Su tono dolió a Lacey, pero era evidente que ella le había leído el pensamiento, y Ty odiaba saber que todavía podía ver en su interior. Lacey habría apostado a que se sentía menospreciado porque no le hubiera hablado nunca de él al hombre con el que salía.
Alargó el brazo y le tocó la mano un instante, suficiente para llamar su atención antes de apartarse.
– Algunas cosas, algunas personas son demasiado importantes como para hablar de ellas en voz alta.
Por el contrario, había que guardarlas junto al corazón, como un tesoro, pensó, y sintió un nudo en la garganta.
– Me salvaste la vida, Ty -sin pensárselo dos veces, metió la mano bajo su camisa y sacó el colgante que él le había regalado-. Y, cuando juro algo, lo hago en serio.
Él posó la mirada en el pequeño colgante de oro que había comprado con su dinero y sus ojos se dilataron, llenos de sorpresa.
– Eso fue hace mucho tiempo -dijo, malhumorado.
Lacey lo había avergonzado con aquel recuerdo. Pero también había aliviado el resquemor que Ty sentía a causa de su conversación con Alex, y eso era lo importante.
– Esto me ayudó a pasar algunas épocas muy malas -ella tocó delicadamente su querido colgante-. Tú me ayudaste a seguir adelante.
Aquella noche, hacía mucho tiempo, ella había jurado no olvidarlo nunca. Y ahora se daba cuenta de que, allá donde fuera o con quien estuviera, siempre lo había llevado consigo: su fortaleza, su coraje y su cariño.
Tocó su mejilla y lo obligó a mirarlo a los ojos.
– Nunca te olvidé. Te lo juro -susurró antes de volverse y correr a refugiarse en el área de descanso.
Ty y Lacey se encontraron con Hunter en casa de Ty, en cuanto llegaron al pueblo. Entraron por la puerta de atrás del bar. No hubo torpes saludos cuando Hunter vio a Lacey por primera vez, pensó Ty, envarado, cuando ella cruzó corriendo la habitación para lanzarse en brazos de su amigo.
– ¡Qué alegría verte! -gritó Lacey, emocionada.
Hunter la abrazó con fuerza.
– Lo mismo digo -se apartó y la miró con una sonrisa-. Sigues estando tan guapa como siempre.
Ella se echó a reír y le dio un ligero puñetazo en el hombro.
– Tú estás fantástico.
– Se está esforzando lo suyo -masculló Ty.
Él no había recibido una bienvenida tan efusiva y de manera racional entendía por qué. Lacey no esperaba verlo, así que la había pillado desprevenida. Y después, cuando se había acostumbrado a su presencia, él había dejado caer la bomba acerca de su tío.
Ty era consciente de que intentaba aplacar sus celos y consolarse con obviedades, pero ninguna de aquellas cosas era propia de él. Era, por lo general, un tipo que andaba por la vida con escasos altibajos. Pero, por lo visto, las cosas habían cambiado.
Se aclaró la garganta.
– Vosotros dos, dejadlo de una vez. Tenemos que hacer planes.
Lacey se volvió hacia ellos.
– Como en los viejos tiempos. Bueno, ¿cómo queréis plantear el asunto?
Ty se acercó a ella.
– Supongo que lo primero en el orden del día sería leer con detenimiento las cláusulas del fondo fiduciario para descubrir qué necesitas exactamente para reclamar tu dinero -miró a Hunter-. ¿Estoy en lo cierto, letrado?
El otro asintió con la cabeza.
– Tienes razón. Lo miraré lo antes posible. Pero voy a necesitar un poco de ayuda, porque soy penalista.
– Es asombroso -dijo Lilly, y sus ojos brillaron de orgullo por lo que había conseguido Hunter.
Ty sentía lo mismo.
– ¿Qué tipo de casos llevas? -preguntó ella.
– Un poco de esto y aquello -dijo, y se echó a reír.
– No seas tan modesto -intervino Ty-. Hunter es muy conocido por aquí. Es uno de los mejores criminalistas del estado. Sus clientes son muy notables, incluso para los criterios del interior del estado de Nueva York.
Hunter se sonrojó al oír aquel cumplido.
– Acepto esos casos para ganar dinero y poder permitirme trabajar sin cobrar para gente que de otro modo no podría permitirse una defensa decente.
Lilly cruzó los brazos y asintió con la cabeza, comprensiva.
