La confesión de Hunter dejó atónito a Ty. Admiraba a su amigo por conocerse tan bien y admitir la verdad en voz alta.
– ¿Qué pasa, entonces? -preguntó.
Hunter sonrió.
– Estoy concentrado en otra persona.
Y Ty sabía en quien.
– ¿En Molly?
– Me ha dicho tantas veces que no, que tengo suerte de que todavía me quede un poco de amor propio -contestó, y de algún modo logró reírse-. Pero de todos modos sigo pidiéndole salir.
– ¿Te importa que te pregunte por qué no has insistido más para que cene contigo?
Hunter se rascó la cabeza.
– Porque, hasta ahora, emitía vibraciones que me advertían que me mantuviera alejado. Y, ahora que parece más dispuesta a investigar la química que hay entre nosotros, Lilly ha vuelto y tengo otros motivos para querer pasar más tiempo con ella.
Ty se encogió de hombros.
– Explícale la situación. Puede que lo entienda.
– Claro. Y puede que el infierno se hiele y que me cuente por qué me ha dicho tantas veces que no cuando su lenguaje corporal decía que sí.
Ty echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
– Lo cual significaba que nunca lo descubrirás por ti mismo. Ninguno hombre en su sano juicio es capaz de leerle el pensamiento a una mujer, por más que se lo crea.
Hunter sonrió.
– Eso es cierto -dijo, y su sonrisa se desvaneció-. Cuando acabe de sonsacar a Molly sobre Dumont, no va querer pasar ni un minuto conmigo -se acercó a la nevera y abrió una lata de Coca-cola.
– Pero ¿vas a hacerlo de todos modos? -preguntó Ty.
– Sí -Hunter se bebió media lata de un solo trago-. Somos los tres mosqueteros. Es sólo que sigo diciéndome que, en lo que respecta a Molly, no puedo perder lo que nunca he tenido. Y no porque no quiera intentarlo… Pero digamos que mis expectativas no son muy altas -apuró la lata y la dejó con un golpe sobre la encimera.
Ty lo sintió por él. Hunter no había tenido ninguna relación duradera, aunque, al igual que él, había salido con muchas mujeres. Y ahora se arriesgaba a perder a la única con la que, obviamente, podía tener algo serio.
– ¿Y si buscamos otro modo de conseguir información sobre Dumont y os dejamos el campo abierto a Molly y a ti?
Hunter movió la cabeza de un lado a otro.
– Si le interesara, habría salido conmigo hace mucho tiempo. Lilly nos necesita y no hay más que hablar -se acercó a la puerta; luego se detuvo y se volvió-. Pero, aparte de mi ayuda, en lo que respecta a Lilly, tú tienes el campo libre.
Ty soltó un gruñido. A veces, Hunter aún mostraba vestigios del chico atolondrado que había sido, que hablaba primero y pensaba después. Por eso él lo quería como a un hermano.
Miró a su amigo.
– La verdad es que hay otro hombre en la vida de Lilly. Se llama Alex.
Hunter frunció el ceño.
– Vaya.
– Sí -y, dado que Ty no era muy dado a conversaciones profundas, no supo qué decir a continuación.
Hunter miró su reloj, un Rolex de oro que había comprado tras ganar un caso importante para un tipo rico acusado de matar a su mujer. Aquél había sido su primer paso para convertirse en un estirado que prestaba sus servicios a los peces gordos.
– Tengo que irme.
– ¿Vas a ver a Molly? -preguntó Ty, y supuso que era una pregunta retórica.
Hunter asintió con la cabeza.
– Creo que es la persona más idónea para saber que Lilly está viva. No me cabe ninguna duda de que se lo dirá a Dumont. Podemos seguir a partir de ahí.
– ¿Crees que nos dará la escritura del fondo fiduciario?
Hunter se encogió de hombros.
– Quién sabe. Con un poco de suerte, nos dirá qué bufete la tiene.
– Buena suerte. Ya sabes dónde encontrarnos cuando acabes -dijo Ty.
– Has dicho «nos». ¿Lilly va a quedarse aquí?
Ty asintió con la cabeza.
