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– ¿Me está diciendo que existen árboles de trescientos años que miden menos de sesenta centímetros y que se pueden llevar en brazos?

– Sí, sí. Son muy delicados. Requieren mucha atención.

– Pero ¿quién ha visto algo así? Son botánicamente imposibles.

– No, señor Patel, le aseguro que existen. Mi tío…

– Hasta que no lo vea, no lo creo.

SR. OKAMOTO: Un momento, por favor. Atsuro, con todo el respeto que se merece tu tío que vive en el campo cerca de Hita-Gun, no hemos venido a hablar de botánica.

– Sólo quería ayudar, señor.

– ¿Los bonsáis de tu tío comen carne?

– Que yo sepa, no

– ¿Y alguno de ellos te ha mordido en alguna ocasión?

– No.

– Bien, en ese caso, los bonsáis de tu tío no no están ayudando. ¿Por dónde íbamos?

PI PATEL: Por los árboles altos y grandes que estaban firmemente arraigados en el suelo.

– Ah sí, pero de momento vamos a dejarlos de lado.

– Igual cuesta un poco. Nunca traté de desarraigarlos y levantarlos.

– Es usted muy gracioso, señor Patel. ¡Ja, ja, ja!

PI PATEL: ¡Ja, ja ja!

SR. CHIBA: ¡Ja, ja, ja! Tampoco hace tanta gracia.

SR. OKAMOTO: Sigue riendo. ¡Ja, ja ja!

SR. CHIBA: ¡Ja, ja, ja!

SR. OKAMOTO: Bueno, el tigre es otro elemento de su historia que nos resulta bastante increíble.

– ¿Qué quiere decir?

– Pues que cuesta mucho creérselo.

– Es una historia asombrosa.

– Por eso mismo.

– No sé ni cómo sobreviví.

– Debió de ser todo un reto.

– Me apetece otra galleta.

– Ya no quedan.

– ¿Y qué hay en esa bolsa?

– Nada.

– ¿Me permite verla?

SR. CHIBA: ¡Adiós! Nos acabamos de quedar sin el almuerzo.

SR. OKAMOTO: Volvamos al tema del tigre…

PI PATEL: Fue espantoso. ¡Qué buenos están estos bocadillos!

SR. OKAMOTO: Sí, parecen deliciosos.

SR. CHIBA: Tengo hambre.

– No se ha encontrado ni rastro del tigre. Cuesta un poco creérselo, ¿verdad? No hay tigres en el continente americano. Si anduviera un tigre suelto por allí, ¿no cree que la policía ya se habría enterado?

– Debería contarle lo que pasó con la pantera negra que se escapó del zoológico de Zurich en pleno invierno.

– Señor Patel, un tigre es un animal salvaje terriblemente peligroso. ¿Cómo pudo sobrevivir en un bote salvavidas con un tigre? Es…

– Lo que usted no sabe es que para los animales salvajes, nosotros somos una raza extraña y amedrentadora. Nos tienen pánico. Si pueden, nos evitan. Tardamos siglos en quitarles el miedo a algunos de los animales más flexibles, en domesticarlos, pero la mayoría de ellos no pueden superar el miedo que sienten, y dudo que jamás lo consigan. Si nos ataca un animal salvaje, lo hace por pura desesperación. Sólo pelean cuando sienten que no les queda más alternativa. Es el último recurso.

– ¿Pero en un bote salvavidas? Por favor, señor Patel, ¡cuesta demasiado creérselo!

– ¿Que le cuesta creerlo? ¿Qué saben ustedes de lo que cuesta creer? ¿Quieren algo que cueste creer? Yo les diré algo que sí cuesta creer. Entre los directores de los zoológicos, hay un secreto muy bien guardado. Y es que en 1971, Bara, una osa polar, se escapó del zoológico de Calcuta. Nunca más se supo de ella. No la encontró ni la policía, ni los cazadores, ni los cazadores furtivos, ni nadie. Creemos que vive suelta en las orillas del río Hugli. Tengan cuidado si alguna vez van a Calcuta, señores. Si el aliento les huele a sushi, ¡tal vez tengan que pagar un precio muy alto! Si cogieran la ciudad de Tokio, le dieran la vuelta y la sacudieran bien, se asombrarían de la cantidad de animales que se caerían: tejones, lobos, boas constrictor, dragones de Comodo, cocodrilos, avestruces, babuinos, carpinchos, jabalíes, leopardos, manatíes y toda clase de rumiantes. No tengo la menor duda de que desde hace generaciones, ha sobrevivido más de un hipopótamo asilvestrado y más de una jirafa asilvestrada en la ciudad de Tokio sin que nadie los viera. Miren la porquería que se les queda pegada a los zapatos cuando caminan por la calle y compárenla con la porquería que encontrarán en el fondo de las jaulas del zoológico de Tokio. ¡Entonces levanten la vista, señores! ¿Y ustedes pretenden encontrar un tigre en medio de una jungla en México? ¡Es de risa, vamos, de risa! ¡Ja, ja, ja!

