Se encontró con Molly frente al Starbucks del centro comercial. La reconoció enseguida gracias a Hunter, que le había descrito a una morena muy guapa, con debilidad por la ropa y los zapatos de colores vivos. La camiseta roja de aquella mujer podía ser un indicio, pero aun así podría haber sido cualquiera. Sus botas camperas rojas, sin embargo, la delataban.
– ¿Molly? -preguntó Lacey al acercarse a ella.
La otra se volvió.
– ¿Lacey?
Ella asintió con la cabeza.
– Encantada de conocerte. Hunter me ha hablado mucho de ti.
Molly tragó saliva.
– Por desgracia, yo no puedo decir lo mismo. La mayor parte de mi información procede de…
– De mi tío.
Molly asintió con la cabeza torpemente.
– Vámonos de compras -sugirió Lacey. Confiaba en que, si pasaban algún tiempo juntas, su incomodidad se disipara y llegaran a conocerse mejor.
Su idea funcionó. Lo que había comenzado con un torpe saludo cambió por completo durante el tiempo que pasaron yendo de compras, comiendo y charlando. Molly era cariñosa y divertida, y tenía un gran sentido del humor. Lacey disfrutó del día y finalmente se sentaron a una mesa del Starbucks a tomar un café con leche. Hablaron, si no como viejas amigas, tampoco como adversarias. No habían mencionado el pasado, cosa que a Lacey le parecía bien. Sabía que, al final, tendría que dar explicaciones, que no quería hacerlo en ese momento.
Molly rodeó con una mano su vaso tamaño grande y la miró a los ojos.
– Me encanta ir de compras -dijo mientras se relajaba en el asiento.
– Yo no suelo hacerlo mucho. Sólo para comprar lo más básico -dijo Lacey-. Trabajo tanto que no tengo tiempo para salir a comprar por diversión.
Molly sonrió.
– Tú eres muy ahorrativa y yo soy una manirrota. Creo que se debe a que cuando era pequeña no tenía gran cosa. Me encantan las cosas lujosas, y no es que pueda permitírmelas. Menos mal que existen las tarjetas de crédito -añadió, riendo.
– Amén -Lacey sonrió. No quería revelarle que ella intentaba usarlas lo menos posible y pagar sus deudas cuanto antes. Odiaba estar endeudada. Había vivido tanto tiempo al día que rara vez se permitía algún capricho. Aunque últimamente podía hacerlo de vez en cuando.
– Tengo que admitir que eres muy distinta a como te imaginaba -la mirada astuta de Molly calibró a Lacey sin pudor.
Al parecer, había llegado el momento de hablar del pasado.
– ¿Te refieres a que no llevo la palabra «problema» estampada en la frente? -preguntó Lacey, riendo.
La otra sonrió.
– Ya no, al menos.
Así que habían llegado al meollo de la cuestión.
– Entonces tampoco era problemática. ¿Qué opinas de Hunter? -preguntó Lacey. Pero aquel cambio de tema venía más a cuento de lo que parecía.
Molly frunció las cejas.
– Me parecía un buen tipo.
– Es un buen tipo. Y supongo que seguirás pensándolo o no estarías aquí conmigo, ¿verdad? -preguntó Lacey. Molly podía tener opiniones sesgadas acerca de ella, pero, si confiaba en Hunter, no creería todas las mentiras que le habría contado Marc Dumont.
– Tengo muchos motivos para querer conocerte mejor. Y no todos están relacionados con Hunter -Molly limpió distraídamente con una servilleta una mancha de café que había sobre la mesa.
Lacey sabía que su tío era otra razón.
– ¿Quieres saber qué sucedió? Puede que te ayude a comprender mejor a Hunter.
Molly asintió con la cabeza, pero miró a Lacey con desconfianza. Saltaba a la vista que no sabía si creer lo que estaba a punto de oír.
Lacey decidió resumirle la historia. Le habló sucintamente de su vida, de la época que había pasado con su tío, de su temporada en el hogar de acogida con Hunter y Ty y de su plan para fingir su muerte a fin de impedir que el estado la devolviera al cuidado de su tío. No pudo evitar, sin embargo, sentir de vez en cuando un nudo en la garganta o que se le quebrara la voz mientras hablaba.
