– Adiós, Richard Parker. Siento haberte fallado. Hice lo mejor que pude. Adiós. Querido papá, querida mamá, querido Ravi, ya voy. Vuestro hijo y hermano que tanto os quiere viene a unirse a vosotros. No ha habido hora en que no pensara en vosotros. El momento en que os vea será el más feliz de mi vida. Y ahora tengo que dejar este asunto en manos de Dios, que es amor y a quien amo.
Oí las palabras:
– ¿Hay alguien allí?
Es increíble lo que uno llega a oír cuando está solo en la oscuridad de una mente moribunda. Un sonido sin forma ni color resulta muy extraño. Estar ciego equivale a oír de forma distinta.
De nuevo me llegaron las palabras:
– ¿Hay alguien allí?
Concluí que me había vuelto loco. Triste, mas cierto. Al sufrimiento le encanta estar acompañado y la locura está más que dispuesta a complacerlo.
– ¿Hay alguien allí?-dijo de nuevo la voz, esta vez con más insistencia.
La nitidez de mi enajenación era pasmosa. La voz tenía timbre propio y una aspereza acentuada y cansada. Decidí participar en el juego.
– Claro que hay alguien allí-repuse-. Siempre hay por lo menos una persona. ¿Quién haría la pregunta, si no?
– Pues mira, esperaba que hubiera otra persona.
– ¿Cómo que otra persona? ¿Que no sabes dónde estás?
Si no te gusta este fruto de tu fantasía, escoge otro. No será por falta de opciones.
Mmm. Fruto. Fruta. Cómo me apetecía comer fruta.
– Así que no hay nadie, ¿verdad?
– Chitón. Estoy soñando con fruta.
– ¡Fruta! ¿Tienes fruta? Te ruego que me des un poco. Te lo suplico. Un trocito. Estoy hambriento.
– Claro que tengo fruta. Es fruto de mi fantasía.
– ¿Fruto, fruta? Por favor, ¿no podrías darme un poco? Es que…
La voz, o el efecto del viento y las olas en cuestión, se debilitó.
– Es jugosa y grande y huele tan bien-continué-. Las ramas están dobladas por la cantidad de fruta que crece en ellas. Tiene que haber más de trescientas piezas en ese árbol.
Silencio.
La voz volvió:
– Hablemos de comida.
– Buena idea.
– ¿Qué comerías si pudieras escoger lo que quisieras?
– Es una pregunta magnífica. Escogería un buffet espléndido. Empezaría con un plato de arroz y sambar. Luego comería arroz con lentejas negras y arroz con…
– Yo comería…
– Todavía no he terminado. Y con el arroz comería sambar de tamarindo picante y sambar de cebollitas y…
– ¿Algo más?
– Ya termino. También comería sagú de vegetales variados y korma de verduras y masala de patatas y vadai de col y masala dosai y rasam picante de lentejas y…
– Comprendo.
– Espera. Y poriyal de berenjenas rellenas y kootu de boniato y coco e idli de arroz y bajji de verduras y…
– Suena de…
– ¿Ya he mencionado los chutneys? Chutney de coco y chutney de menta y condimento de chilis verdes y condimento de grosella espinosa, con todos los nans, popadoms, parathas y puris de rigor, por supuesto.
– Suena de…
– ¡Las ensaladas! Ensalada de crema de mango y ensalada de crema de calalú y ensalada de pepino fresco sin condimentos. Y de postre, payasam de almendras y payasam de leche y crepe de azúcar moreno y toffee de cacahuetes y burfi de coco y helado de vainilla con salsa de chocolate caliente y espesa.
– ¿Ya está?
– Y acabaría este tentempié con un vaso de diez litros de agua limpia y fresca y un café.
– Suena de maravilla.
– Sí, ¿verdad?
– Dime, ¿cómo es el kootu de boniato y coco?
– Es un manjar de los dioses. Para hacerlo, necesitas boniatos, coco rallado, plátanos verdes, chili en polvo, pimienta negra molida, cúrcuma en polvo, granos de comino, semillas de mostaza marrones y un poco de aceite de coco. Primero hay que saltear el coco hasta que esté tostado…
– ¿Me permites que te haga una sugerencia?