– ¡Qué orgullosa estoy de ti! Debí imaginar que acabarías ayudando a los demás.
Hunter se puso aún más colorado.
– Ty es el que hacía de salvador mientras que yo sólo iba de acompañante. Supongo que aprendí de él.
– Pues, por lo que a mí respecta, sois los mejores -ella les sonrió-. Gracias por ocuparte de esto -le dijo a Hunter-. No puedo permitirme pagar a nadie sin gastar mis ahorros.
– Eso no importará cuando le quites el dinero del fondo fiduciario a ese caradura que se hace llamar tu tío -dijo Ty.
Ella asintió con la cabeza.
– Aun así, todo es mucho más fácil si se tiene un amigo en quien confiar.
– El mes que viene tengo un juicio importante, pero ahora tengo tiempo. Me encargaré de ello -Hunter se sentó sobre la encimera de la cocina como si estuviera en su casa, y, teniendo en cuenta lo mucho que iba por allí, así era en cierto modo-. Bueno, ¿qué vas a hacer tú mientras yo investigo? -le preguntó a Lilly.
Ty levantó una ceja y la miró.
– Yo también siento curiosidad.
Ella se encogió de hombros.
– Había pensado en volver a familiarizarme con el pueblo. Necesito relajarme y tal vez sentir que vuelvo a pertenecer a este lugar.
– Entiendo cómo te sientes -y Ty la compadecía-. Pero no puedes andar por ahí a plena luz del día y arriesgarte a alertar a tu tío de que has vuelto. Tienes que ser discreta, al menos hasta que informemos a tu tío de que estás viva y dispuesta a hacerte rica.
– Dios, cómo me gustaría ver su cara cuando se entere de que ha esperado diez años para nada -Hunter se frotó las manos. Su excitación ante el batacazo que esperaba a Dumont era comprensible, y compartida por todos ellos.
Lilly se echó a reír, pero Ty creyó notar cierto temblor en su voz. A pesar de su fortaleza, no estaba preparada para el reencuentro. Unos cuantos días de respiro le irían bien.
– ¿Cómo creéis que deberíamos darle la noticia? No puedo presentarme en su puerta, llamar al timbre y decir: «Hola, tío Marc, ¡he vuelto!».
Ty sonrió.
– Puede que no, pero yo pagaría encantado una entrada para ver ese espectáculo.
– Habrá que proceder con más sutileza -dijo Hunter.
– Y supongo que tú tienes la solución -Lilly se acercó a él y apoyó la cadera contra la encimera.
Él asintió.
– Pues sí -dijo crípticamente-. Pero aún no puedo explicároslo. Entre tanto, deberías tumbarte un poco y descansar.
– No, creo que puedo apañármelas. Y voy a empezar ahora mismo. Voy a dar un paseo por ahí detrás. Ven, Digger -llamó a su perra, que se levantó del suelo y corrió hacia ella.
Tras ponerle la correa, les lanzó a ambos una sonrisa visiblemente forzada. Luego salió.
Ty echó a andar tras ella, dispuesto a alcanzarla.
– Deja que se vaya -Hunter le puso una mano en el hombro para detenerlo-. No podemos ni imaginarnos cómo debe de sentirse. Dale tiempo para que se haga a la idea.
Ty apretó la mandíbula al darse la vuelta para mirar a su mejor amigo.
– ¿Desde cuándo eres un experto en Lilly?
– ¿Y desde cuándo eres tú un celoso insoportable? -preguntó Hunter.
– ¿Tan evidente es? -refunfuñó Ty.
– Sólo para los que te conocen -Hunter se pasó una mano por el pelo-. Yo no soy competencia para ti, pese a lo que sintiera por ella antes -dijo, sorprendiendo a Ty al exponer sus sentimientos por primera vez.
– ¿Y ya no? -Hunter negó con la cabeza-. ¿Es porque no quieres competir conmigo? -preguntó Ty, incómodo ante el rumbo que había tomado de pronto la conversación.
Hunter movió la cabeza de un lado a otro.
– Puede que antes fuera por eso. Cuando éramos unos críos, sabía que no podía ganarte. Ni siquiera lo he intentado nunca -le dio una palmada fraternal en el brazo-. Pero esos días pasaron. Si sintiera por ella lo mismo que antes, sólo nuestra amistad se interpondría en el camino. No mi inseguridad.