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Cuando llegamos al pueblo, todo el mundo se acercó a curiosear, diciendo que yo estaba ya mal de la cabeza por haber comprado un buey tan viejo.

– ¡Fugui! -dijo uno-. ¡Este buey es más viejo que tu padre!

Los que entendían de bueyes me dijeron que, como mucho, me viviría dos o tres años. Pensé que ya estaba bien, que seguramente yo tampoco viviría tanto tiempo. Quién nos iba a decir que hoy seguiríamos vivos. En el pueblo, todo el mundo se extraña y se sorprende al vernos. Anteayer mismo, sin ir más lejos, alguien dijo que éramos «un par de vejestorios».

Una vez el buey en casa, se convirtió en un miembro de mi familia, así que tuve que ponerle nombre. Estuve dándole vueltas y vueltas, y al final pensé: «Lo mejor será llamarlo Fugui.» Una vez que decidí llamarlo Fugui, lo mirara como lo mirara, siempre le encontraba parecidos conmigo, así que me quedé muy satisfecho de mí mismo. Más tarde, la gente del pueblo también empezó a decir que nos parecíamos mucho, y me reía pensando que eso ya lo sabía yo desde el principio.

Fugui es un buen tipo. A veces, él también remolonea cuando no lo veo. Pero si yo mismo lo hago cada dos por tres, ¡cómo no lo va a hacer el buey! Sé muy bien cuándo tengo que hacerlo trabajar y cuándo tengo que dejarlo descansar: cuando estoy cansado, sé que él también lo está, y lo dejo descansar. Cuando ya he descansado lo suficiente y me encuentro con más fuerza, él también tiene que ponerse a trabajar.

* * *

Mientras hablaba, el anciano se puso en pie, se sacudió la tierra del culo y llamó al buey, que seguía en la orilla de la laguna. El animal acudió y, al llegar junto al anciano, bajó el testuz. El anciano se echó el arado al hombro y se alejó lentamente, tirando del buey.

Los dos Fugui tenían los zapatos y pezuñas llenos de barro, y se bamboleaban ligeramente al andar. Oí al anciano decirle al buey:

Hoy, Youqing y Erxi han arado un mu; Jiazhen y Fengxia han arado casi un bancal entero. Kugen, como es pequeño, sólo ha arado medio mu. En cuanto a ti, no pienso decirte cuánto has arado hoy, porque si te lo digo creerás que quiero avergonzarte. También hay que decir que ya eres viejo y que para poder arar ese poquito habrás puesto toda el alma y toda tu fuerza.

El anciano y el buey fueron alejándose lentamente. Hasta mí llegaba la voz cascada y conmovedora del viejo. Su canción flotaba como la brisa en el cielo despejado del atardecer:

De joven, disipado, de adulto afortunado, de viejo abandonado.

El humo de las chimeneas se elevaba en volutas sobre las techumbres de las casas, disipándose y desvaneciéndose en el cielo resplandeciente de arreboles.

Las llamadas de las madres a sus hijos se sucedían ininterrumpidamente. Un hombre pasó delante de mí llevando cubos de estiércol con la palanca, que iba crujiendo con su trote. Poco a poco, los campos fueron tendiendo a la quietud, los contornos se desdibujaron, el arrebol de las nubes fue extinguiéndose.

Yo sabía que el crepúsculo estaba a punto de pasar, y la noche a punto de caer. Vi la tierra espaciosa mostrar su pecho sólido, en actitud de llamada. Al igual que una mujer llamando a su hija, la tierra convocaba a las tinieblas de la noche.

Yu Hua

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