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No había pensado, sin embargo, que la oportunidad se le presentaría tan pronto. Pero, como le recordaba el regreso de Lilly, la vida era cuestión de arriesgarse.

A pesar de que la perra tiraba de la correa y de su propio deseo de echar a correr antes de que Molly contestara, Hunter corrió un riesgo más y la tomó de la mano.

– ¿Qué me dices? ¿Cenamos juntos?

Ella lo sorprendió asintiendo con la cabeza.

– Sí, me gustaría.

El miró sus manos entrelazadas.

– A mí también.

La perra empezó a tirar con más fuerza. Saltaba a la vista que no le gustaba que la ignoraran. Hunter no sabía cómo decírselo a Digger, pero Molly era mucho más guapa (y olía mejor) que ella.

Señaló a la perra.

– Tengo que llevarla a casa. ¿Te recojo esta tarde a las siete? -preguntó.

– Estaré lista. Pero dime que es una cita informal porque preferiría no tener que ponerme de punta en blanco, si no te importa -se pasó una mano por los vaqueros-. Éste que ves es mi verdadero yo.

Molly, siempre segura de sí misma, hablaba indecisamente, como si el hecho de que la viera con ropa informal pudiera hacerle cambiar de idea. Por el contrario, excitaba aún más a Hunter.

– Entonces… ¿te apetecen una pizza y una cerveza? -preguntó-. Porque eso es más propio de mi verdadero yo que el tipo trajeado al que ves todos los días -la miró y guiñó un ojo. Se alegró de ver que ella se sonrojaba.

Molly se echó a reír.

– Menos mal -lo saludó con la mano y se alejó calle abajo. Hunter se quedó admirando el contoneo de su paso al caminar.

Tiró de la correa para apartar a Digger de un envoltorio que alguien había tirado a la acera y dobló la esquina camino de la casa de Ty. Pero no podía olvidarse de Molly ni del hecho de que por fin parecieran estar haciendo algún progreso en lo que a conocerse mejor se refería, por pequeños que fueran los pasos.

Empezó a subir las escaleras y Digger saltó inmediatamente delante de él y le quitó la correa de las manos.

– Y yo que creía que te trataba muy bien -masculló Hunter mientras la perra se alejaba corriendo de él-. Por lo menos algunas empiezan a apreciar mis encantos.

Digger se alzó sobre las patas traseras y arañó la puerta. Sus ansias por entrar habrían resultado ridículas de no ser tan patéticas.

Hunter llamó a la puerta y, al ver que nadie respondía, sacó su llave del bolsillo.

– Listos o no, allá voy -dijo alzando la voz con la esperanza de no estar a punto de sorprender a sus dos mejores amigos en una situación embarazosa.

Había bajado la mirada con intención de deslizar la llave en la cerradura cuando se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada, pero no con llave.

– ¿Qué demonios…?

La puerta, cuya cerradura alguien había forzado con una palanca, se abrió de par en par en cuanto giró el pomo. Un instante después, un golpe de humo le dio en la cara y estuvo a punto de derribarlo. Digger, de quien Hunter ya había perdido el control, entró corriendo en el apartamento lleno de humo antes de que él pudiera detenerla.

– ¡Lilly! ¡Ty! -Hunter entró, pero el humo, que le hacía arder los ojos, lo obligó a retroceder. Tenía el corazón en la garganta y el pánico empezaba a apoderarse de él-. ¿Hay alguien ahí? -gritó antes de respirar hondo.

Nadie contestó. Golpeó la puerta con el codo. El humo era tan denso que le impedía entrar, pero estaba decidido a intentarlo. Antes de que pudiera dar un paso más, sin embargo, oyó ladridos y un estruendo, como si alguien se hubiera tropezado con algo.

– ¿Lilly? -gritó.

Un instante después, Digger apareció corriendo hacia él. Lilly iba detrás de ella, tambaleándose.

Hunter la agarró del brazo y la sacó del apartamento. Con Digger a su lado, corrieron afuera en busca de aire fresco, aporreando las puertas de los vecinos al pasar.

Lilly se dejó caer en la hierba, tosiendo, mientras Hunter llamaba a emergencias desde el móvil.

