No pudo evitar sonreír.
– Apuesto a que sí. Bueno, doy por hecho que esta llamada se debe a que vas a poner el partido y dejar que me regodee con la paliza que los Braves van a darle a los Mets.
– Ni lo sueñes. Mientras como la pizza veo el tenis. Está a punto de empezar el segundo set del partido masculino.
– Hurra.
– Al menos no es aburrido. Ver el béisbol es como esperar que se seque la pintura. Un grupo de tipos con sueldos excesivos de pie alrededor de un campo a la espera de que la pelota vaya a ellos.
– Oh, claro, en el tenis ganan sueldos míseros. Al menos en el béisbol hacen algo más que golpear la pelota.
– Al menos el tenis representa movimiento. Podrías quedarte dormido esperando que suceda algo en un partido de béisbol.
– Al menos no necesitas un quiropráctico después de ver un partido de béisbol. No hay nada de ese monótono derecha, izquierda, derecha, izquierda.
– Supongo que necesitamos acordar que estamos en desacuerdo en esto. De hecho, te llamaba porque ahora mismo pensaba en ti.
Apretó el auricular con fuerza.
– ¿Oh? ¿En qué pensabas?
Siguieron unos momentos de silencio a su pregunta. Luego él preguntó con Voz baja y seria:
– ¿De verdad quieres saberlo?
No.
– Sí.
– Pensaba en tu sonrisa. En tu risa. En la forma decadente y sexy en que comes los donuts. En la deliciosa fragancia a vainilla de tu piel. En la sensación de nuestras manos y bocas en los cuerpos del otro.
Ella cerró los ojos, evocando el desfile de imágenes sensuales de los dos juntos que ya habían quedado grabadas de forma indeleble en su cerebro. Agradeció estar sentada; de lo contrario, se deslizaría al suelo en una masa gelatinosa.
– De hecho -continuó Jackson con el mismo tono de voz-, no es exacto decir, que ahora estaba pensando en ti. La verdad es que no he dejado de hacerlo en ningún momento. No desde que entré en tu tienda de adivina.
A Riley el corazón le latía tan deprisa, que podía oír el martilleo en los oídos. Aunque había querido oír esas palabras, no había esperado que él las dijera. Al decidir desprenderse del manto de aburrimiento, había estado dispuesta a hacer algo atrevido. Pero con Jackson había obtenido más de lo pactado. No había imaginado lanzarse a una relación plena, y menos con un hombre al que hasta hacía poco tiempo llamaba Azote de su Existencia. Pero había cosechado un fracaso rotundo en su intento de olvidarlo. Su sinceridad la movió a responder con lo que sentía.
– Yo… yo también he pensado en ti.
– Bien. Odiaría pensar que sufro solo.
– ¿Qué te hace pensar que estoy sufriendo?
– Si no es así, dímelo. Hace que me sienta mejor pensar que eres tan desdichada como yo.
– Vaya. ¿Conquistas a muchas mujeres con frases seductoras de ese tipo?
– No me van mucho las frases…
– Es evidente.
– … porque sólo son eso… frases. Juegos. He dicho y me han dicho las suficientes como para haber desarrollado un verdadero rechazo hacia ellas. Prefiero pronunciar la cruda verdad y que la suelte caiga donde deba. Al menos de esa manera, no habré hecho nada para manchar mi integridad.
– Valoro la sinceridad y no quería dar a entender lo contrarío. Mi única defensa es que me ha resultado… sorprendente.
– ¿Que fuera sincero? Cielos, gracias.
Captó el dolor subyacente en la voz.
– Lo siento -repuso con sinceridad-. Lo estoy expresando mal. Es que hasta que no te conocí de verdad, he de reconocer que me caías francamente mal.
– Comprendo. Bueno, supongo que también soy culpable de lo mismo contigo. Pero ya no me caes mal, Riley. Y soy el primero en reconocer que hay ocasiones en las que me expreso incorrectamente, así que deja que vuelva a intentarlo. Lo que quería decir es que me anima que hayas pensado en mí, y espero que haya sido de la misma manera que yo he estado pensando en ti -tras una breve pausa, musitó-: ¿Ha sido así?
