Lacey deseó que la tomara en brazos y le diera un largo beso. Un beso como aquéllos con los que soñaba cuando dormía en su casa, a unos pocos metros de su habitación. Y como los que, más adelante, la habían reconfortado de noche, cuando pensaba que se volvería loca de miedo y soledad.
Aquélla no era la primera noche que veía anhelo y deseo en lo más profundo de los ojos de Ty, ni era la primera vez que dejaba que el presente se disipara. Al igual que antes, cuando estaban juntos, poco más importaba.
– Es tarde y deberíamos dormir un poco -Ty se levantó y apartó la mano de la de ella.
Lacey agradeció que conservara el sentido común, pero al mismo tiempo sintió que la desilusión le constreñía la garganta. Obviamente, ella no tenía ningún sentido común.
– Veo que todavía te gusta mandar.
Él se encogió de hombros sin disculparse por su carácter autoritario.
– Tienes que tomar decisiones importantes y estoy seguro de que dormir te ayudará -dijo con voz más suave.
– Ya me he decidido -ella asintió con la cabeza firmemente, consciente de que no tenía elección.
Ty levantó una ceja.
– ¿Vas a volver a casa?
Lacey tragó saliva y asintió.
– Pero no puedo recoger mis cosas e irme sin arreglar antes algunas cosas.
– ¿Por la empresa?
– Sobre todo. Tengo que encontrar a alguien que se ocupe de todo hasta que vuelva -mentalmente, ya había empezado a hacer una lista de gente a la que llamar y cosas que hacer-. Y también tengo vecinos que podrían preocuparse. Amigos y… -«a Alex», pensó, a sabiendas de que él se volvería loco de preocupación si desaparecía de repente.
Sabía también que ella misma odiaría marcharse sin darle alguna explicación. Habían pasado la etapa en la que simplemente salían juntos de vez en cuando. La habían superado con creces. Alex no era el primer hombre con el que tenía una relación íntima, pero sí el primero que realmente le importaba. Sí, era consciente de que en su relación faltaba algo y, al hallarse junto a Ty, se daba cuenta de que la chispa de la atracción sexual era parte del problema. O, al menos, parte de su problema, pensó. Porque Alex, obviamente, no tenía tales preocupaciones.
Alex tampoco sabía que ella tenía un pasado que algún día podía pasarle factura, perturbar su vida y avivar emociones irresistibles que no sentía cuando estaba con él, se dijo mientras miraba a Ty con expresión culpable.
– ¿Y qué más? -preguntó Ty, retomando el hilo de lo que ella no había dicho.
Lacey movió la cabeza de un lado a otro.
– Nada. Pero hay gente que me echaría de menos y se preocuparía.
Él dejó escapar un gruñido lento y paciente.
– No voy a sacarte de aquí a rastras. Tómate el tiempo que necesites para organizarlo todo. Luego, si te olvidas de alguien, siempre puedes llamar por el camino -hizo una pausa y entornó los ojos-.A menos que haya alguien importante de quien no me hayas hablado.
– ¿Como quién? -preguntó ella para ganar tiempo, consciente de que la conversación que se avecinaba sería difícil.
Ty se masajeó la frente con los dedos.
– Un novio o alguien a quien tengas que darle cuentas -contestó con cierta crispación.
Ella respiró hondo.
– La verdad es que sí hay alguien -al instante la embargó la mala conciencia.
– Entiendo -dijo él, envarado.
Lacey llevaba diez años viviendo por su cuenta y no tenía razones para sentir que había traicionado a Ty por verse con otro hombre. Sin embargo, al mirarlo a los ojos, se sentía culpable. Terriblemente culpable.
Por fin se forzó a admitir la verdad. Así, de paso, con un poco de suerte, Alex seguiría siendo una persona real para ella.
– Se llama Alex -dijo-. Y no puedo irme sin estar en contacto con él.
Ty inclinó la cabeza bruscamente.
– Bueno, nadie te va a impedir que te pongas en contacto con las personas que te importan.
