Echaba de menos su trabajo y su rutina. Para mantenerse ocupada, se había pasado los días anteriores limpiando el piso de soltero de Ty que, obviamente, hacía siglos que nadie limpiaba. El primer día, había limpiado el polvo, pasado el aspirador, fregado el montón de platos acumulado en el fregadero y ordenado la casa. Saltaba a la vista que Ty nunca recogía sus cosas. El segundo día, Lilly ordenó los armarios, y esa mañana había empezado a recoger otra vez.
No lo hubiera creído posible, pero lo cierto era que aquel desastroso piso de soltero le parecía enternecedor, como el propio Ty. Ignoraba si había alguna mujer en la vida de Ty (y no quería pensar en ello en ese momento), pero se preguntaba si habría alguna que se pasara por allí a recoger cuando ella no estaba. Nadie había llamado desde su llegada. Ninguna mujer, al menos, aunque Ty había recibido muchas llamadas de clientes dejándole mensajes.
Lacey recogió el chándal de Ty, que estaba junto a su cama, y lo puso en el cesto de la ropa sucia; después siguió con lo que ya se había vuelto su rutina cotidiana. Normalmente, cuando limpiaba, era para ganarse la vida y solía hacerlo de manera distante y metódica. Había llegado a dedicarse a aquello por accidente y un golpe de suerte, pero su trabajo le iba como anillo al dedo: siempre había encontrado consuelo en el orden.
No podía decir, sin embargo, que lo encontrara allí, en casa de Ty. Porque, además de limpiar, en aquella casa descubría una intimidad de la que no podía sustraerse. Una intimidad en la que nunca pensaba cuando se hacía cargo de las casas de sus clientes.
Estaba aprendiendo cómo vivía Ty cotidianamente, la ropa que se ponía, la marca de calzoncillos que prefería… Sentía un cosquilleo en los dedos cuando tocaba sus cosas personales, y eso nunca le ocurría cuando trabajaba en Nueva York. Ty la hacía pensar en el pasado, en una época en la que se había sentido querida y a salvo. Y la hacía pensar en la intensa atracción sexual que no sentía por nadie más. Ni siquiera por Alex.
Tras llegar a aquella conclusión, Lacey resolvió que ya había pasado suficiente tiempo rodeada por Ty: por su olor, sus cosas, por él. Un corto paseo la ayudaría a despejarse. Llamó a Digger con un silbido y la perra se bajó de un salto del sofá donde se había acurrucado y, unos minutos después, Lacey se dirigió a la puerta con la perra a sus pies.
De pronto llamaron con fuerza y miró la puerta con aprensión. Ty usaba su llave y Hunter solía llamar por teléfono para avisarla de que iba a pasarse por allí. Miró por la pequeña mirilla y contuvo el aliento, sobresaltada.
– Tío Marc -dijo en voz baja. No estaba preparada para enfrentarse a él, pero se negaba a huir. Esos días habían quedado atrás.
Respiró hondo y abrió la puerta para verlo cara a cara.
– Lilly -dijo su tío con incredulidad.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza. Durante el silencio que siguió, pudo fijarse en su apariencia. Había envejecido. Su pelo se había vuelto de un gris plateado en las sienes y tenía arrugas, algunas leves y otras profundas, en la cara demacrada y enflaquecida.
Digger le olfateó los pies y metió la nariz bajo la pernera de su pantalón.
– ¿Te importaría apartar a ese perro? -su tío retrocedió para alejarse del animal, pero, cada vez que se movía, Digger iba tras él, reclamando su atención.
La aversión del tío Marc por la perra no decía mucho en favor de su carácter. Claro que Lacey siempre había sabido que no había nada bueno que decir.
Podía haber iniciado la conversación, pero una parte perversa de su ser no quería ponerle las cosas tan fáciles. Se quedó callada deliberadamente mientras lo veía removerse, inquieto.
Él la miró con expresión suplicante.
Lacey suspiró.
– Ven, Digger -al ver que la perra no se movía, Lacey tiró de la correa para apartarla y colocarla tras ella. Para impedir que siguiera husmeando e intentando acercarse a su tío, le impidió el paso con su cuerpo y con la puerta entreabierta del apartamento.