– Dios mío -Molly la miraba fijamente, impresionada-. ¿Tres adolescentes tramaron todo eso?
– Bueno, dos de esos adolescentes sabían mucho de la vida en la calle y otro tenía contactos -Lacey arrugó su servilleta y la metió en su vaso vacío.
– Debías de estar desesperada para huir sola a Nueva York -la voz de Molly sonaba distante, como si le costara comprender-. Y Ty y Hunter se arriesgaron mucho para ayudarte. Quiero decir que, si la policía hubiera encontrado el coche o los hubiera relacionado con el ladrón…
– No fue así.
– Pero ellos sabrían que había cierto riesgo.
– Éramos unos críos. No sé hasta qué punto pensamos lo que íbamos a hacer -dijo Lacey con franqueza.
Odiaba que le recordaran lo ingenuos que habían sido, lo poco que sabían de las consecuencias que tendrían sus actos. Molly tenía razón. A pesar de cómo se había portado su tío con Ty y Hunter, habían tenido suerte de llevar a cabo su plan.
– Supongo que lo que quiero decir es que tanto Ty como Hunter tenían que quererte mucho para hacer lo que hicieron -Molly se levantó con el vaso vacío en la mano y se dirigió al cubo de la basura.
Lacey la siguió y ambas volvieron a salir al centro comercial.
– Nos queríamos mucho, sí -le dijo a Molly.
Mientras se apresuraba para ponerse al paso de su interlocutora, Lacey se dio cuenta de que Molly parecía muy alterada de repente. Se sentía amenazada por su relación con Hunter.
La buena noticia estribaba en que los sentimientos de Hunter hacia Molly eran, obviamente, correspondidos. La mala era que, en lo que se refería a Marc Dumont, Molly aún no había tomado partido. Y para Hunter, Lacey y Ty no había término medio.
– Molly…
– ¿Mmm?
– Espera. ¿Podemos pararnos aquí un minuto y terminar de hablar? -preguntó Lacey. Molly se detuvo y cruzó los brazos sobre el pecho-. No tienes que preocuparte por mis sentimientos hacia Hunter, ni de los suyos por mí. Somos amigos, nada más.
Molly sacudió la cabeza.
– No estoy preocupada. Sólo acabo de comprender la clase de lazo que os une, eso es todo.
Lacey le tocó el brazo.
– A veces se forman esa clase de lazos cuando no se tiene a nadie más.
– Puede ser. Pero yo vi algo especial en sus ojos cuando me habló de ti.
– Y yo apostaría a que eso no es nada comparado con lo que vi yo cuando me convenció para que saliera de compras contigo -Lacey sonrió-. Hablo en serio.
Molly soltó un suspiro.
– Lo siento. No suelo ser tan insegura, pero no he salido con muchos chicos y aunque Hunter me ha invitado a salir…
– A menudo, según creo -la interrumpió Lacey.
Molly se echó a reír.
– Aunque me ha pedido salir a menudo, nunca insistía cuando le decía que no. Se convirtió en una especie de juego entre nosotros y ambos disfrutábamos de la tensión.
– Pero ninguno de los dos hizo nada al respecto.
Molly sacudió la cabeza.
– No hasta el día en que Hunter descubrió que mi madre estaba a punto de casarse con tu tío. Entonces se presentó en mi casa, con la cena y un montón de preguntas en el tintero -dio una patada en el suelo, malhumorada-.Antes de eso, nunca se empeñó en que saliera con él.
– Bueno, tú misma has dicho que le habías rechazado muchas veces. Y el Hunter que yo conozco tenía… -Lacey se mordió el labio inferior rápidamente. No tenía derecho a contar los secretos de Hunter.
– ¿Qué tenía? Háblame de él -dijo Molly.
Lacey arrugó el ceño. Había estado a punto de decir que el Hunter que ella conocía tenía complejo de inferioridad y necesitaba desesperadamente que los demás lo quisieran y creyeran en él. Pero ¿qué sabía ella en realidad sobre Molly? ¿Y hasta qué punto podía confiar en ella para desvelarle el pasado de Hunter?