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»Tenía la pierna completamente destrozada. Le salía el hueso de la piel. Estaba gritando de dolor. Se lo encajamos lo mejor que pudimos y nos aseguramos de que comiera y bebiera. Pero se le infectó la pierna y aunque cada día drenamos el pus, empeoró. El pie se le puso negro e hinchado.

»Fue idea del cocinero. Era un animal. Nos dominó. Nos susurró que la infección se extendería y sólo sobreviviría si le cortábamos la pierna. Como tenía el hueso roto a la altura del muslo, lo único que tendríamos que hacer era cortar la carne y ponerle un torniquete. Ese susurro malvado aún resuena en mis oídos. Nos dijo que se encargaría él de la misión de salvarle la vida al marinero, pero que nosotros tendríamos que sujetarlo. La única anestesia sería la sorpresa que se iba a llevar. Nos abalanzamos sobré él. Mi madre y yo le inmovilizamos los brazos mientras el cocinero se sentó encima de su pierna buena. El marinero se retorció y chilló. Respiraba aguadamente. El cocinero maniobró el cuchillo con rapidez. Se le cayó la pierna. Mi madre y yo lo soltamos en seguida y nos apartamos de él. Creíamos que una vez libre, dejaría de forcejear. Creíamos que se quedaría tendido tranquilamente donde estaba. Pero no fue así. Se incorporó al instante. El hecho de no entender los gritos hizo que nos calaran todavía más. Gritó y nosotros lo miramos, petrificados. Había sangre por todas partes. Peor aún fue el contraste entre la actividad frenética del marinero y el reposo sosegado de su pierna en el fondo del bote. Se la quedó mirando como suplicándole que volviera a su sitio. Por fin, se recostó. Entramos en acción. El cocinero cubrió el hueso con un pliegue de piel. Envolvemos el muñón en un trozo de tela y le atamos una cuerda para que dejara de sangrar. Lo tendimos lo más cómodamente posible sobre un colchón hecho de chalecos salvavidas y procuramos abrigarlo con las mantas. Pensé que no serviría de nada. No creía posible que un ser humano pudiera aguantar tanto dolor, tanta carnicería. Pasó toda la tarde y la noche quejándose, con la respiración áspera y entrecortada. Le dieron ataques de delirio agitado. No esperaba encontrarlo vivo a la mañana siguiente.

»Sin embargo, se aferró a la vida. Al alba seguía vivo. Perdió y recobró el conocimiento varias veces. Mi madre le dio agua. Vi la pierna amputada. Me dejó sin habla. Con toda la conmoción, había quedado apartada y olvidada en la oscuridad. Estaba secretando un líquido y parecía más delgada. Cogí un chaleco salvavidas y lo usé como guante. Cogí la pierna.

»- ¿Qué haces?-me preguntó el cocinero.

»-Voy a tirarla al agua-repuse.

»-No seas idiota. Nos servirá de cebo. ¿Para qué crees que se la he cortado, si no?

«Pienso que se arrepintió de aquellas últimas palabras incluso cuando le estaban saliendo de la boca, pues fueron perdiendo intensidad. Se apartó.

»- ¿Que para qué se la ha cortado, si no?-espetó mi madre-. ¿Qué quiere decir exactamente?

»Fingió estar ocupado.

»La voz de mi madre subió de tono:

»- ¿Nos está diciendo que le hemos cortado la pierna a este chico no para salvarle la vida, sino para usarla de cebo?

»E1 animal se quedó callado.

»- ¡Respóndame!-gritó mi madre.

«Levantó la vista como un animal acorralado y la fulminó con la mirada.

»-Se nos están agotando las provisiones-gruñó-. Si no conseguimos más comida, moriremos.

»Mi madre le devolvió la mirada.

»- ¿Qué dice? ¡No se nos está agotando nada! Todavía nos queda mucha agua y muchos paquetes de galletas. Nos arreglaremos como sea hasta que vengan a rescatarnos.

»Agarró el recipiente donde guardábamos las galletas. No pesaba casi nada. Lo sacudió y oyó que sólo quedaban unas pocas migas en el fondo.

