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De algún modo logró concentrarse de nuevo en la conversación acerca de su madre.

– No sabía en qué categoría de recuerdos encajaba mi madre para ti -dijo con franqueza. Aunque Lilly tenía un gran corazón, Ty se preguntaba si, en cierto modo, no habría sumado a su madre a los recuerdos desagradables que prefería arrumbar para no revisarlos nunca-. A fin de cuentas, desde tu perspectiva, estabas en un hogar de acogida.

Escogió sus palabras con cuidado. Se negaba a participar en la mentira de su madre… si podía evitarlo. Seguía pensando que Lilly no debía conocer la fea verdad. A veces, las mentiras por omisión eran las más compasivas. Pero, si alguna vez salía a la luz la verdad, no quería que Lilly pudiera decir que él había perpetuado la mentira tras su regreso.

– Tu madre es uno de mis mejores recuerdos -la sonrisa suave de Lilly le golpeó las entrañas-. Igual que tú.

Con aquello bastó. Ty se había pasado la tarde manteniéndose alejado de ella de todos los modos posibles. Desde el instante en que ella había salido de su habitación de invitados ataviada con un vestido negro, elegante pero sencillo, y unos zapatos de tacón de aguja que realzaban sus largas piernas, había comprendido que le convenía elevar la altura de sus muros. No había servido de nada. Al encontrarla en su antigua habitación, abrazada a un peluche, había tenido que refrenarse para no tomarla en brazos y sacarla de aquella casa, lejos de aquella gente.

Había optado, en cambio, por dejar que ella encontrara su fortaleza interior. Lacey había dejado atrás sus demonios y le había convencido con ello de que él tenía razón. Ahora, sin embargo, Lacey no era sólo independiente: estaba segura de sí misma y de lo que quería..

Y, obviamente, lo quería a él.

Ty tragó saliva y procuró con todas sus fuerzas concentrarse en la conversación y no en cómo el pelo revuelto le caía sensualmente alrededor de la cara, o en cómo la brisa había enrojecido sus mejillas.

Se aclaró la garganta.

– Bueno, ahora que todo el mundo sabe que estás viva, puedes pasarte por casa de mi madre cuando quieras antes de volver a Nueva York.

Y ésa era la cuestión, pensó Ty. Ella se iría a casa, volvería a una vida de la que disfrutaba. ¿Acaso no se lo había dicho desde el instante de su reencuentro? Por mucho que dijera que él le importaba, en su nueva vida no había sitio para él.

– Claro que iré a ver a Flo-Lilly asintió, decidida-. No he tenido ocasión de darte las gracias por acompañarme esta noche. Lo supieras o no, el tenerte allí me ha hecho la noche soportable.

– De nada. Me alegro de que haya sido así.

Sin previo aviso, ella se acercó, le rodeó el cuello con los brazos y lo apretó con fuerza.

– Eres el mejor -susurró, y su aliento rozó, suave y cálido, el oído de Ty.

Él estaba cada vez más excitado. Los pechos de Lacey se apretaban contra su torso y su mejilla rozaba ligera y seductoramente la suya. Aquel abrazo se convirtió inmediatamente en otra cosa.

Lacey levantó la cabeza con un interrogante en sus ojos oscuros. Al moverse, su cuerpo largo y esbelto se amoldó al de él. Sus pezones se endurecieron y, como si no hubiera ropa entre ellos, se apretaron contra la piel de Ty.

Un gemido bajo y lleno de deseo escapó de la garganta de él.

Ella abrió aún más los ojos y exhaló un suspiro trémulo.

– Ty… -se pasó nerviosamente la lengua por los labios, humedeciéndoselos.

El cuerpo de Ty imaginaba toda clase de posibilidades y su mente, siempre analítica, no ayudaba. Se aceleraba, sopesando los pros y los contras de mandar al infierno la cautela y entregarse a lo que ambos deseaban.

Se percató del instante preciso en que cedía y comprendió sus propios motivos. Sabía ya que nunca se sacaría a Lilly del corazón, así que ¿por qué no disfrutar de lo que ella le ofrecía?

