si al menos estuviera aquí Léger para contestar que acabo de salir de mi escritorio.
Pigeon salió riéndose a carcajadas y se alejó por el corredor.
Lejos de allí, Léger rodaba por el piso con un viejo barbudo al que le mordía el omóplato derecho.
Y Levadoux aseguraba la permanencia.
Capítulo XI
El día del compromiso, Pigeon y Vidal hicieron su aparición en el escritorio alrededor de las dos y media de la tarde, hermosos como astros.
Pigeon llevaba un traje claro de un seductor color azul grisáceo y zapatos amarillos cubiertos de agujeros por arriba y de suelas por abajo. Tenía una inmaculada camisa blanca y una corbata de anchas rayas oblicuas azul cielo y gris perla. Vidal se había puesto su traje pituco azul marino y un cuello alto que le daba sin cesar la penosa impresión de haber puesto la cabeza, por distracción, en un tubo demasiado estrecho.
Las dactilógrafas estuvieron a punto de desmayarse al verlos y Victor tuvo que manosearles un poco el tórax para que se restableciera una respiración normal, ya que su padre había sido coronel de zapadores-pontoneros, que son hombres competentes. Cuando terminó sus buenos oficios, estaba rosa cártamo y tenía el bigote rígido.
Vidal y Emmanuel hicieron como que trabajaban durante una hora y se encontraron en el corredor, listos para partir.
Al irse, se cruzaron con Vincent que por casualidad llevaba su traje de domingo, cortado sobre una vieja bolsa de carbón y del que sólo había reemplazado el saco temporariamente y para no abrumarlos, por un viejo filtro para gasógenos de algodón de primera calidad agujereado en el lugar de las mangas. Sacaba su barriguita como de costumbre. Tenía cabellos castaños muy raleados y por un loable cuidado de la armonía dejaba a la piel de su cráneo adquirir poco a poco el mismo color. Para tener de qué ocuparse durante las largas noches de invierno, dejaba florecer sobre su rostro una profusión de costras verdes cuyo contacto excitaba agradablemente a sus uñas negras. Se las arreglaba para dibujar sobre su rostro, rascándolo hábilmente, un mapa de Europa que mantenía cuidadosamente al día.
Vidal y Emmanuel le estrecharon prudentemente la mano y abandonaron con prontitud el edificio.
Zizanie vivía en un viejo departamento controlado por una vieja parienta sin fortuna que hacía el papel de gobernanta.
Tenía mucho dinero y muchos primos lejanos y viejos. Todo ese mundo había respondido apresuradamente a su invitación. También estaban los frutos de la rama de Miqueut y un número respetable de esas individualidades imprecisas que la juventud engloba por lo común bajo el término genérico de "Parientes".
Las recepciones "con parientes" están, desde el punto de vista de los jóvenes, frustradas de antemano.
Las madres, partiendo del principio de que la juventud "baila de una manera tan divertida", no perdían a sus hijas de vista y rodeaban al grupo de las jóvenes con un muro casi infranqueable. Algunas parejas arriesgadas, amigos personales de Zizanie (probablemente huérfanos), se animaron a esbozar algunos pasos de un swing de segunda zona. El círculo de cabezas de padres se cerró de tal manera sobre ellos que debieron parar enseguida y se salvaron separándose.
Descorazonados, se replegaron hacia el pick-up; el buffet, inabordable, estaba asediado por una multitud compacta de "gente seria" con trajes oscuros, que tragaba con voracidad las provisiones reunidas por Zizanie y miraba con severidad a los jóvenes bastante mal educados que se atrevían a apropiarse de alguna masita.
¿Algún desdichado muchachito lograba apropiarse de una copa de champagne? Inmediatamente era orientado, gracias a sabios movimientos de los viejos académicos, hacia una matrona desagradable y cubierta de pintura que le sacaba la copa de la mano y le concedía en cambio una sonrisa viscosa. Apenas los platos calientes veían la luz eran reducidos sin dificultad por los primos con redingote que son elementos extraordinariamente peligrosos. Poco a poco "los parientes" se hinchaban y los jóvenes, amontonados, empujados, sacudidos, apretados, anulados, se encontraban perdidos en los ángulos más lejanos.
Un amigo del Mayor, el joven Dumolard, logró entrar en un saloncito que estaba vacío. Inconsciente y maravillado se puso a swinguear con una chica de pollera corta. Otras dos parejas lograron unírseles sin llamar la atención. Todos creyeron haber encontrado la paz, pero la cabeza inquieta de la madre de una de las que bailaban no tardó en aparecer. Cinco segundos después, los sillones del saloncito crujieron bajo el peso de mujeres de miradas ávidas cuya sonrisa de enternecimiento hizo abortar en un boston piadoso el vals swing cuyos acordes sonaban en el salón vecino.
Antioche, vestido de negro (había previsto la situación), avanzaba cada tanto hacia el buffet -de tres cuartos perfil, para engañar sobre su edad- y lograba así procurarse algunas materias alimenticias, lo justo para no morir en el lugar. Vidal, gracias a su traje azul marino, se defendía también, pero Emmanuel y los pitucos estaban perdidos irremisiblemente.
Zizanie, hundida en un grupo de viejas que la acribillaban con cumplidos venenosos, cedía poco a poco.
En cuanto a Miqueut se había deslizado detrás del buffet, al lado de los maîtres, para vigilar sin duda. Su mandíbula de conejo trabajaba sin cesar. Cada tanto llevaba la mano al bolsillo, después a la boca y hacía como si tosiera, después su mandíbula recomenzaba con más fuerza. De esta manera iba con menos frecuencia al buffet. Le bastaba con llenar sus bolsillos una vez por hora. No se interesaba demasiado en la asamblea: el comisario no estaba. Y nadie a quien pedirle un proyecto de Nothon.
Y el Mayor estaba solo en un rincón.
El Mayor se daba cuenta de todo.
El Mayor sufría.
Emmanuel, Vidal y Antioche sufrían de ver sufrir al Mayor.
Y la fiesta continuaba en medio de canastos de lirios y pernambucos de Gabón de los cuales el Mayor había llenado las piezas.
Y los pituquitos y las pituquitas se hundían poco a poco en sus zapatos, porque la gente seria tenía hambre.
Y los maîtres arrastraban cajones de champagne por decenas, pero el champagne se evaporaba antes de llegar a los amigos de Zizanie, que se marchitaban como legumbres deshidratadas.