»¿Cómo?-exclamó, abriéndolo-. ¿Dónde están las galletas? ¡Si ayer por la noche el recipiente estaba lleno!

»E1 cocinero apartó la vista. Yo también.

»- ¡Es un monstruo!-gritó mi madre-. Si nos estamos quedando sin comida es porque usted se ha atiborrado.

»-Bueno, él también-contestó el cocinero, señalándome con la cabeza.

»Los ojos de mi madre se volvieron hacia mí. Se me cayó el alma a los pies.

»-Piscine, ¿es cierto?

»-Fue por la noche, mamá. Estaba medio dormido y estaba hambriento. Me ofreció una galleta. Me la comí sin pensármelo…

»-Conque una, ¿eh?-dijo el cocinero con desdén.

»Esta vez, la que apartó la vista fue mi madre. La rabia la abandonó. Sin decir nada, fue a atender al marinero.

«Quería que se enfadara. Quería que me castigara. Pero ese silencio, no. Bajo el pretexto de colocar más chalecos salvavidas alrededor del marinero para que estuviera más cómodo, conseguí acercarme a ella. Le susurré:

»-Lo siento, mamá. Lo siento.

»Se me llenaron los ojos de lágrimas. Cuando miré hacia ella, vi que a ella también. Pero no me miró. Estaba mirando hacia algún recuerdo suspendido en el aire.

»-Estamos solos, Piscine. Completamente solos-dijo en un tono que aniquiló todas las esperanzas que me quedaban.

»En mi vida me había sentido tan solo como en aquel instante. Ya llevábamos dos semanas en el bote salvavidas y nos estaba afectando. Sabíamos que las posibilidades de que hubieran sobrevivido mi padre y Ravi eran cada vez más escasas.

«Cuando nos volvimos, vimos que el cocinero había cogido la pierna del marinero y que la estaba colgando por encima del agua para acabar de drenarla. Mi madre le tapó los ojos al marinero.

»Murió plácidamente. La vida se le fue escurriendo igual que el líquido de la pierna. El cocinero no tardó en masacrarlo. La pierna no sirvió de cebo. Estaba demasiado podrida y la carne no se quedaba enganchada en el anzuelo. Sencillamente se disolvió en el agua. Ese monstruo no desperdició nada. Lo cortó a pedacitos, incluso la piel y cada centímetro de sus intestinos. Preparó hasta los genitales. Cuando hubo acabado con el torso, pasó a los brazos, los hombros y las piernas. Mi madre y yo nos estremecimos de dolor y horror. Mi madre gritó:

»- ¿Cómo puede hacerlo? ¿Dónde está su humanidad? ¡No tiene vergüenza! ¿Que le ha hecho a usted ese pobre muchacho? ¡Monstruo! ¡Es un monstruo!

»E1 cocinero se limitó a responder con una vulgaridad indescriptible.

»- ¡Por el amor de Dios, al menos tápele la cara!-sollozó mi madre.

»Fue espeluznante ver aquel rostro tan bello, tan noble y sereno, conectado a semejante carnicería. El cocinero se abalanzó sobre la cabeza del marinero y ante nuestros propios ojos, le arrancó la cabellera y la cara. Mi madre y yo vomitamos.

»Cuando hubo terminado, tiró el cadáver mutilado del marinero al agua. Poco después, el bote estaba cubierto de tiras de carne y órganos que el cocinero puso a secar al sol. Retrocedimos estremecidos. Procuramos no mirarlas. Pero el olor persistió.

»La próxima vez que se nos acercó el cocinero, mi madre le dio un guantazo en toda la cara, un guantazo que resonó y quedó suspendido en el aire. Jamás me lo hubiera esperado de mi madre. Pero fue heroico. Fue un acto de indignación y pena y dolor y coraje, propinado en memoria del pobre marinero. Lo hizo para salvar su dignidad.

»Me quedé atónito. El cocinero también. Se quedó allí sin moverse ni hablar. Mi madre se lo quedó mirando. Me acuerdo que él no fue capaz de mirarla a los ojos.

»Nos retiramos a nuestros espacios privados. Yo no me aparté del lado de mi madre. Sentía una mezcla de admiración encandilada y miedo atroz.