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Se irguió y alzó las manos para echarse atrás el pelo mojado, movimiento que volvió a encender todo lo que Riley creía haber enfriado momentos atrás. Era demasiado guapo, sus movimientos demasiado sexys y se hallaba demasiado cerca. ¿O no lo suficiente?

Ella retrocedió unos pasos. Él los avanzó.

– ¿Has disfrutado del chapuzón? -le preguntó Riley, dando otro paso atrás.

Su mirada pareció quemarla.

– Sí y no. Sí, el agua estaba estupenda. No, nadar no produjo el resultado deseado.

– ¿Qué resultado deseado?

– ¿De verdad quieres saberlo?

El instinto de conservación y la cautela que había cultivado durante tanto tiempo le ordenaron que dijera que no y que se largara de allí. Pero una vez más, su lado femenino ahogó todo lo demás.

– Sí, quiero saberlo.

– Esperaba que la actividad física cancelara mi excitación. No lo hizo. Y, por desgracia, empiezo a pensar que podría nadar alrededor de esta condenada isla una docena de veces sin que eso ayudara.

Ahí tenía su respuesta, y provocó un tornado de lujuria que amenazó con llevarse todo a su paso, incluido su sentido común. Antes de que pudiera pensar en una respuesta, él alargó la mano y le subió las gafas, revelando sus ojos. La estudió con intensidad, luego asintió.

– Tú también lo sientes -dijo.

Anheló negarlo, pero odiaba mentir, y menos ante la sinceridad descarnada que él había mostrado.

– No puedo negar que te encuentro… atractivo. Pero eso no me alegra.

– Bueno, yo te encuentro dolorosamente atractiva, y eso no me hace feliz en absoluto. No puedo entender ni explicar por qué una mujer a la que considero insoportable me tiene tan excitado, pero así es.

Riley enarcó las cejas.

– Cielos, qué bien se te dan las palabras. Consigues muchas citas con esa seducción verbal que empleas, ¿verdad?

– No soy adulador…

– ¿Bromeas?

– Soy sincero. Te deseé nada más verte en aquella tienda de adivina, y a pesar del hecho de que terminaras siendo la temida Riley Addison, eso no ha cambiado. Tus feromonas tienen revolucionadas mis hormonas. En el trabajo, chocamos mucho. Pero no estamos en el trabajo, y en lo último en lo que pienso ahora es en la oficina -se adelantó y la tomó en brazos hasta que se tocaron de pechos a rodillas.

Las manos de Riley subieron por voluntad propia para cerrarse en los bíceps de Jackson mientras se deleitaba con las sensaciones de los cuerpos pegados.

No bromeaba cuando le dijo que estaba excitado.

Bajó lentamente la cabeza hacia la de ella, y mientras Riley alzaba la cara, susurró:

– Esto está muy mal.

– ¿Sí? A mí me parece muy bien.

Capítulo 4

La boca de Jackson cayó sobre la de ella, caliente, fiera y exigente, y las entrañas de Riley se convirtieron en gelatina. A diferencia del intercambio de la noche anterior, no hubo ninguna exploración gentil. No, se trataba de una conflagración de calor que la consumió. La lengua de Jackson acarició la suya con devastadora habilidad, mientras con las manos la moldeaba contra él como si fuera arcilla.

Se pegó más mientras las palmas bajaban por su espalda para coronarle el trasero y alzarla con más firmeza contra él. Se frotó lentamente contra ella, y ni siquiera el agua fresca que rompía contra su pecho pudo apagar el fuego que palpitaba por sus venas. Con creciente excitación propia, Riley quebró el beso.

Pegó las manos en el pecho de él y estableció algo de distancia entre ambos, o al menos entre sus torsos. Aún tenía pegada la erección contra el vientre y el calor que ardía en la mirada de Jackson prácticamente la consumía. Los dos respiraban entrecortadamente. La pasión que le inspiraba ese hombre la excitaba y asustaba al mismo tiempo.

