Выбрать главу

Empecé a meditar sobre el tema de dominar a Richard Parker. No bastaba con que me tolerara los días calurosos y despejados, sencillamente porque le diera pereza salir a bordo. No podía pasarme la vida huyendo de él. Necesitaba acceder a la taquilla y a la parte superior de la lona sin tener que temer por mi vida, independientemente de la hora que fuera o el tiempo que hiciera. Lo que necesitaba eran derechos, la clase de derechos que uno obtiene con el poder.

Había llegado el momento de imponerme y forjarme mi propio territorio.

CAPÍTULO 71

A aquellos que alguna vez se encuentren en un aprieto similar al mío, les recomendaría que siguieran las siguientes pautas:

1. Escoja un día en el que las olas sean pequeñas, pero regulares. Es necesario que el mar desempeñe bien su papel cuando el bote esté de lado con respecto a las olas, pero sin que llegue a volcarse.

2. Suelte toda la cuerda del ancla flotante para que el bote esté lo más estable y cómodo posible. Prepare su refugio fuera del bote salvavidas por si lo necesita (lo más probable es que le haga falta en algún

que otro momento). Si puede, idee alguna forma de protegerse. Hay muchas cosas que pueden servirle de escudo. Si envuelve ropa o mantas alrededor de las extremidades, tendrá una armadura mínima.

3. Ahora viene la parte más complicada: tiene que provocar al animal que lo aqueja. Sea tigre, rinoceronte, avestruz, jabalí u oso pardo, sea la bestia que sea, tiene que exasperarla. La manera más eficaz probablemente sea acercarse al límite de su territorio y entrar en el territorio neutral con gran estrépito. Yo hice justamente eso: me acerqué al borde de la lona y empecé a dar patadas en el banco del medio, haciendo sonar el pito suavemente. Es importante que haga un ruido consistente y reconocible para marcar su agresión. Pero debe ir con cuidado. La idea es provocar al animal, pero sin excederse. Debe evitar que el animal lo ataque sin más. Si lo hace, Dios lo ampare. Piense que corre el riesgo de acabar despedazado, pisoteado, destripado, y lo más probable de todo es que el animal se lo coma. No es lo que usted busca. Lo que busca es un animal resentido, fastidiado, irritado, molesto, enfadado y enojado, pero no homicida. No debe entrar en el territorio del animal bajo ninguna circunstancia. Contenga su agresión y limítese a mirarlo fijamente a los ojos, a tocar el silbato y a gritar pullas.

4. Cuando haya conseguido irritar al animal, obre con toda la mala fe posible para provocarlo a que entre en su territorio. Por experiencia propia, le recomiendo un buen método para lograr que esto ocurra: empiece a retroceder lentamente mientras sigue haciendo los ruidos. ¡EN NINGÚN MOMENTO DEBE DEJAR DE MIRARLO FIJAMENTE A LOS OJOS! En cuanto el animal haya puesto una pata en su territorio, incluso cuando haya pisado con resolución el territorio neutral, ya habrá conseguido su objetivo. No sea quisquilloso ni legalista respecto a dónde ha colocado la pata. Tiene que mostrar su afrenta sin demora. No espere a interpretar la acción, malinterprétela lo más rápidamente posible. La idea es que tiene que hacer entender al animal que el vecino de arriba es excepcionalmente puntilloso en cuanto a su territorio.

5. Una vez el animal haya cruzado la barrera, tendrá que mostrarle una indignación inagotable. Aunque haya vuelto a su refugio fuera del bote o esté en el extremo final de su territorio en el bote, EMPIECE A TOCAR EL SILBATO CON TODA SU FUERZA y ACERQUE EL ANCLA FLOTANTE AL BOTE SALVAVIDAS. Estas dos acciones son importantísimas. No debe esperar a llevarlas a cabo. Si puede hacer que el bote salvavidas se coloque en una posición perpendicular a las olas de otro modo, con el remo, por ejemplo, hágalo de inmediato. Cuanto antes consiga orientar el bote, mejor.

