Sus azules ojos y su boca, perfectamente pintada, sonrieron con una cordialidad cautivadora.
– Herr Gunther, supongo.
Asentí sin hablar.
– Soy Inge Lorenz. Una amiga de Eduard Müller. Del Berliner Morgenpost.
Nos estrechamos las manos, y yo abrí la puerta del despacho.
– Entre y póngase cómoda -dije.
Echó una mirada alrededor de la habitación y husmeó el aire un par de veces. Seguía oliendo como el delantal de un tabernero.
– Perdón por el olor. Me temo que tuve un pequeño accidente.
Fui a la ventana y la abrí. Cuando me di la vuelta me la encontré al lado.
– Una vista impresionante -observó.
– No está mal.
– Berlin Alexanderplatz. ¿Ha leído la novela de Döblin? -me preguntó.
– Ahora no tengo mucho tiempo para leer -dije-. Y además, hay tan pocas cosas que valgan la pena…
– Por supuesto, es un libro prohibido -dijo-, pero debería leerlo, mientras dure su nuevo periodo de circulación.
– No la entiendo.
– Ah, ¿no se ha dado cuenta? Los escritores prohibidos están de vuelta en las librerías. Es por las Olimpiadas.Para que los turistas no piensen que aquí hay una represión tan severa como van diciendo por ahí. Por supuesto, desaparecerán de nuevo tan pronto como todo termine, pero aunque sólo sea porque están prohibidos uno debería leerlos.
– Gracias. Lo tendré presente.
– ¿Tiene un cigarrillo?
Abrí la caja de plata del escritorio y se la acerqué sujetándola por la tapa. Cogió un cigarrillo y me dijo que le diera fuego.
– El otro día, en un café de la Kurfürstendamm, encendí uno distraída y un viejo entrometido se me acercó para recordarme mi deber como mujer alemana: esposa o madre. Ni en sueños, pensé. Tengo casi treinta y nueve años, a duras penas la edad de empezar a producir nuevos reclutas para el partido. Soy lo que llaman una calamidad eugenésica.
Se sentó en uno de los sillones y cruzó aquellas hermosas piernas suyas. No veía nada calamitoso en ella, excepto quizá los cafés que frecuentaba.
– Hemos llegado a un punto en que una mujer no puede salir un poco maquillada por miedo a que la llamen puta.
– No me da la impresión de que sea del tipo que se preocupa mucho por lo que le llame la gente -dije-. Además, da la casualidad de que me gustan las mujeres con aspecto de damas, no de lecheras de Hesse.
– Gracias, Herr Gunther -dijo sonriendo-. Es muy amable por su parte.
– Müller dice que antes era reportera para el DAZ.
– Sí, es cierto. Perdí mi empleo durante la campaña del partido «Sacad a las mujeres de la industria». Una forma ingeniosa de resolver el problema del desempleo alemán, ¿no cree? Basta con decir que una mujer ya tiene un empleo, que es cuidar de la casa y de la familia. Si no tiene marido, más le vale hacerse con uno, si sabe lo que le conviene. La lógica es escalofriante.
– ¿Cómo se gana la vida ahora?
– Trabajé un poco como freelance. Pero en este mismo momento, francamente, Herr Gunther, estoy sin blanca, y por eso estoy aquí. Müller dice que está buscando alguna información sobre Hermann Six. Me gustaría tratar de vender lo que sé. ¿Lo está investigando?
– No, en realidad es mi cliente.
– Oh -dijo, y sonó un tanto desilusionada al oír eso.
– Hay algo en la forma en que me contrató que hace que quiera saber mucho más de él -expliqué-, y no me refiero sólo a qué escuela fue. Supongo que podríamos decir que me irritó. Verá, es que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
– Eso no es una actitud muy sana en estos días.
– Eso me temo. -Le sonreí-. ¿Digamos cincuenta marcos por lo que sabe?
– ¿Y si decimos cien y así no sufrirá una decepción?
– ¿Qué tal setenta y cinco y una cena?
– Trato hecho.
Me tendió la mano y cerramos el acuerdo con un apretón.
– ¿Hay un archivo o algo así, Fräulein Lorenz?
Se dio unos golpecitos en la cabeza.
– Por favor, llámame Inge. Está todo aquí, hasta el último detalle.
Y a continuación me lo contó.
