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– No me sueltes todavía -pidió casi sin aliento-. Me parece que he perdido el dominio sobre mis rodillas.

– No me equivocaba -comentó él divertido.

Riley dejó escapar una risa de sus labios.

– ¿En qué no te equivocabas?

– Tu beso. Tu sabor. La sensación de tenerte en mis brazos. Había empezado a pensar que había imaginado… lo que sea que me haces, pero es tal como lo recuerdo. Incluso mejor, si es posible.

El mejor abogado del mundo no podría rebatir esa declaración.

– ¿Pero no estás seguro de que es mejor? -preguntó ella-. Estoy dispuesta a soportar otro beso si requieres más pruebas…

Sus labios volvieron a capturar los suyos, cortándole las palabras, los pensamientos, todo menos la embrujadora fricción de su lengua contra la de ella, el calor sedoso de su boca, la fragancia fresca de su piel llenando todos los espacios vacíos que le creaba en la cabeza, mientras bajaba las manos fuertes por la espalda para moldearla contra él. Cuando el poco control que había logrado retener se tornó casi inexistente, quebró el beso.

– Surtes un efecto realmente perjudicial en mi autocontrol -jadeó Riley-, y no sé si me agrada.

– Lo mismo, digo.

– Como necesites alguna prueba más, te desnudaré aquí mismo para arrastrarte luego a mi madriguera para abusar de ti.

Él gimió y se inclinó para besar la unión sensible entre el cuello y el hombro.

– Y eso estaría mal… ¿por qué, exactamente?

El aliento cálido de Jackson le provocó un cosquilleo delicioso.

Probablemente, había un motivo, pero ya lo había olvidado. ¿Cómo se suponía que podía pensar en algo con sus labios asaltando su cuello, las manos coronándole los pechos y sus dedos sabios despertándole los pezones a través de la tela elástica del top? Ese hombre era un peligro. Un destructor de concentración de primera magnitud.

También ella se había preguntado si su imaginación había agigantado lo que habían compartido. ¿Tan bueno había sido? Sólo había una manera de averiguarlo…

Apoyó las manos contra su torso y se apartó de él con el fin de mantenerlo a raya. Después de respirar hondo, lo estudió.

– Ahora que lo mencionas, no se me ocurre ninguna razón para no aprovecharme de ti -adoptó su expresión más inocente-. Oh… a menos que prefieras ver la televisión. Probablemente den algún partido de tenis.

– Debes de estar bromeando.

– ¿Quieres cenar algo? Me queda pasta.

– Quizá luego.

– ¿Donuts?

– No; gracias.

– ¿Una copa?

– Me estás matando.

– Supongo que eso es un «no» a la copa.

– Sí. En cuanto a lo de desnudarme… -extendió los brazos-. Considérame a tu disposición.

Capítulo 9

Riley apoyó el mentón sobre él dedo índice y lo recorrió con la vista. Mmmm. Ahí tenía la oportunidad perfecta de retener el control y, en el proceso, hacer que él perdiera el suyo.

¿Estaba a su disposición? Una proposición tentadora. Y que hacía que se sintiera muy atrevida.

Deslizó las manos por el interior de su chaqueta y lentamente se la quitó.

– Lo único que tienes que hacer es quedarte quieto.

– Quedarme quieto. Eso puedo hacerlo.

– Veamos -le bajó la chaqueta por los brazos, luego, la colgó en el galán. Después apoyó las manos sobre el abdomen firme y subió los dedos por la camisa y la corbata. Sin dejar de mirarlo a los ojos, le deshizo el nudo y disfrutó con el deseo que era capaz de crearle y que se manifestaba en su mirada.

Le sacó la camisa de la cinturilla del pantalón y luego, lentamente, se la desabotonó. Guió la tela por sus hombros, después por sus brazos. Antes de colgarla en el galán, enterró la cara en el algodón suave, aún cálido de su piel, y aspiró hondo.

– Mmm -murmuró-. Ropa limpia y hombre cálido. Muy agradable.

Apoyó las manos en los hombros, extendió los dedos y los bajó despacio. Los músculos de Jackson cobraron vida bajo sus yemas y notó que cerraba las manos a los costados.