– Gracias, Lilly.
– Ahora me llamo Lacey -le dijo ella. Se sentía más poderosa en su nueva vida de lo que se había sentido nunca en la antigua.
La confusión hizo enrojecer a Marc Dumont.
– Bueno, te llames como te llames, estoy perplejo. Sencillamente, no puedo creerlo. Sé que Molly dijo que estabas viva, pero… -sacudió la cabeza, pálido-. Tenía que verlo con mis propios ojos.
– Lamento decepcionarte, pero es cierto. Aquí estoy, vivita y coleando -permaneció a propósito en la puerta, sin dejarlo pasar.
Él bajó la cabeza.
– Entiendo por qué crees que estoy decepcionado, pero no es cierto. Me alegro de que estés bien y me gustaría saber dónde has estado todos estos años.
– Eso no importa ahora -ella se agarró con fuerza el marco de la puerta. No estaba dispuesta a mantener con él una conversación educada y cortés.
– Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo pasar? -preguntó él.
– Sólo si quieres que Digger se te suba en las rodillas. Es una perra muy sociable -repuso ella.
Él sacudió la cabeza, resignado.
– Está bien, hablaremos así.
Justo lo que ella esperaba, pensó Lacey mientras hacía un esfuerzo por no sonreír. No sentía ningún deseo de quedarse a solas con él. Le importaba poco que sus sentimientos fueran irracionales o se debieran a un rencor de la infancia. No iba a arriesgarse.
– Cometí muchos errores en el pasado -él alargó una mano hacia ella y luego la dejó caer-. Pero quiero que sepas que ya no bebo. No culpo al alcohol de lo mal que fueron las cosas entre nosotros, pero tampoco ayudó. Yo no sabía cómo hacer de tutor de una adolescente.
Ella entornó los ojos.
– Cualquier idiota se habría dado cuenta de que el maltrato no era el camino a seguir. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo querías mi dinero…
– Eso era lo que tú creías. Yo nunca lo dije expresamente.
– Puede que no me lo dijeras a la cara -ella frunció los labios-. ¿Estás diciendo que, si no hubiera vuelto, no pensabas reclamar mi herencia haciéndome declarar legalmente muerta? -sintió una náusea al recordarlo.
Él se encogió de hombros.
– El sentido práctico dictaba que alguien se hiciera cargo de ese dinero -al menos, no lo había negado-. Además, tus padres dejaron dicho que, si morías, el fondo fiduciario debía dividirse entre tu tío Robert y yo. Yo sólo estaba cumpliendo sus deseos.
Alargó de nuevo la mano hacia su brazo, pero esta vez no se retiró.
Lacey sintió el pálpito de su pulso en la garganta. Antes de que él pudiera tocarla, se puso fuera de su alcance.
La mirada de su tío se ensombreció.
Lacey se preguntó si realmente le importaba o si sólo era un excelente actor. Habría apostado a que se trataba de esto último.
– No he venido aquí a hablar del dinero -dijo él.
– Entonces, ¿a qué ha venido? -dijo Ty detrás de él, sorprendiéndolos a ambos.
Lacey no se había sentido tan aliviada en toda su vida. Se había enfrentado a su tío, pero la presencia de Ty era más que bienvenida.
Ty pasó junto a Dumont y se acercó a Lilly. No podía creer que Dumont hubiera tenido el valor de presentarse en su apartamento para enfrentarse a Lilly, y se alegraba de haber vuelto a casa temprano y haberlo sorprendido.
– ¿Estás bien? -preguntó con suavidad.
Ella asintió con la cabeza escuetamente.
Aliviado, Ty se volvió hacia Marc Dumont y rodeó con un brazo la cintura de Lilly. Detrás de él, sintió que Digger metía la nariz entre los dos hasta que consiguió sacar la cabeza entre las piernas de ambos.
Menuda defensora había resultado ser la perra, pensó con sorna. Aunque quería creer que Digger no habría dejado que nada le pasara a Lilly, sabía que la perra era más dada a la ternura que a la lucha. En cuanto a él, no había nada que deseara más que proteger a Lilly, pero ella había vuelto a defenderse sola. Aunque tenía que reconocer que le había parecido muy aliviada al verlo.