Ella tragó saliva. La impresión de que le había hecho daño la llenaba de un intenso dolor.
– Está bien. Hablaremos mañana, ¿de acuerdo?
Ty pasó a su lado sin contestar y regresó al sofá. Se tumbó y Digger a sus piernas y se acomodó allí.
– Desvergonzada -masculló Lacey al volver a su habitación y cerrar la puerta.
No se sentía cómoda con cómo habían quedado las cosas entre Ty y ella, pero últimamente tampoco se sentía cómoda con el estado en que se hallaba su vida. Era duro de admitir, en vista de cuánto se enorgullecía de cómo había sobrevivido y de lo bien que le iba. Pero odiaba sentirse inestable y su incapacidad para comprometerse con Alex no era más que un síntoma.
Unas pocas horas con Ty y ya sentía la diferencia en su modo de reaccionar ante ambos. Se estremeció, consciente en el fondo de que aquella diferencia significaba algo importante. Y consciente también de que el tiempo que pasara en Hawken's Cove definiría de qué se trataba exactamente.
Diez años antes, había dejado atrás una vida y se había montado en un autobús con destino a Nueva York sin tener ni idea de lo que la aguardaba allí. Al día siguiente, iba a volver al lugar donde todo había empezado, salvo que esta vez sabía exactamente lo que la esperaba. Se pasó la noche dando vueltas en la cama.
Lo único que le impidió cambiar de idea fue el recuerdo de sus padres. Si no volvía, no quedaría nada de su familia, ni de su legado. Nada bueno, al menos. Les debía tomar el control de lo que le pertenecía por derecho. Se debía a sí misma el dejar el pasado definitivamente atrás afrontándolo, no huyendo.
Aunque ese pasado incluyera a Ty.
Ty se despertó con el feo chucho de Lilly tumbado sobre él y el sol entrando por la persiana subida de la ventana del apartamento. No había dormido bien, pero ¿cómo iba a ser de otro modo? Entre su apestosa compañera de cama y la confesión de Lilly de que había alguien especial en su vida, no había podido pegar ojo.
No esperaba, desde luego, que Lilly se hubiera convertido en una monja. Él tampoco se había mantenido casto. Y, de todos modos, no había ido a verla buscando algún tipo de relación. Sin embargo, cuando pensaba en ella con otro tipo, todos sus instintos de protección se ponían en acción. Esos mismos instintos nunca se apoderaban de él tratándose de otras mujeres, ni siquiera de Gloria, con la que llevaba acostándose varios meses. Con Lilly, en cambio, aquellos instintos estaban siempre enloquecedoramente vivos y llenos de vigor. A pesar de que no tenía ningún derecho a sentir nada parecido.
Había ayudado a Lilly a tomar el camino de su nueva vida, pero ella había optado por no desviarse de él. Por no volver a casa en los diez años anteriores. Por mantenerse apartada de él, aislada y sola. Lo mejor para todos era que volviera a casa, que solucionara sus asuntos personales y regresara a Nueva York. Con su novio, su negocio y su vida. Tal vez, al solventar por fin el pasado de Lilly, él encontraría un modo de solventar el suyo y de seguir adelante. Porque, si algo demostraba el volver a verla, era que necesitaba dejarla atrás, esta vez para siempre.
Miró la puerta de su dormitorio, todavía cerrada. Como se había levantado primero, se duchó y se cambió antes de permitirse pensar en cómo le sonaban las tripas.
Miró al chucho que lo había seguido fielmente por todo el apartamento, llegando hasta el extremo de abrir la puerta del baño, que no se cerraba con llave, y de lamerle las piernas húmedas al salir de la ducha.
– Ojalá pudiera darte de comer, pero no sé dónde está tu comida.
– Primero tiene que dar su paseo -dijo Lilly al salir de su habitación, completamente vestida.
Ty ladeó la cabeza.
– Creía que estabas durmiendo.
– Estoy en pie desde las cinco. Me duché y me vestí antes de que te levantaras de la cama como un holgazán, a las seis y media.