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Respiró hondo.

– Hunter es un gran tipo. Es muy sensible, aunque intenta ocultarlo, y necesita estar rodeado de gente en la que confíe -eso era todo lo que estaba dispuesta a revelar-. Pero yo apostaría a que, si demuestra interés, aunque el mínimo interés, es sincero.

– ¿Tan bien lo conoces después de diez años sin veros? -preguntó Molly.

Lacey asintió con la cabeza.

– Ya te he dicho que es como de mi familia -diez años no podían borrar ese sentimiento-. Así que perdóname por decirte esto. Si estás jugando, si sólo quieres tontear con él, déjalo. No te molestes en hacerte la dolida. Déjalo en paz para que siga adelante.

Los ojos de Molly se agrandaron, en parte por sorpresa y en parte por admiración.

– Os protegéis mucho. Y eso lo respeto.

– A ti te importa Hunter -Lacey pensó que habían hablado tanto que podía decirlo claramente.

– Nuestra relación es complicada -repuso Molly.

– Dime una que no lo sea. El caso es que, si te importa Hunter y confías en su juicio, tienes que saber una cosa más sobre nuestro pasado.

Molly levantó una ceja.

– ¿Cuál?

– Después de que yo me marchara, mi tío se puso furioso por haber perdido cualquier esperanza de acceder a mi fondo fiduciario.

Los hombros de Molly se pusieron rígidos.

Lacey se negó a dar marcha atrás.

– Estaba enfadado y necesita culpar a alguien. Ese alguien resultó ser Hunter. También Ty, pero Hunter se llevó la peor parte. Mi tío hizo que lo sacaran de la casa de la madre de Ty.

– ¿Cómo sabes que fue Marc? -preguntó Molly. Lacey guardó silencio-. Es como tú dijiste antes sobre el robo del coche: no hay ninguna prueba.

– Touché -Lilly sonrió amargamente-. Pero creo que deberías considerar la posibilidad de que mi historia sea cierta. Nuestra historia. Habla con Marc. Pregúntale. Y habla con Hunter. Sé que nunca miente.

Una sonrisa curvó los labios de Molly.

– Lo haré.

Echaron a andar de nuevo, esta vez hacia la salida del centro comercial más cercana adonde habían aparcado. Lacey tenía la impresión de haber adelantado mucho con Molly al decirle la verdad sobre el pasado y dejar abierta la posibilidad de una relación con Hunter. En su fuero interno, creía que, aunque Hunter hubiera sentido algo por ella antaño, ahora la consideraba sólo una amiga.

Salieron por las puertas que daban al aparcamiento.

– ¿Dónde has aparcado? -preguntó Molly.

– Por allí -Lacey señaló la zona donde había dejado el coche de Ty.

– Yo también.

Se dirigieron hacia sus coches. Como era un día de entre semana y la tarde estaba lluviosa, era lógico que el aparcamiento estuviera casi vacío. Aunque había oscurecido, las farolas lanzaban un chorro constante de luz en todas direcciones.

– Espero que estés contenta con el traje que has comprado -dijo Molly mientras caminaban.

– Sí. No podría haberlo comprado si no hubieras estado conmigo para decirme que me quedaba bien -sacudió la cabeza y se rió-. Me pone muy nerviosa ver a todos mis parientes por primera vez, ¿sabes?

– Me lo imagino.

Lacey vio su coche justo delante de ella. Quería preguntar a Molly por el fondo fiduciario antes de que se le pasara la ocasión.

– Oye, sé que vas a ayudar a mi tío con… -de pronto, un coche se dirigió a toda velocidad hacia ellas.

Lacey gritó y se abalanzó hacia Molly, empujándola hacia el cantero de hierba que había a su derecha. Rodó de lado y un coche pasó junto a ellas con un chirrido, envuelto en una nube de polvo. Ambas quedaron temblorosas e impresionadas sobre la hierba.

– ¿Estás bien? -preguntó Lacey, jadeante. El corazón le palpitaba con violencia en el pecho.

– Creo que sí. ¿Qué ha pasado? -Molly flexionó las rodillas y se las abrazó con fuerza.

Lacey sacudió la cabeza. De pronto se sentía mareada.

