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– Del dinero que gana -la oí decir- dedica la mitad a su mujer y la mitad a otra.

– Uno siempre tiene que recordar cuatro cosas -interrumpió en ese momento Fugui, acercándose a ellas apoyado en el arado-: no equivocarse al hablar, no equivocarse de cama, no equivocarse de puerta, no equivocarse de bolsillo -una vez junto a ellas, ladeó la cabeza-. Y él ha olvidado la segunda: se ha equivocado de cama.

En cuanto las mujeres se echaron a reír, vi el semblante satisfecho de Fugui. Llamó al buey, y vio que yo también me reía.

– Son reglas que hay que seguir en la vida.

Luego volvimos a sentarnos los dos bajo el árbol. Le pedí que siguiera contándome su historia, y me miró con cierto agradecimiento, como si yo estuviera haciendo algo por él. Se mostraba feliz de que alguien diera esa importancia a su vida.

Yo creí que, muerto Youqing, Jiazhen no viviría mucho más. Y durante un tiempo estuvo fatal, tumbada en la cama, jadeando, con los ojos medio cerrados todo el día, sin querer comer. Teníamos que sostenerla Fengxia y yo cada vez, y meterle a la fuerza la sopa en la boca. No tenía más que la piel y los huesos, así que sostenerla era como sostener una brazada de leña.

El jefe de equipo vino un par de veces a casa. Al ver cómo estaba Jiazhen, no hacía más que mover la cabeza.

– Me temo que esto se acaba -dijo una vez llevándome aparte.

Al oírlo, se me cayó el alma a los pies. No hacía ni quince días de la muerte de Youqing, y ahora también se me iba a ir Jiazhen. Faltando de repente dos miembros de la familia, la vida iba a hacerse muy difícil. Es como si a una olla le quitaras la mitad: ya no es una olla, y la familia ya no es una familia.

El jefe de equipo dijo que iría al ambulatorio de la comuna a pedir que viniera un médico a visitarla. Y la verdad es que cumplió: fue a una reunión de la comuna y, a la vuelta, trajo a un médico. El médico era muy flaco y llevaba gafas. Me preguntó qué tenía Jiazhen.

– Raquitismo -le dije.

El médico asintió, se sentó al borde de la cama y tomó el pulso a Jiazhen. Vi que, mientras, iba hablando con ella. Al oír que alguien le hablaba, Jiazhen se limitó a abrir los ojos, sin contestar. A saber por qué, el médico no le encontró el pulso, y pareció asustado. Entonces le levantó los párpados. Luego le sujetó la muñeca con una mano, y con la otra le tomó el pulso, inclinando la cabeza como si tratara de oírlo.

– Tiene el pulso tan débil que casi no se siente -dijo levantándose al cabo de un rato-. Prepárese para lo peor -añadió.

Un médico es capaz de destrozarle a uno la vida con una sola frase. Estuve a punto de desplomarme.

– ¿Cuánto puede vivir mi mujer? -le pregunté saliendo tras él.

– No llegará a un mes -dijo él-. Con esa enfermedad, en cuanto la parálisis se extiende a todo el cuerpo, poco puede durar.

Esa noche, cuando se quedaron dormidas Jiazhen y Fengxia, me quedé sentado yo solo en el quicio de la puerta, hasta que estuvo a punto de amanecer; primero llorando desconsolado, y luego pensando en el pasado. Pensando en eso se me volvieron a saltar las lágrimas. ¡Qué rápido había pasado el tiempo! Fue casarse conmigo, y Jiazhen ya no tuvo un solo día feliz. Y en un abrir y cerrar de ojos, ya le había llegado la hora de irse. Luego pensé que tanto llorar y tanto sufrir no servía para nada. En un momento como ése, no quedaba más remedio que pensar en cosas prácticas, tenía que preparar un funeral decente para Jiazhen.

El jefe de equipo era buena persona.

– Fugui -me dijo al verme así-, no te lo tomes tan mal. Todos tenemos que morir. Por ahora no pienses en nada, basta con que Jiazhen pase a gusto sus últimos días. Elige la tierra que quieras de este pueblo para su tumba.

En realidad, en ese momento yo ya estaba más sereno.

– Jiazhen quiere estar con Youqing. Tienen que estar enterrados en el mismo sitio.