– ¿Algún problema? -susurró.

– No. Pero no sé cuánto tiempo podré quedarme quieto, cuando ya estás poniendo seriamente a prueba mi control.

Luchó por suprimir la sonrisa que quiso asomarse a sus labios, por no mencionar el alivio de que no era la única en experimentar problemas de control.

Lo recorrió delicadamente con los dedos, luego se acercó para plantar un beso con la boca abierta en el centro de su pecho. Después de arrastrar la lengua por la piel áspera por el vello, buscó una tetilla y la introdujo en su boca. En la garganta de Jackson vibró un gruñido bajo y, animada por esa reacción, deslizó los labios por su piel hasta ir a la otra tetilla. Respiró hondo y se llenó la cabeza con su fragancia fresca y limpia. Volvió a lamerle la tetilla al tiempo que él le introducía los dedos en el cabello.

De inmediato se echó para atrás y, con un ceño fingido, lo reprendió:

– Eso no es quedarse quieto.

La excitación oscurecía la mirada de Jackson, quien lentamente bajó las manos a los lados.

– Veo que esto va a resultar una verdadera prueba para mi autodominio.

– Ese es el plan. A propósito, ¿cómo es tu autocontrol?

– ¿Por lo general? Formidable. ¿Ahora? Empiezo a detectar abolladuras en la armadura.

– Que… fascinante. Veamos cuántas abolladuras puedo encontrar -despacio, subió y bajó los dedos por su pecho, disfrutando con sus gemidos de placer. Cuando pasó un único dedo por la piel justo por encima de la cinturilla del pantalón, lo recorrió un escalofrío visible. Encantada, le tocó los mocasines negros con el pie-. Zapatos y calcetines fuera.

Obedeció. Luego permaneció ante ella con un brillo intenso en los ojos, que le reveló a Riley que anhelaba experimentar lo que fuera que le tuviera preparado.

– Estás estupendo sin otra cosa que esos pantalones -dijo ella, evaluándolo con la mirada mientras con el dedo trazaba círculos perezosos alrededor de su ombligo.

– Gracias -musitó con voz tensa.

Le desabrochó el cinturón y luego abrió el botón de los pantalones.

– Pero todavía estás más estupendo… sin nada.

Un músculo se tensó en la mandíbula de él mientras Riley le bajaba la cremallera. A continuación, introdujo las manos en la banda elástica de los calzoncillos para bajarle los pantalones y la prenda interior al mismo tiempo. Al llegar al suelo, se los quitó y los apartó con un pie.

– Santo cielo -manifestó ella con la vista clavada en la erección. Alargó sólo la yema de un dedo y trazó el contorno del glande con un contacto delicado, que hizo que él -contuviera el aliento-. ¿Sabes? -musitó con un ronroneo ronco y deliberado-, puede que la ropa haga al hombre, pero es el hombre desnudo quien capta mi atención -el roce pausado y erótico continuó y vio cómo tensaba los músculos en su esfuerzo por mantener el control. La otra mano se unió a la acción y comenzó a acariciarle los glúteos-. Abre las piernas -susurró, deslizando la mano por su muslo.

En cuanto lo hizo, le dedicó una sonrisa perversa.

– Las manos encima de la cabeza.

Él enarcó una ceja.

– ¿Es un atraco?

Ella bajó la vista al pene erecto.

– Mmmm. Eso parece.

Con la vista ardiente de ella encima, subió los brazos y apoyó las manos unidas sobre la cabeza.

– ¿Estoy bajo arresto?

– Depende de si encuentro algún arma escondida durante mi cacheo.

– Me costaría ocultar algo tan rígido.

– Sí, puedo verlo -musitó metiendo las manos entre los muslos de él para sopesarlo.

Apoyando la palma de la mano justo debajo de su ombligo, se situó detrás de él y arrastró la mano por su cadera. Guando quedó justo a su espalda, permitió que la mirada ávida lo recorriera.

– Muy bonita vista -comentó, apoyando las manos en la parte de atrás de sus muslos, para luego subir lentamente los dedos por los glúteos firmes, y más arriba aún, hasta negar a los hombros.