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– Bueno… supongo que está bien… hasta ahora. ¿Adonde vamos?

– Por el momento, hasta el extremo de la cala. Podemos mirar las otras casas y te dará la oportunidad de relajarte: En cuanto te acostumbres, y si decides que te gusta, podemos salir al lago.

Él creía que lo agarraba con tanto ímpetu por temor a caerse de la moto acuática, pero eso era verdad sólo en parte. Lo cierto es que tenía que sujetarse con fuerza para no ceder a la tentación de acariciarle esos brazos musculosos para sentir su poderío.

Oh, sí, se había acostumbrado, y no había tardado ni dos segundos en decidir que le gustaba.

Su nerviosismo por montar en la moto de agua retrocedía a una velocidad alarmante, desterrado por la casi dolorosa percepción sexual que tanto se había afanado en suprimir durante toda la tarde. Si hubiera sido cualquier otro hombre el que hubiera, provocado esa reacción en ella, se habría vuelto loca. Había querido una aventura, volar, pero no con Jackson Lange.

Bueno, lo deseaba… desesperadamente. Pero no quería desearlo. Y el hecho de que se hubiera mostrado tan comprensivo con su aprensión, hacía que fuera… bueno, más o menos agradable. Maldición.

Avanzaron despacio, y poco a poco, la aprensión de Riley se mitigó. Las casas que había a lo largo del lago eran hermosas, y cuando llegaron al extremo de láxala, donde Jackson realizó un giro abierto, se sentía bastante audaz.

Unos minutos más tarde, al llegar al embarcadero de Thornton, él dijo:

– ¿Quieres dejarlo o te apetece ver lo que puede hacer este chico malo?

Una pregunta tendenciosa, pero que el cielo la ayudara, porque anhelaba saberlo. Aunque sin duda se refería a la moto acuática…

– ¿Juras que sabes cómo manejar este aparato?

– Encanto, crecí en el agua y comencé a llevar la moto dé agua de mi familia a los doce años. Estás en manos muy capaces.

Una hoguera de calor estalló en su piel ante las imágenes sensuales, no deseadas que evocó ese comentario. Aunque odiaba reconocerlo, no estaba preparada para que ese paseo terminara. Ese Jackson Lange parecía muy distinto del hombre que enviaba correos, electrónicos cortantes y exigentes. Ese Jackson Lange le evocaba seguridad y la hacía ser valiente. Decidirse a correr riesgos.

– De acuerdo. Veamos qué puede hacer este chico malo.

Él se volvió y sonrió.

– Ésa es mi chica. Te espera el paseo de tu vida.

Enfiló hacia el lago. Riley apretó con más fuerza su chaleco salvavidas y lo sintió reír. Al llegar al final de la cala, aceleró, y en ese instante fue como si volaran sobre el agua. Al principio, ella no fue capaz de recobrar el aliento, pero al rato la pura emoción de la velocidad y la espuma que le salpicaba el pelo y le refrescaba la piel encendida por el sol conspiraron para revitalizarla y desterrar los últimos vestigios de su aprensión.

Jackson fue fiel a su palabra, ya que claramente sabía manejar con destreza la embarcación. Se agarró a él al romper las estelas de los fueraborda y las lanchas. No tardó en descubrir que reía como si estuviera en un parque de atracciones.

– ¡Otra vez! ¡Más deprisa! -gritó.

La satisfizo y avanzaron como un delfín motorizado, deslizándose, sobre las olas. Después de unos pocos botes, Jackson gritó por encima de su hombro:

– ¿Quieres un descanso y ver algunas de las islas pequeñas?

Como eso sonaba bien, gritó en respuesta:

– Claro.

Él viró la moto hacia una de las muchas islas boscosas que moteaban el lago. Al acercarse a una franja de playa arenosa, Jackson aminoró y luego apagó el motor. Entonces bajó del asiento, con el agua llegándole a las rodillas, y remolcó el aparato hasta la playa. Cuando el fondo arañó la arena, le ofreció la mano a Riley.

Ésta se desprendió de las chanclas y aceptó su mano para pisar la arena gruesa. Entonces ayudó a Jackson a empujar la moto playa adentro.

Al terminar, él le sonrió desde el otro lado del manillar.

– ¿Y bien?

Ella le devolvió la sonrisa y suspiró con exageración.