– ¿Estás bien? -preguntó él. Entre tanto, Digger lamía la cara de su dueña. Lilly luchó por levantarse, pero él la empujó suavemente para que se tumbara en el suelo-. Descansa -le ordenó. Miró hacia el edificio y vio con alivio que los demás inquilinos ya estaban en la acera.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Lilly.

Él se encogió de hombros.

– Ni idea. Te traía a la perra. He llamado a la puerta pero nadie contestaba, así que he entrado y todo estaba lleno de humo. Aunque me fastidie admitirlo, puede que Su Olorosidad te haya salvado la vida.

– Tú también me la has salvado. Has aparecido justo a tiempo -Lilly exhaló trabajosamente y volvió a toser. Agarró a su perra y la abrazó con fuerza, apretándose su cuerpo peludo contra el pecho.

A Hunter, la adrenalina le corría aún por el cuerpo enloquecidamente. Antes de que pudiera responder, sonaron las sirenas de los bomberos y el camión rojo apareció en la calle.

¿Qué demonios había pasado?, se preguntaba, y confiaba en que pronto tendrían la respuesta. Porque, si hubiera pasado un minuto más hablando con Molly, quizás no hubiera llegado a tiempo de encontrar viva a Lilly.

Capítulo 10

Ty dobló la esquina del Night Owl y al instante comprendió que ocurría algo. Delante del edificio había un camión de bomberos y de las ventanas de los apartamentos salía humo. El pánico se apoderó de él.

Olvidó la leche, los huevos y las demás cosas que había comprado, corrió hacia el edificio gritando el nombre de Lilly.

– ¡Ty! Espera, hombre. Lilly está aquí.

La voz de Hunter traspasó su miedo. Volvió la mirada y los vio bajo un árbol, lejos del edificio en el que trabajaban los bomberos.

El alivio lo inundó, pero el latido de su corazón no se frenó.

– ¿Qué ha pasado? -Ty repitió la pregunta de Lilly.

– De eso queríamos hablarte -dijo Tom, el jefe de bomberos. Se quitó el casco y se limpió la frente sudorosa con el dorso de la mano.

Ty sacudió la cabeza.

– Primero dime que no le ha pasado nada a nadie.

– Estamos todos bien -dijeron Hunter y Lilly al unísono.

Ty sintió que el alivio se apoderaba de él y, cuando Digger comenzó a arañarle los zapatos, le acarició la cabeza.

– El fuego empezó en tu apartamento, Ty, así que ¿por qué no repasamos juntos lo que hiciste esta mañana? -preguntó el jefe de bomberos.

Ty entornó la mirada.

– Me levanté temprano y fui a hacer el desayuno. No tenía huevos, así que salí a comprar algunas cosas y ahora, al volver a casa, me he encontrado con este caos.

– ¿Y tú, Lilly? -preguntó Tom.

– Anoche no dormí bien -dijo ella sin mirar a Ty-. Me quedé dormida muy tarde y estaba todavía como un tronco cuando Hunter llegó con mi perra. Me despertaron justo a tiempo.

Ty asintió con la cabeza mientras volvía a recordar lo que había hecho esa mañana.

– Puse un poco de aceite en la sartén, fui a buscar huevos y no había.

– ¿Quién usa aceite para hacer huevos? Se supone que hay que poner mantequilla o margarina en la sartén -dijo Lilly.

– Un soltero ignorante usa aceite -masculló Ty.

Tom se rascó la cabeza.

– Entonces, no encendiste la placa.

– No -a Ty se le erizó el vello de la nuca. Sintió un escalofrío-. No llegué a encenderla.

– Tenía que preguntártelo, aunque te conozco de toda la vida. Supongo que tampoco forzaste la cerradura de tu puerta.

– ¿Alguien ha forzado la cerradura? ¿Quieres decir que han entrado por la fuerza? -preguntó Ty. La ira y el temor alimentaban su voz crispada.

– Ty… -Lilly le puso una mano en el brazo para calmarlo.

El jefe de bomberos asintió.

– Hay evidencias de que alguien forzó la entrada.