– Sí, pero no de donuts -las palabras; terminaron con un jadeo cuando sintió los dedos en torno a su núcleo femenino.
– Si no son donuts, entonces, ¿qué quieres?
– Tú, para empezar… quizá un poco… ooohh, sí, justo ahí -abrió los muslos-. ¿Qué te parece el sexo en la bañera?
– Una tortura. En serio. Lo odiaría -suspiró con exageración-. Pero si es lo que quieres, intentaré aguantar.
– Eso es lo que me gusta… un jugador de equipo.
– Ése soy yo. Siempre dispuesto a realizar el esfuerzo adicional. Agárrate a mí.
Riley tensó los brazos en torno a su cuello y él enganchó las manos debajo de las rodillas de ella, alzándole las piernas sobre las suyas extendidas y dejándole los muslos bien abiertos. Una mano grande y mojada le acarició los pezones, mientras deslizaba la otra entre las piernas para acariciarla con infalible perfección.
Riley arqueó la espalda y levantó las caderas al encuentro de él. La visión de sus dedos sobre los pezones mientras acoplaba la otra mano sobre su pubis para acariciarla y penetrarla con los dedos la excitó más allá de lo soportable. Profundizó la exploración y ella soltó un gemido de placer. Giró la cabeza y le mordió el cuello.
– Te quiero dentro de mí cuando alcance el orgasmo.
– En el mismo lugar en el que quiero estar yo -la soltó despacio y, con respiración pesada, la giró.
Ella se puso de rodillas y alargó la mano hacia el preservativo que había depositado en el costado de la bañera.
Alzó las caderas y con celeridad ella se lo enfundó. Luego, se sentó a horcajadas encima del pene, se apoyó en sus hombros y, despacio, se hundió sobre la erección, extasiándose con la sensación de que la llenara mientras el agua caliente- remolineaba alrededor de ambos. Él adelantó el torso y le succionó los pechos al tiempo que le acariciaba la espalda y le coronaba el trasero, dejando que fuera ella quien estableciera el ritmo.
Decidida a no renunciar al control con tanta rapidez en esa ocasión, mantuvo un ritmo pausado, echó la cabeza atrás, cerró los ojos y se perdió en las sensaciones que la llenaban. Pero no pasó mucho hasta que las embestidas ascendentes de Jackson ganaron ímpetu y su control se evaporó. El ritmo aumentó y al sentir los primeros indicios de liberación, no fue capaz de contener una exclamación de placer.
– Ahora -susurró.
El orgasmo la conquistó con palpitaciones veloces por todo su sistema. Las manos de él se cerraron con más intensidad sobre sus caderas y, con un gruñido bajo, enterró la cara entre sus pechos. Ella le abrazó la cabeza y lo mantuvo pegado contra su martilleante corazón, temblando con los deliciosos estremecimientos que todavía la recorrían.
Cuando su respiración recuperó algo parecido a la normalidad, abrió los brazos. Jackson alzó el mentón y le dedicó una media sonrisa perversa.
– Vaya. He de decirte, Riley, que haces que el estereotipo de contable aburrida se vaya por el desagüe de la bañera.
– Soy aburrida en el trabajo.
– Debe de ser el material, no la mujer, porque de aburrida no tienes nada.
– Gracias -le pasó la yema del dedo por la nariz y sonrió-. Y ahora, sí que estoy preparada para ese donut.
A última hora del lunes por la mañana, después de un productivo desayuno de trabajo con Marcus Thornton y Paul Stanfield en el que se discutieron proyectos futuros, Jackson subió con los dos en el ascensor hasta las oficinas de Atlanta, para que pudiera conocer a los miembros del personal.
– Tenemos un gran grupo aquí -comentó el presidente-. De primera.
Ni por un momento dudaba de que Marcus, que llevaba en el negocio de los edificios comerciales desde hacía más de treinta años y era muy respetado, dispondría de una excelente unidad de apoyo. Esperaba que sus esfuerzos de unir Prestige con Élite resultaran en una fusión que catapultara más su carrera.
Salieron del ascensor e iniciaron la ronda.