Quería mentir, y tal vez si sólo hubiera pensado una o dos veces en él, lo habría hecho.
– No puedo negar que he pensado en la noche que pasamos juntos -entonces, con la necesidad de desviar la conversación a un terreno más seguro, adoptó un tono ligero y añadió-: Pero también he pensado en lo poco que tenemos en común.
– Apuesto a que, si nos esforzamos, podríamos encontrar algo en común.
Sintiéndose en terreno sólido, se puso de pie, activó el manos libres del teléfono y fue a comprobar la pizza.
– Creo que deberíamos ahondar mucho.
– No -la voz profunda de Jackson llenó la habitación-. Eh, aquí va una… los dos tenemos dos orejas, dos ojos y una nariz.
– Eso es ridículo -sacó la pizza del horno-. Los dos también tenemos diez dedos en las manos y diez dedos en los pies y…
– Lenguas -intervino él-. Ambos tenemos lenguas.
– Yo iba a decir una boca -corrigió con su mejor tono severo.
– Y tú sabes cómo usar la tuya muy bien, me permito añadir.
Tuvo que cerrar los labios con fuerza para no soltar una carcajada.
– Basta de partes corporales -dijo Riley-. Me refería a cosas reales.
– Mmmm. Has cambiado las reglas en mitad del juego, pero lo acepto. ¿Qué te parece esto? Los dos tenemos carreras empresariales.
– Cierto. Pero en campos diferentes.
– Ah, no seas quisquillosa -dijo.
Y ella pudo visualizar con claridad su sonrisa de triunfo.
Se sirvió en el plato una generosa porción de pizza a rebosar de queso, sacó una botella de agua de la nevera y se sentó ante la encimera.
– No -contradijo-. Sólo señalo que la contabilidad no tiene nada que ver con el marketing -en broma, pronunció la palabra como si oliera mal.
– Tienes razón. El marketing no es aburrido -imitó su tono.
– Otra cosa que no tenemos en común, la contabilidad a mí me resulta fascinante.
– Sí, bueno, eso es algo que tenemos en común, porque a mí hay cosas que me resultan fascinantes. Como el modo que tienes de entornar los párpados cuando estás excitada.
Riley contuvo el aliento. La camaradería bromista de los últimos minutos se desvaneció y fue sustituida por una tensión y un calor que podía sentir a través de, la línea telefónica. Era la segunda vez que la sorprendía y tomó la firme decisión de volver al camino seguro, aunque él no se lo permitió.
– ¿Qué llevas puesto? -inquirió.
Oh, no. No pensaba ir por allí.
– Mi camiseta más vieja de los Braves, unos pantalones de chándal muy gastados, con un agujero en la rodilla derecha, y mis zapatillas de franela amarillas favoritas, que, por desgracia, ya no son muy amarillas y están desgastadas.
Él rió.
– ¿Dónde estabas cuando enviaron por correo los catálogos de Victoria's Secret? Tu respuesta debía haberme ofrecido una imagen sexy. Dios, eres mala en este juego.
– Ah, pero creí que habías dicho que no te gustaban los juegos.
– Hay algunos que sí me gustan. Uno de ellos es que tú me digas que llevas puesto algo que deje volar la fantasía.
– Bueno, ésta no es tu noche afortunada, a menos que un chándal viejo te excite. Entonces, ¿qué llevas tú?
– Un chándal viejo.
Riley rió.
– Y una sudadera vieja con las mangas cortadas, y apuesto a que un par de calcetines deportivos con un agujero en el talón.
– Eh, ¿qué tienes… una cámara web?
«Ojalá», pensó. Un vistazo a Jackson con su atuendo casero y viejo sonaba… estupendo.
– No. Sólo sé cómo os gusta vestiros a los chicos en cuanto os quitáis el traje y la corbata. Bueno, ¿alguna noticia de la fusión con Élite… o no puedes hablar de ello?
– Aún no hay noticias. Sólo un montón de reuniones. Restaurantes caros, así que prepara tu frugal naturaleza para los informes de gastos que vas a recibir pronto. Marcus vuela mañana a Nueva York, así que habrá más reuniones y más restaurantes.