En caso de que se lo estuviera ofreciendo. Él ya no era un crío incapaz de afrontar la pérdida o el abandono, ni era el joven demasiado necio como para ir detrás de la chica a la que amaba. Era un adulto capaz de tener una aventura y seguir adelante luego.

Sí, claro. Pero el hecho de saber que no sería así no significaba que pensara refrenarse y lamentarlo el resto de su penosa existencia.

Miró los ojos de Lacey, llenos de pasión. Pasión por él.

– Lilly, necesito que estés segura, porque, si empezamos algo ahora mismo, no voy a poder parar -sus palabras eran tanto una advertencia para ella como para sí mismo.

Aquello sería definitivo.

No habría marcha atrás.

– Ah.

Ella esperó y no dijo nada más. Entre tanto, el corazón de Ty latía con un ritmo rápido y nervioso.

Se recordó que, si Lacey se apartaba de él en ese instante, él no estaría peor que la noche anterior y que la precedente. Aparte de necesitar otra ducha de agua helada y de dormir todavía menos horas, seguramente estaría mucho mejor. Porque así no sabría lo que era hacer el amor con Lilly. Perderse en su carne suave y húmeda como había soñado noche tras noche.

– Seguramente es un error -dijo ella al fin con voz suave.

– Sí, desde luego -respondió él. Y no porque su cuerpo tenso estuviera de acuerdo.

Lacey respiró hondo y Ty siguió aguardando.

– Por otra parte, hace mucho tiempo que tengo curiosidad -sus dedos se deslizaron hacia arriba, entre el cabello de Ty.

Tenía las manos cálidas y Ty sintió un cosquilleo nervioso mientras ella le acariciaba con la punta de los dedos.

Dejó escapar un gruñido bajo.

– Yo también. Me he preguntado muchas veces cómo sería abrazarte así -la enlazó con las manos, sintiendo el contorno de su cintura, y se preguntó qué se sentiría al tenerla desnuda y retorciéndose contra su sexo endurecido.

Ella guardó silencio y, pese al paso de los años, Ty comprendió en qué estaba pensando. Sabía que luchaba por tomar una decisión. Él se quedó callado; quería que la elección fuera suya. No deseaba que tuviera remordimientos, ni que se arrepintiera a la mañana siguiente de algo que él hubiera inducido gracias a su propio estado de deseo reprimido por aquella mujer y sólo por ella.

Porque, a pesar de que se hallaba inmóvil, estaba a punto de estallar. Imaginaba que, si Lacey le daba luz verde, no pasarían del sofá de su cuarto, a unos pocos pasos de distancia. Más tarde se preocuparía de sus remordimientos, y sabía que tendría unos cuantos.

– ¿Lilly? -le estaba preguntando cuál era su decisión; le suplicaba, en realidad, con una voz rasposa que apenas reconoció.

– Ty… -dijo ella con suavidad. Seductoramente. Sinceramente.

El sexo de Ty respondió incrementando su presión mientras él aguardaba.

Ella no le decepcionó. Sin apartar los ojos de él, se puso de puntillas y lo besó en los labios. Estaba excitada; su boca era insistente, sus labios le decían que estaba tan ansiosa como él. Ty deslizó la lengua dentro de su boca y saboreó su dulce ardor durante lo que pareció una eternidad. Sus lenguas se entrelazaban, se batían en duelo, se abrazaban en una puja desesperada por alcanzar un éxtasis como Ty no había sentido nunca antes.

Lacey le sacó la camisa de la cinturilla del pantalón y apoyó las palmas de las manos sobre su espalda. A él le encantó sentir sus manitas acariciando y masajeando su piel. Le encantaba su tacto. Le mordió el cuello para demostrarle cuánto.

– Mmm. Hazlo otra vez -murmuró ella con un ronroneo bajo.

Ty obedeció, la rozó con los dientes hasta que ella gimió de placer. Su sexo palpitaba y él empezó a sudar.

Comenzó a desabrochar los pequeños botones del vestido de Lacey, uno por uno, trabajosamente.

– Hay una cremallera en la espalda que tal vez te lo ponga más fácil -dijo ella con un brillo de buen humor en los ojos.

Ty estaba tan excitado que no podía reírse. Ella se dio la vuelta y se levantó el pelo para dejar al descubierto la pequeña cremallera y su cuello esbelto.