6. El hecho de tocar un silbato sin interrupción acabará agotando a cualquier náufrago, pero no debe flaquear. El animal perturbado tiene que asociar la náusea creciente que siente con los sonidos agudos del silbato. Si quiere acelerar el proceso, póngase de pie encima de uno de los extremos del bote, con un pie en cada una de las regalas y muévase al ritmo de las olas. Por muy menudo que sea, por muy grande que sea el bote salvavidas, le sorprenderá cómo cambia la cosa con un poco de ayuda. Le aseguro que en pocos segundos el bote empezará a menearse como Elvis Presley. No olvide tocar el silbato sin parar y procure no volcar el bote.

7. Tiene que continuar hasta que el animal en cuestión (el tigre, el rinoceronte, lo que sea) esté tan mareado que no pueda siquiera aguantarse de pie. Espere hasta que lo vea haciendo arcadas, hasta que esté tumbado en el fondo del bote, temblando como una hoja, con los ojos en blanco y en sus últimos estertores. Mientras tanto, tiene que destrozar los tímpanos del animal con los pitidos estridentes del silbato. Si usted también se marea, no malgaste el vómito echándolo al mar. Utilícelo para marcar las fronteras de su territorio. Le aseguro que es una barrera estupenda.

8. Cuando vea que el animal está muy enfermo, ya puede parar. La náusea se da con rapidez pero tarda mucho en desaparecer. Tampoco hace falta que se pase. La náusea no matará a nadie pero puede minar seriamente las ganas de vivir. Cuando lo haya machacado lo suficiente, suelte el ancla flotante, intente darle sombra al animal en el caso de que se haya desplomado a la luz del sol y asegúrese de dejarle agua para cuando se despierte, mezclada con pastillas para el mareo, si tiene. En esta fase del adiestramiento, la deshidratación supone un gran peligro. Luego retírese a su refugio y deje al animal en paz. El agua, el descanso y la tranquilidad, junto a un bote salvavidas estable lo devolverá a la vida. Debe permitir que el animal se recupere del todo antes de repetir los pasos 1 al 8.

9. Repita el tratamiento hasta que el animal asocie de forma fija y completamente inequívoca el sonido agudo del silbato con la sensación de aquella náusea tan debilitante e intensa. A partir de entonces, sírvase exclusivamente del silbato cada vez que el animal intente entrar en su territorio o se porte mal. Con un solo silbido, comprobará que su animal se estremecerá de malestar y se batirá en retirada al lugar más seguro y más lejano de su territorio. Una vez haya alcanzado este nivel del adiestramiento, utilice el silbato con moderación.

CAPÍTULO 72

En mi caso particular, fabriqué un escudo de un caparazón de tortuga para protegerme de Richard Parker mientras lo adiestraba. Corté una muesca en cada lado del caparazón y las conecté con una cuerda. El escudo pesaba más de lo que me hubiera gustado, pero que yo sepa, los soldados nunca llegan a escoger sus pertrechos.

La primera vez que lo probé, Richard Parker mostró los dientes, giró las orejas, espetó un rugido corto y gutural y arremetió contra mí. Alzó una garra poderosa y llena de cuchillas y le dio un zarpazo al escudo. Yo salí volando del bote salvavidas. Caí en el agua y solté el escudo al instante. Se hundió sin dejar rastro después de golpearme en la espinilla. Estaba despavorido, debido a Richard Parker, por supuesto, pero también por el hecho de estar en el agua. En mi cabeza vi un tiburón que estaba a punto de salir del agua como un rayo y comerme vivo. Nadé hacia la balsa moviendo los brazos con frenesí, haciendo justo la clase de brazadas que a los tiburones les resultan tan deliciosamente tentadoras. Por suerte, no había tiburones. Llegué a la balsa, solté toda la cuerda y me senté abrazándome las piernas y con la cabeza gacha, intentando apagar las llamas de terror que me estaban abrasando por dentro. Tardé mucho en dejar de temblar. No me moví de la balsa durante todo el día y toda la noche. No comí ni bebí nada.

La próxima vez que pesqué una tortuga, volví a poner manos a la obra. El segundo escudo fue más pequeño, pesaba menos y era mejor. Una vez más me subí al bote, avancé y empecé a dar patadas en el banco del medio.

Me pregunto si los que oyen esta historia entenderán que mi comportamiento no se debía a que yo estuviera desquiciado ni a que tuviera tendencias suicidas, sino que se trataba de una necesidad pura y dura. O lo adiestraba y conseguía hacerlo entender quién era el Número Uno y quién era el Número Dos, o moría el día que subiera a bordo para ampararme de alguna tormenta y él se opusiera.