– Perfecto. Que no se diga que no soy capaz de reconocer cuando me equivoco… y estaba equivocada. Ha sido magnífico. Completamente…

Calló y lo miró fijamente. Mientras hablaba, él se había bajado la cremallera del chaleco, para quitárselo y depositarlo sobre el asiento de plástico. En ese momento volaron todos los pensamientos de su cabeza, salvo el de que era realmente sexy.

No podía imaginar por qué era un ejecutivo de marketing en vez de un modelo de ropa interior, ya que haría que todos los modelos de Calvin Klein se sintieran avergonzados a su lado. Si vestido era guapo, con bañador era estupendo. Sólo podía imaginar que sin nada de ropa sería capaz de detener cualquier corazón.

Él plantó las manos en las caderas y la mirada de Riley se clavó en esos, dedos que daban la impresión de apuntar directamente a su, entrepierna como flechas de neón. El deseo se encendió en ella como una descarga de calor, tan intenso que fue como si el sol se hubiera acercado a la tierra.

– ¿Completamente qué? -preguntó él.

Su voz hizo que desviara los ojos de esa fascinante ingle. Parpadeó y dijo lo único que se le ocurrió:

– ¿Eh?

– Te estabas mostrando poética acerca del paseo y mis, ejem, habilidades superiores de conducción náutica cuando te… callaste.

En su mente centelleó una imagen vivida de esas habilidades superiores, que no tenían nada que ver con la moto acuática. Tragó saliva y presionó la tecla mental de Rebobinado hasta llegar al proceso mental en el que se hallaba antes de que la imagen de él semidesnudo la descarriara.

– Exacto. Ha sido completamente… increíble.

– No seré yo quien te contradiga. Y me alegro de que te gustara.

Desde luego que le había gustado. Mucho más de lo que debería. Por supuesto, más de lo que quería. Cualquier duda que podría haber albergado acerca de la reacción que tendría su cuerpo con Jackson hacía rato que se había desvanecido. La sensación de tenerlo acunado entre sus muslos, rodeándolo con los brazos, la mantendría despierta esa noche… otra vez.

Él se subió las gafas de sol hasta el pelo, luego se dedicó a otear la pequeña isla, y Riley aprovechó la oportunidad para quitarse el chaleco.

– Esto es estupendo -comentó él, mirando aún alrededor-. Tranquilo, con sombra… y disponemos de esta pequeña playa… toda para nosotros -se volvió hacia ella y la recorrió lentamente con la mirada. Era inequívoco el aprecio con que la observaba o el destello encendido que apareció en sus ojos. Se quitó las gafas y las dejó sobre el chaleco-. Hace… calor. Voy a nadar un rato antes de que regresemos -con la cabeza indicó el agua-. ¿Me acompañas?

El modo en que la miraba hizo que sintiera como si de sus poros emanara vapor. El sentido común le advirtió que estar mojada con él era poco inteligente, pero su lado de mujer se mostró en desacuerdo. Y fue el lado que ganó.

– Un chapuzón suena fantástico -la enorgulleció que su voz sonara indiferente.

Lo observó ir rápidamente hacia el lago. Cuando el agua le llegó a la cintura, se zambulló. Al emerger, movió la cabeza como un perro, lanzando gotas en todas direcciones. Después se puso a nadar con brazadas poderosas en paralelo a la playa.

Riley se tomó su tiempo para quitarse el pareo y respiró hondo para serenarse mientras se recordaba mentalmente con severidad que Jackson era el hombre de la cena de los setecientos ochenta y tres dólares. El señor Dóblame el Presupuesto. Esa intensa reacción física que le inspiraba resultaba inexplicable y por completo ridícula. Tal como se comportaba su cuerpo, era como si nunca hubiese visto a un hombre atractivo. Se dijo que, a partir del día siguiente, concentraría sus esfuerzos en encontrar a otro hombre para que le apagara ese fuego descabellado que él había iniciado. Podía hacerlo. Sin problemas.

Decidiendo dejarse las gafas puestas por si sus ojos optaban por rebelarse, se metió en el lago. El agua fresca fue un remedio para el calor sofocante, que no podía atribuirse en exclusiva al sol brillante. Cuando el agua llegó justo debajo de sus pechos, dobló las rodillas hasta quedar sumergida hasta el mentón, luego soltó un suspiro de alivio. Cinco minutos más tarde, Jackson nadó hasta ella. A pesar de la distancia, y del ritmo de las brazadas, apenas le faltaba el aire, prueba evidente del excelente estado físico en el que se hallaba.