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Ella asintió con la cabeza.

– Enseguida voy.

Ty se dio la vuelta y salió del piso, dejándola con la oscura y dolida expresión de su rostro en el recuerdo.

– ¿Lacey? -dijo Alex, claramente irritado.

– Sí, estoy aquí.

– Cuando vuelvas, iremos a Nick's -hablaba de su restaurante italiano preferido-. Y puede que luego nos pasemos por Peaches -se refería a la pastelería de su hermana en el Village.

– Sí, estaría… bien -una contestación muy tibia, se dijo, pero que describía cómo se sentía, en contraste con la emoción que le producía la idea de montarse en el coche de Ty y emprender una aventura con él a su lado.

«Ay, Dios mío».

– ¿Alex?

– ¿Qué, nena?

No quería dejarlo con una impresión equivocada y, sin embargo, no sabía cuál era la acertada.

– Hablaremos cuando vuelva. De muchas cosas.

Era lo mejor que podía ofrecerle. De momento.

Capítulo 4

Mientras Ty cargaba en el maletero las últimas cosas, Lacey colocó a Digger en el asiento de atrás para su viaje a Hawken's Cove. Conocía a su perra y sabía que empezaría a pasearse con nerviosismo por el asiento, pero que, al cabo de un rato, se acomodaría y pasaría echada el resto del viaje. Tras sentarse en el asiento del copiloto y ponerse el cinturón, Lacey se armó de valor. No sabía de qué humor estaría Ty.

No habían hablado al bajar de su apartamento y estaba tan nerviosa que tenía el estómago revuelto. Tras ellos, Digger se paseaba por el asiento, como había previsto.

Ty encendió el motor y se puso el cinturón.

– ¿Seguro que lo llevas todo? -preguntó. Ella asintió con la cabeza-. Entonces, ¿estás lista?

– Todo lo lista que puedo estar -respondió con voz temblorosa.

Ty alargó el brazo y le puso una mano sobre el muslo. Aquel contacto la sorprendió. Había creído que él mantendría las distancias.

– Puedes hacerlo -le dijo en un evidente intento por reconfortarla.

Su palma era grande y cálida, y su calor atravesó la tela de los vaqueros de Lacey y marcó su piel. El efecto que surtió sobre ella fue inmediato y eléctrico. Tragó saliva, incapaz de negar las violentas sensaciones que aquel contacto disparó entre sus muslos. Cruzó las piernas, lo cual sólo sirvió para aumentar la presión que notaba allí.

Ansiosa por escapar, cerró los ojos y él captó la indirecta, apartó la mano y arrancó.

Lacey se despertó bruscamente y miró el reloj. Habían pasado dos horas desde que habían salido de la ciudad. Ella había cerrado los ojos en un intento por escapar a sus sentimientos y se había quedado dormida.

Miró por la ventanilla el verde paisaje que pasaba a toda velocidad. No había ya grandes edificios, ni prisas, ni ajetreo. Se removió en el asiento, incómoda.

– Necesito parar para ir al servicio la próxima vez que haya un sitio -le dijo a Ty.

El bajó la radio, en la que sonaban los 40 Principales, y la miró.

– Pero si habla.

Lacey se puso colorada.

– No puedo creer que me haya quedado dormida y no hayas tenido compañía todo este tiempo.

– No te preocupes. He dejado que Digger se pusiera delante y me ha hecho compañía -le guiñó un ojo y volvió a fijar la mirada en la carretera.

Estaba claro que había preferido olvidar la conversación telefónica de Lacey, y ella se alegró de ello.

Quedaba aún algún tiempo hasta la siguiente área de descanso y Lacey levantó las rodillas y se volvió hacia él.

– Háblame un poco más de tu vida después de que me marchara -le dijo.

El la miró, con una mano en el volante. Permaneció callado tanto tiempo que Lacey temió que no contestara.

Por fin dijo:

– Tu tío se puso como loco -ella hizo una mueca y apretó las rodillas contra el pecho-. No te encontraba, así que no podía apropiarse de tu dinero… aunque no lo dijera. Sólo despotricaba y se ponía hecho una furia con mi madre por cómo descuidaba a los chicos a su cuidado si su sobrina se había escapado y había muerto.