Conoció a algunos ejecutivos nuevos y renovó el contacto con algunos otros que habían asistido al almuerzo en la casa de Marcus en el lago. Cada vez que se dirigían a un grupo nuevo de despachos o cubículos, el corazón se le disparaba y se preguntaba si se encontraría con Riley.
Santo cielo, no se la había quitado de la cabeza en ningún momento. Las imágenes de ellos haciendo el amor llenaban cada rincón de su mente, dificultándole la concentración. Al seguir a Marcus y a Paul y girar por la última esquina, al instante vio la placa de latón que ponía Riley Addison en el último despacho. La puerta estaba abierta y Marcus llamó con suavidad a medida que los tres entraban.
– Buenos días, Riley.
Ella dejó de teclear datos en el ordenador y giró en el sillón para mirar a sus visitantes.
Y las mariposas despertaron en el estómago de él.
Con elegancia se incorporó y sonrió.
– Buenos días, Marcus. Paul. Jackson.
Nada en su expresión o su voz delató que apenas unas horas atrás habían estado desnudos juntos. Le molestó saber que su estado era casi febril cuando ella mantenía la calma y la ecuanimidad.
– He traído a Jackson para que vea las oficinas y conozca a parte del personal antes de marcharse al aeropuerto -indicó Paul.
– ¿Qué te parece nuestra oficina, Jackson?
– Bien organizada. Muy abierta e interactiva -le sonrió-. Gente muy agradable.
Marcus miró su reloj y dijo:
– Paul y yo tenemos una conferencia en cinco minutos, así que debemos irnos. Riley, ¿te importaría acompañar a Jackson hasta los ascensores?
– No hay problema -respondió.
Después de estrecharse las manos, Jackson se encontró a solas con ella. Mirándola. Con el corazón martilleándole. Y, algo inusual en él, sin saber qué decir.
Ella rodeó el escritorio y se apoyó contra la madera oscura. La falda le llegaba justo por encima de las rodillas y llevaba unas sandalias amarillas de tacón alto que hacían cosas increíbles a sus ya increíbles piernas. Jackson no entendía cómo todos los hombres de Atlanta no hacían cola ante su despacho.
Carraspeó y con la cabeza indicó la montaña de papeles que tenía en su escritorio.
– Parece que estás agobiada.
– Un poco. He estado trabajando a destajo en una presentación para una reunión con Paul mañana por la tarde -esbozó una media sonrisa-. Creo que sufro de un severo caso de envenenamiento de Power Point.
Él rió.
– Me quedan unos quince minutos antes de tener que marcharme para el aeropuerto y estoy desesperado por un café. Pensaba en tomar uno en la cafetería de abajo. ¿Te apetece acompañarme?
– La verdad es que yo también necesito la cafeína. Yo, mmm, no dormí mucho anoche.
– En ese caso, pediremos dos capuchinos dobles.
Intercambiaron una mirada de percepción sensual y Jackson apenas resistió el impulso de aflojarse la corbata que súbitamente lo ahogaba. Entonces, ella se apartó de la mesa y pasó junto a él de camino al pasillo, dejando una sutil fragancia a vainilla a su paso. La siguió, tratando, sin éxito, de fijar la vista en su nuca y no en su trasero. Después de pasar delante de la mesa de la recepcionista, cruzaron unas pesadas puertas de cristal y fueron hacia los ascensores. Riley apretó el botón de bajada.
Mirándole el perfil, dijo las palabras que habían estado reverberando toda la mañana en su cabeza.
– Anoche fue… asombroso.
Ella giró la cabeza y él percibió el destello de calor en su mirada.
– Por usar una de tus frases, lo mismo digo.
– Cuando desperté, ya no estabas -lo había sorprendido lo mucho que lo había molestado, lo fría y sola que había parecido la cama sin ella. Lo mucho que había deseado que fuera lo primero que viera al despertar.
– Necesitaba ir a casa a dormir unas horas antes de prepararme para el trabajo. Pensé que podrías despertarte cuando me despedí con un beso, pero estabas profundamente dormido.