Había enterrado al pobre Youqing envuelto en una chaqueta. A Jiazhen no podía enterrarla así. Por humildes que fuéramos, tenía que darle un ataúd. Si no, no podría con mi conciencia. Si Jiazhen se hubiera casado con otro, no habría sufrido conmigo, ni se habría cansado tanto, ni habría enfermado así. Fui por todo el pueblo, de casa en casa, pidiendo dinero prestado. No sé qué me pasaba, que en cuanto decía que era para el ataúd de Jiazhen se me saltaban las lágrimas. Todo el mundo era pobre, así que el dinero que recogí no bastaba para un ataúd. Al final, el jefe de equipo reunió algo de dinero de los fondos públicos y pude hacer venir al carpintero del pueblo de al lado.

Al principio, Fengxia no sabía que su madre estaba a punto de morir, pero vio que, en cuanto yo tenía un momento, me iba corriendo al antiguo cobertizo para ganado del pueblo, donde estaba trabajando el carpintero. Cuando iba allí, me quedaba un buen rato, hasta me olvidaba de comer. Fengxia venía a llamarme y, al cabo de varias veces, vio que la madera iba tomando forma de ataúd. Sólo entonces empezó a darse cuenta de algo. Me preguntó por señas qué era, con los ojos muy abiertos. Pensé que Fengxia tenía que enterarse, y se lo dije.

La cría se puso a mover la cabeza sin parar, yo sabía lo que quería decir, y le expliqué por señas que era para Jiazhen, para cuando Jiazhen muriera. Fengxia seguía moviendo la cabeza. Me tiró de la manga para volver a casa. Cuando llegamos, sin soltarme, Fengxia tocó en hombro a Jiazhen, y Jiazhen abrió los ojos. Entonces la niña me sacudió con fuerza el brazo, para que viera que su madre estaba vivita y coleando. Luego levantó el brazo derecho y lo dejó caer como dando un hachazo: quería que destrozara el ataúd.

A Fengxia ni se le había pasado por la cabeza siquiera que su madre fuera a morir. Ni aun explicándoselo como lo hice se lo creyó. Viéndola, sólo pude bajar la cabeza y dejar de hacerle señas.

Jiazhen estuvo veinte días en cama. A veces, parecía encontrarse un poco mejor, y a veces yo volvía a pensar que estaba a punto de írsenos. Al final, una noche, cuando me acosté a su lado y me disponía a apagar la luz, Jiazhen levantó de repente un brazo y me tiró de la manga para que no apagara. Tenía la voz tan débil como el zumbido de un mosquito. Quería que la colocara de lado. Esa noche, mi mujer estuvo mirándome y remirándome, y me llamó muchas veces:

– Fugui…

Luego sonrió y cerró los ojos. Al cabo de un rato, volvió a abrirlos.

– ¿Está durmiendo bien Fengxia? -me preguntó.

Me incorporé a mirar.

– Está dormida.

Esa noche, Jiazhen estuvo diciendo muchas cosas sueltas, hasta que se durmió de puro cansancio. Yo, en cambio, no pude dormir de ninguna manera, estaba hecho un lío. Aparentemente, Jiazhen estaba mucho mejor, pero yo tenía miedo de que fueran los últimos coletazos de los que tanto había oído hablar. Yo iba acariciándola una y otra vez, y me tranquilizó un poco notar que estaba caliente.

Cuando me levanté al día siguiente, Jiazhen todavía dormía. Pensé que la noche anterior se había dormido tarde, y no la desperté. Fengxia y yo tomamos algo de sopa de arroz antes de salir a trabajar. Ese día acabamos temprano y, cuando volvimos a casa, me pegué un susto: ¡Jiazhen estaba sentada encima de la cama! ¡Se había sentado sola!

– Fugui -me dijo en voz baja al vernos entrar-, tengo hambre, hazme un poco de sopa de arroz.

Me quedé pasmado un buen rato, ¿cómo iba a pensar que Jiazhen se pondría bien? Volvió a llamarme, y sólo entonces reaccioné, llorando a lágrima viva.

– Es gracias a ti -dije a Fengxia olvidando que no me oía-. Es gracias a que piensas de corazón que tu madre no va a morir.