– Hermann Six nació, hijo de uno de los hombres más ricos de Alemania, en abril de 1881, nueve años, día por día, antes de que nuestro amado Führer entrara en este mundo. Dado que has mencionado la escuela, fue al König Wilhelm Gymnasium, de Berlín. Más tarde entró en la Bolsa, y luego en el negocio de su padre, que era, claro está, la Acería Six.
»AI igual que Fritz Thyssen, el heredero de otra gran fortuna familiar, el joven Six era un ardiente nacionalista, que organizó la resistencia pasiva contra la ocupación francesa del Ruhr en 1923. Por eso, tanto él como Thyssen fueron arrestados y encarcelados. Pero aquí termina la similitud entre los dos, porque, a diferencia de Thyssen, a Six nunca le ha gustado Hitler. Era un nacionalista conservador, nunca un nacionalsocialista, y cualquier apoyo que pueda haber prestado al partido ha sido puramente pragmático, por no decir oportunista.
»Entretanto se casó con Lisa Voegler, una antigua actriz de la compañía oficial del Teatro Estatal de Berlín. Tuvieron sólo una hija, Grete, nacida en 1911. Lisa murió de tuberculosis en 1934, y Six se casó con Ilse Rudel, la actriz.
Inge Lorenz se levantó y empezó a pasear arriba y abajo mientras hablaba. Mirándola resultaba difícil concentrarse: cuando se daba la vuelta mis ojos se pegaban a su trasero, y cuando se volvía a poner de cara a mí, sefijaban en su vientre.
– He dicho que a Six no le interesaba el partido. Eso es cierto. Pero se oponía igualmente a la causa sindical, y le gustó la manera en que el partido se aplicó a neutralizarla cuando llegó al poder. Pero es el llamado socialismo del partido lo que se le atraganta de verdad. Y la política económica del partido. Six fue uno de los diversos hombres de negocios presentes en una reunión secreta sostenida, a principios de 1933, en el palacio presidencial, en la cual Hitler y Goering explicaron la futura política económica nacionalsocialista. Como quiera que fuera, aquellos empresarios contribuyeron con varios millones de marcos a las arcas del partido, confiando en la fuerza de la promesa de Hitler de eliminar a los bolcheviques y restablecer el ejército. Fue un romance que no duró demasiado tiempo. Al igual que muchos industriales alemanes, Six favorece la expansión de los negocios y el aumento del comercio. Específicamente, en lo que hace a la industria del acero prefiere comprar sus materias primas en el exterior, porque es más barato. Sin embargo, Goering no está de acuerdo y cree que Alemania tendría que ser autosuficiente en mineral de carbón, como en todo lo demás. Cree en un nivel controlado del consumo y las exportaciones. Es fácil ver por qué.
Hizo una pausa, esperando que le proporcionara la explicación que tan fácil era de ver.
– ¿Ah, sí? -dije yo.
Chasqueó la lengua, suspiró y meneó la cabeza, todo al mismo tiempo.
– Pues claro que lo es. La verdad es que Alemania se está preparando para la guerra y, por eso, la política económica convencional tiene poca o ninguna importancia.
Asentí inteligentemente.
– Sí, ya veo lo que quieres decir.
Se sentó en el brazo del sillón y se cruzó de brazos.
– El otro día estuve hablando con alguien que sigue trabajando en el DAZ -dijo-, y me contó que corre el rumor de que dentro de un par de meses Goering asumirá el control del segundo plan económico cuatrienal. Dado su interés declarado por montar fábricas de materias primas de propiedad estatal para garantizar el suministro de losrecursos estratégicos, uno puede entender que Six no se sienta muy feliz con esta perspectiva. Verás, la industria del acero padeció de un considerable exceso de capacidad durante la depresión. Six se resiste a dar el visto bueno a la inversión necesaria para que Alemania llegue a ser autosuficiente en mineral de hierro porque sabe que, tan pronto como se acabe el auge del rearme, se encontrará con un enorme exceso de capital, produciendo un hierro y un acero caros, lo cual es el resultado del alto coste de producir y utilizar mineral de hierro nacional. No podrá vender el acero alemán en el exterior debido a ese alto precio. Por supuesto, huelga decir que Six quiere que las empresas sigan teniendo la iniciativa en la economía alemana. Y apuesto a que hará todo lo que pueda para convencer a los demás hombres de negocios de primera línea para que se unan a él en su oposición a Goering. Si no lo respaldan, no se sabe qué es capaz de hacer. Puede muy bien jugar sucio. Yo sospecho, y es sólo una sospecha, ¿eh?, que tiene contactos con el hampa.