– ¿Cuál?
– Que en lugar de comer kootu de boniato y coco, comas lengua de ternero cocido con salsa de mostaza.
– No me suena muy vegetariano.
– Es que no lo es. Y luego callos.
– ¿Callos? ¿Acabas de comerle la lengua al pobre animal y ahora quieres comerle el estómago?
– ¡Sí! Sueño con tripes á la mode de Caen, calentito, con lechecillas.
– ¿Lechecillas? Eso ya me suena mejor. ¿Qué son lechecillas?
– Pues se hacen del páncreas de un ternero.
– ¡El páncreas!
– Estofadas con salsa de champiñones. Son deliciosas.
¿De dónde salían aquellos platos tan asquerosos y sacrílegos? ¿Tan mal estaba que hasta contemplaba la idea de atacar a una vaca y su cría? ¿En qué clase de viento cruzado horrible me había metido? ¿Volvía a estar inmerso en aquellos residuos flotantes?
– Dime, ¿cuál va a ser la próxima afrenta?
– Sesos de ternera con salsa de mantequilla quemada.
– Veo que ya has vuelto a la cabeza.
– ¡Soufflé de sesos!
– Me están entrando náuseas. ¿Hay algo que no comas?
– Lo que daría por una sopa de rabo de buey. Por un cochinillo relleno de arroz, salchichas, albaricoques y pasas. Por hígado de ternera con salsa de mantequilla, mostaza y perejil. Por plato de conejo marinado estofado con vino tinto. Por unas salchichas de hígado de pollo. Por un buen filete de ternera con paté de carne de cerdo e hígado. Por unas ranas. Sí, ¡que me traigan ranas, quiero ranas!
– No puedo más.
La voz se debilitó. Yo estaba temblando de las náuseas. Que la locura me afectara a la cabeza era una cosa, pero era injusto que me llegara al estómago.
De repente, lo comprendí todo.
– ¿Y comerías ternera cruda y ensangrentada?
– ¡Pues claro! Me encanta un buen steak tañare.
– ¿Comerías la sangre coagulada de un cerdo muerto?
– ¡Cada día, con salsa de manzana!
– ¿Comerías lo que fuera de un animal, aunque fueran los restos?
– ¡Canalones y salchichas! ¡Apilaría el plato hasta arriba!
– ¿Y una zanahoria? ¿Comerías una zanahoria cruda?
No contestó.
– ¿No me has oído? ¿Comerías una zanahoria?
– Te he oído. Para ser sincero, si pudiera escoger, no me la comería. No tolero esa clase de comida. La encuentro de mal gusto.
Me eché a reír. Lo sabía. No estaba oyendo voces. No me había vuelto loco. ¡Era Richard Parker, ese granuja carnívoro! Con todas las horas que habíamos pasado juntos y él había esperado hasta la última antes de morirnos para abrir el pico. El hecho de hablar con un tigre me llenaba de satisfacción. De repente, me entró una curiosidad morbosa, como la que padecen las estrellas de cine en manos de sus admiradores.
– Tengo curiosidad. Dime, ¿alguna vez has matado a un hombre?
Lo dudé. Los animales que comen carne humana se dan con menos frecuencia que los asesinos entre los hombres, y Richard Parker llegó al zoológico de cachorro. Pero cabía la posibilidad de que su madre hubiera cazado un ser humano antes de que la apresara Sediento.
– Vaya pregunta-repuso Richard Parker.
– A mí me parece de lo más razonable.
– ¿Ah, sí?
– Pues sí.
– ¿Y por qué?
– Hombre, tienes cierta reputación, ¿sabes?
– ¿Ah, sí?
– Claro. ¿Cómo puedes ser tan ciego?
– Porque lo soy.
– Bien, voy a esclarecer lo que tú no quieres ver: tienes reputación de matar a hombres. Ahora contéstame: ¿lo has hecho alguna vez? Silencio.