– No creo que pueda permitirse un hotel. Además, me parece que no querrá estar sola.
– Ya estás otra vez haciéndote el héroe. Y tomando decisiones por los demás. Salvo que, en este caso, es lo correcto. Si estáis bajo el mismo techo, tendréis ocasión de revisar el pasado y ver lo que podría haber sido y no fue. Lo que todavía podría ser.
Ty sacudió la cabeza.
– Imposible -Lilly había sido una chica muy dulce que lo necesitaba. Ahora era una mujer adulta que no necesitaba a nadie y tenía una vida y a otro hombre esperándola en la gran ciudad.
– Ya sabes lo que se dice. Nunca digas nunca jamás -repuso Hunter antes de salir y cerrar la puerta tras él.
Hunter se detuvo en el pasillo, junto al apartamento de Ty. Necesitaba un minuto para ordenar sus ideas.
Lilly había vuelto a casa y parecía estar mejor que nunca. Ty seguía siendo tan tonto como antaño. Y él… en fin, sus preguntas se habían visto contestadas. Se alegraba muchísimo de ver a Lilly, pero sólo como amiga.
Una amiga por la que haría cualquier cosa, y no únicamente por los viejos tiempos, sino también porque, como abogado, se había convertido en defensor de los desvalidos. Frente a Dumont, Lilly era la desvalida, y a él, por su parte, no le importaría devolver el golpe al hombre que le había causado tanto dolor. No quería, sin embargo, causar ningún disgusto a Molly.
Desde el día en que se habían conocido, Molly y él habían seguido caminos paralelos que parecían no poder cruzarse nunca. En la facultad, ella apenas hacía otra cosa que estudiar. Hunter era iguaclass="underline" estaba concentrado en su éxito. Se había empeñado en graduarse y en llegar a ser alguien, sobre todo porque su padre le había dicho que nunca llegaría a nada. Después de su paso por el correccional, había decidido demostrar a todos los que le habían dado por perdido que se equivocaban. Y lo había hecho, a pesar del padre del que había huido y de la madre que sencillamente no lo quería. Y a pesar de Dumont, que lo había sacado por la fuerza del único hogar que había conocido.
Pese a todo aquello, había triunfado. Y detestaba pensar que Dumont pudiera hacerle perder de nuevo a alguien que le importaba profundamente. Molly y él nunca habían tenido una oportunidad y esa noche sus actos se asegurarían de que nunca la tuvieran. No era que pusiera a Lilly y Ty antes que a Molly: sencillamente, no podía traicionar a su familia. Eran lo único que tenía.
Se detuvo en The Tavern y compró algunas cosas para cenar, incluida una botella de vino, antes de presentarse en casa de Molly. Subió por el caminito de entrada a la casa.
Tal y como había imaginado, Anna Marie, la secretaria del juzgado y casera de Molly, estaba sentada en el balancín del porche. Llevaba el pelo canoso recogido en un moño. Envuelta en un jersey, disfrutaba de la fresca noche de septiembre… y de la posibilidad de vigilar el vecindario en busca de cotilleos. Hunter era consciente de que iba a servirle uno en bandeja.
Aun así, subió por el caminito y se detuvo junto a la puerta de Molly.
– Hace buena noche -le dijo a Anna Marie antes de llamar al timbre.
– Está refrescando. El aire viene frío -ella se ciñó el grueso jersey de punto.
– ¿Por qué no entras, entonces?
– Podría perderme…
– ¿Una estrella fugaz? -preguntó Hunter.
– Algo así -Anna Marie le guiñó un ojo y se recostó en el balancín-. ¿Qué haces en el pueblo a estas horas? Pensaba que, cuando no estabas en el juzgado o trabajando, preferías tu elegante piso de Albany.
Hunter se echó a reír.
– Estoy seguro de que ya sabes qué hago aquí, así que dejémoslo -llamó al timbre bajo el cual aparecía el nombre de Molly.
Molly abrió la puerta bajo la mirada atenta de Anna Marie, y sus ojos se agrandaron al ver a Hunter y la bolsa que sujetaba con un brazo.
– Vaya, esto sí que es una sorpresa.