Lacey dejó escapar un suspiro.

– ¿Y luego qué? -casi temía preguntar.

Los nudillos de Ty se volvieron blancos sobre el volante.

– Movió algunos hilos y consiguió que sacaran a Hunter de casa -pulsó el intermitente-. Hay un área de descanso dentro de medio kilómetro. Voy a parar.

– Gracias. Digger también lo necesita.

Siguió un silencio y ella comprendió que Ty evitaba concluir su historia.

– ¿Qué pasó luego? -necesitaba saberlo.

– A Hunter lo mandaron a un albergue estatal.

Los ojos de Lacey se llenaron de lágrimas y la culpa le cerró la garganta. Había estado tan concentrada en su supervivencia que no había pensado en cómo reaccionaría su tío ante su desaparición. Ni siquiera después, cuando por fin se había parado a pensarlo, se le había ocurrido que pudiera arremeter contra la gente a la que ella quería y había dejado atrás.

Y ella quería a Hunter, como hermano y como amigo. Era en aquella época un chico muy vulnerable, aunque intentara ocultarlo. Emulaba a Ty y necesitaba que él lo guiara para actuar con sensatez y no conforme le dictaban sus emociones.

– ¿Qué pasó? -susurró ella.

Ty se encogió de hombros.

– Ya sabes cómo era Hunter. Sin nadie para templar su carácter, acabó metiéndose en una pelea tras otra. Tuvo que hacer un programa de tutela con reclusos en un correccional para volver al buen camino.

Lacey se estremeció. La realidad era mucho peor de lo que había imaginado.

– Me dan ganas de matar a mi tío -dijo.

– Puede que con sólo aparecer viva lo consigas -y, para sorpresa de Lacey, Ty se echó a reír.

Ella agradecía su intento de quitar hierro a la situación, pero sólo sentía rabia y desprecio por su tío, y tristeza y dolor por su amigo.

Sin embargo, recordó que Ty le había dicho que Hunter era abogado, cosa que la animó.

– ¿Cómo pasó Hunter de delincuente a abogado?

Ty la miró a los ojos.

– Con mucho esfuerzo. Puso sus miras en una meta y trabajó con ahínco para llegar a ella -el orgullo teñía su voz.

Lacey lo entendía muy bien; la admiración por Hunter también la embargaba a ella.

– Cuéntame más.

– Había ciertas cosas que Dumont no podía controlar. Puede que hubiera cosas de las que olvidó preocuparse con el paso del tiempo, porque Hunter tuvo mucha suerte. No tenía antecedentes penales, aparte su mala conducta, y cuando cumplió dieciocho consiguió que le sellaran todo el papeleo. Fue a la universidad, a la facultad de Derecho. Debe más dinero en créditos estudiantiles de lo que gana en un año, pero es un abogado estupendo.

– Gracias a Dios que se rehizo -Lacey se dio cuenta de que se estaba meciendo en el asiento y se detuvo-. ¿Y tú? ¿Qué fue de ti después de que me marchara? -preguntó.

– Llevamos cinco minutos parados en esta gasolinera. Creo que deberías entrar -Ty señaló el área de descanso-. Yo le daré una vuelta al perro.

Ella ni siquiera se había dado cuenta de que se habían parado. Bajó las piernas y recogió su bolso.

– Enseguida vuelvo. Pero no creas que vas a cambiar de tema otra vez -lo advirtió.

– Mi historia no es tan dramática como la de Hunter, ni mucho menos. Ni como la tuya -él apartó la mirada de ella.

Lacey sacudió la cabeza, incrédula, al comprender por fin qué le preocupaba.

– Te sientes culpable por ello, ¿verdad? -preguntó-. Porque no sufriste igual, tienes mala conciencia. Por eso no quisiste hablar de ello anoche y hace un momento casi me echas del coche sin contestar.

Ty se pasó una mano por el pelo.

– Te fuiste hace diez años. No tienes derecho a creer que todavía puedes leerme el pensamiento -dijo; su voz se había vuelto de pronto áspera y dura-. Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera merezco que le hables de mí a tu amigo Alex.