– Oh, Dios -dijo cuando encontró su voz-. Haces que me maree de deseo. Es algo que sólo me ha sucedido en dos ocasiones. Una cuando tenía catorce años y Danny McGraw me dio mi primer beso, y luego cuando mi «casi» novio me besó. El estómago comienza a aletearme, una sensación de hormigueo lindante con las náuseas…

– Náuseas. Estupendo. Escucha, como no pares de hacerme esa clase de cumplidos, voy a deprimirme.

– Son «buenas» náuseas.

– No sabía que existiera algo así.

– Pues sí.

La miró a los labios.

– Bueno, entonces…

– Nada de ¿entonces». Los dos chicos que consiguieron crearme esta sensación, resultaron ser unos miserables. A Danny McGraw tuve que ponerle un ojo morado cuando se negó a quitar la mano de la copa de mi sujetador, aunque sigo sin estar segura de cómo llegó hasta ahí. Era como un pulpo. Y mi «casi» novio hizo que me mareara de deseo hasta que lo descubrí haciéndole lo mismo a otra.

Él hizo una mueca.

– ¿Llegaste a sorprenderlos en el acto?

– Sí. Incluidos los gruñidos animales. Y no pienses que no me deshice de esa mesa de picnic.

– ¿Lo estaban haciendo en una mesa de picnic?

– ¿Puedes imaginar semejante descaro?

– Muy descarados -acordó-. Pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?

– ¿No lo ves? He tenido una suerte aciaga con cada chico que alguna vez me causó esta sensación. Y tú has triplicado el efecto.

– ¿Has oído el dicho «a la tercera va la vencida»?

– Sí, pero…

– Tengo que hacerte una confesión. A mí me ha pasado lo mismo.

Riley abrió mucho los ojos.

– ¿Quieres decir…?

– Sí. Otra confesión… me he mareado de deseo con sólo mirarte.

– Cielos. Tenemos problemas.

Él inclinó la cabeza y le mordisqueó ligeramente el cuello.

– ¿He mencionado que Problemas es mi segundo nombre?

Le lamió el lóbulo de la oreja y a Riley se le pusieron vidriosos los ojos.

– Mmm… no. Pero empiezo a creerlo.

– Problemas con P mayúscula.

A pesar de que el sentido común le lanzó una advertencia superficial, no pudo resistir el impulso de tocarlo. De experimentar otra vez su beso. Estaba tan preparada para que la besara y la tocara otra vez… Hacía tanto tiempo que no experimentaba nada así. Y además, estaba cansada de esperar…

Deslizó las manos por sus hombros y luego le rodeó el cuello.

– Claro que quizá esté complejamente equivocada. Tal vez no experimenté esas mariposas en el estómago. Quizá deberíamos volver a intentarlo, para estar seguros.

– Apoyó la moción -musitó, las palabras vibrando cerca del oído de ella.

Regresó a sus labios sin dejar de besarla, y en cuanto las bocas se encontraron, el estómago de Riley hizo un triple mortal. Con una mano, Jackson le acarició la espalda y con la otra le tomó un pecho. Ella gimió y se pegó a él. Tocó el pezón excitado a través de la tela del bañador al tiempo que con la otra mano le alzaba un muslo. Mareada por la excitación, Riley enroscó la pantorrilla alrededor de la cadera de él y presionó su palpitante núcleo femenino contra la tentadora erección.

Un sonido parecido a un gruñido escapó de los labios de Jackson y la mano regresó a la espalda de Riley para acariciarle los glúteos antes de penetrar bajo la banda elástica de la parte inferior del biquini. Los dedos se deslizaron con seguridad por el trasero desnudo hasta acariciarle los encendidos pliegues femeninos.

Inundada por la sensación y por un abandono que no había sentido… nunca, echó la cabeza atrás y dejó que él se diera un festín con el cuello expuesto. Y en ningún momento los dedos dejaron de acariciarla, empujándola cada vez más cerca de un orgasmo que no sería capaz de contener. La alzó un poco más e introdujo dos dedos dentro de ella, acariciándola mientras su boca le reclamaba los labios y la acariciaba con la lengua al mismo ritmo devastador de sus dedos, mientras con la mano libre le enloquecía los senos. Con desesperación, Riley trató de permanecer ante el precipicio, mantener el placer embriagador, pero el implacable ataque al que estaban sometidos sus sentidos la empujó por el borde.