– De acuerdo, quizás haya jirafas e hipopótamos asilvestrados en la ciudad de Tokio y un oso polar suelto por Calcuta. Lo que no creemos es que hubiera un tigre vivo en su bote salvavidas.

– ¡Qué arrogantes que son los que viven en las grandes ciudades! ¡Ustedes conceden a sus metrópolis todos los animales del Edén, y a mi aldea no le permiten ni un miserable tigre de Bengala!

– Señor Patel, tranquilícese por favor.

– Señor Patel…

– ¡A mí no me intimide con su cortesía! Cuesta creer que existe el amor, si no pregúnteselo a cualquier amante. Cuesta creer que existe la vida, si no pregúnteselo a cualquier científico. Cuesta creer que existe Dios, si no pregúnteselo a cualquier creyente. ¿Qué problema tienen con lo que cuesta creer?

– Lo único que pretendemos es ser razonables.

– ¡Yo también! Tuve que razonar en cada instante. La razón va de maravilla cuando quieres conseguir comida, ropa y protección. La razón es el mejor juego de herramientas. No haya nada como el uso de la razón para evitar que se te acerque un tigre. Pero si son demasiado razonables, arriesgan a tirar el universo entero con las frutas pochas.

– No se ponga así, señor Patel. Tranquilícese.

SR. CHIBA: ¿Las frutas? ¿Ahora qué le ha dado con las frutas?

– ¿Cómo que no me ponga así? ¡Deberían haber visto a Richard Parker!

– Sí, por supuesto.

– ¡Enorme! ¡Con los dientes así! ¡Las garras parecían cimitarras!

SR. CHIBA: ¿Qué son cimitarras?

SR. OKAMOTO: Chiba-san, en vez de hacer preguntas estúpidas sobre el vocabulario, ¿por qué no echas una mano? Este niño es un hueso duro de roer. Haz algo de una vez, ¿quieres?

SR. CHIBA: ¡Mire! ¡Una barra de chocolate!

PI PATEL: ¡Estupendo!

[SILENCIO LARGO]

SR. OKAMOTO: Como si no nos hubiera robado todo el almuerzo ya. Ahora nos exigirá tempura.

[SILENCIO LARGO]

SR. OKAMOTO: Creo que nos estamos yendo por las ramas. Hemos venido a verle porque algunos meses atrás se hundió un carguero. Usted es el único superviviente. Y sólo era un pasajero. No es responsable de lo que ocurrió. Nosotros…

– ¡Qué bueno que está el chocolate!

– Nosotros no pretendemos presentar cargos contra usted. Sabemos que es una víctima inocente de una tragedia en alta mar. Sólo queremos establecer por qué y cómo se hundió el Tsimtsum. Pensamos que quizá usted podría ayudarnos, señor Patel.

[SILENCIO]

– ¿Señor Patel?

[SILENCIO]

PI PATEL: Los tigres existen, los botes salvavidas existen, los océanos existen. Como nunca han coincidido en su experiencia escasa y limitada, se niegan a creer que tal vez llegaran a hacerlo. Sin embargo, el hecho es que el Tsimtsum los reunió y luego se hundió.

[SILENCIO]

SR. OKAMOTO: ¿Y qué me dice del francés?

– ¿Qué le pasa?

– Hombre, dos personas ciegas en dos botes salvavidas diferentes que se encuentran en medio del océano Pacífico… La casualidad es un poco rocambolesca ¿no le parece?

– ¡Ya lo creo!

– A nosotros nos parece muy poco probable.

– Bueno, ganar la lotería también, y siempre hay un ganador.

– Nos cuesta muchísimo creerlo.