– Supongo que algún idiota estaba haciendo carreras por el aparcamiento y se le ocurrió dar un susto a las dos únicas personas que había por aquí. Nosotras. ¡Uf! -Lacey se tumbó de espaldas y se quedó mirando el cielo, deseosa de que su pulso volviera a ser normal.

– ¿Te has fijado en el coche? ¿Has visto algo para que podamos denunciarlo? -preguntó Molly, tumbada a su lado.

– ¿Aparte de que era oscuro? No. Sólo he visto cuando se alejaba que la matrícula no era de Nueva York, pero eso es todo. ¿Y tú? -Lacey volvió la cabeza hacia ella.

– No -Molly cerró los ojos y exhaló con fuerza-. No puedo conducir todavía.

– Yo tampoco -masculló Lacey, y ella también cerró los ojos.

– Cuando vine a comprar contigo no sabía qué esperar. Quién sabe -Molly se echó a reír, algo histérica-. Los accidentes ocurren, pero es muy preocupante que nos hayamos librado por los pelos.

– La Gran Aventura de Molly y Lacey -Lacey se estremeció. Accidente o no, estaba nerviosa, pero bien.

Ty decidió aceptar la invitación de su madre para ir a comer. Tras el regreso de Lilly, tenían que hablar. Ty se pasó por la oficina para ver cómo le iba al investigador que los estaba ayudando y al que habían encargado el caso del marido desaparecido mientras Derek se ocupaba de vigilar a Dumont. Luego se fue a casa de su madre. No la había visto desde el regreso de Lilly y temía aquella conversación.

Su madre no sabía aún que Ty había desempeñado un papel importante en la desaparición de Lilly y, aunque ella había hecho un pacto secreto con Marc Dumont, el saberlo no hacía más fácil de soportar la parte de culpa que le correspondía a Ty en el dolor de su madre durante aquellos años.

Ella lo había educado sola. Como siempre decía, había intentado hacerlo lo mejor posible, aunque algunas de sus decisiones hubieran sido equivocadas. El retorno de Lilly obligaba a Ty a ver a su madre bajo una nueva luz. Ella le había guardado un secreto y Ty se daba cuenta ahora de que él, a su vez, había guardado otro.

Cuando llegó, su madre estaba atareada en la cocina. La decoración había cambiado desde que Ty era un niño. Los armarios no eran ya de madera vieja y manchada, sino modernos y de lacado blanco, y los antiguos electrodomésticos, de un espantoso color amarillento, habían sido sustituidos por otros de reluciente acero inoxidable. Como siempre que entraba en la cocina renovada de su madre, Ty tenía que esforzarse por olvidar de dónde procedía el dinero para pagar todo aquello.

– ¡Ty! Qué alegría que hayas venido -su madre lo recibió con un fuerte abrazo.

Llevaba una amplia sonrisa y un delantal que indicaba que había estado cocinando. Era de nuevo la madre a la que él quería, y Ty también la abrazó con fuerza.

– No hacía falta que cocinaras para mí. Pero me alegra que lo hayas hecho -él retrocedió y miró la placa y sus muchas cacerolas borboteantes, cuyo delicioso aroma lo reconfortó.

– Me sigue encantando cocinar para ti. He hecho tu sopa de tomate preferida y un sandwich de queso gratinado con mantequilla en el pan -ella sonrió-. Pero tengo que reconocer que, si estoy tan atareada en la cocina, no es sólo por ti.

¿Eran imaginaciones de Ty o sus mejillas se sonrojaron antes de que se acercaran apresuradamente al horno para echar un vistazo dentro?

– ¿Qué pasa?

– Estoy cocinando para un amigo -ella no se volvió para mirarlo.

– ¿Estás cocinando para un hombre? -preguntó él, sorprendido.

Su madre siempre había dicho que estaba demasiado ocupada para volver a tener una relación de pareja. Aunque Ty se había creído aquel argumento mientras crecía, hacía mucho tiempo que sospechaba que su madre lo decía para proteger las ilusiones que él se hacía sobre ella en cuanto que madre. Pero ahora era un hombre adulto y podía afrontar el que su madre saliera con un hombre. De hecho, prefería que no estuviera sola.