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– ¿Puedo traeros algo de beber? -preguntó un camarero con bolígrafo y libreta en la mano.

– ¿Molly? -Hunter la miró.

Ella arrugó la nariz mientras pensaba.

– Una cerveza sin alcohol. La que sirváis de grifo me vale -dijo.

– Para mí, una normal. También de grifo -Hunter no pudo evitar reparar en que no le había costado nada decidirse.

Por primera vez desde hacía tiempo, no se le había ocurrido pedir un martini o una de las primeras marcas de vodka que había empezado a beber a modo de pose. Una pose que venía a decir: «Aquí estoy». Con Molly, no sentía necesidad de demostrar nada, como no fuera que ella le importaba. Y sabía que eso quería decir algo importante.

– Me he enterado de lo que ha pasado hoy en el apartamento de Ty -Molly se removió en el asiento, pendiente del hombre sentado a su lado. Apenas podía concentrarse debido al cosquilleo que notaba en la pierna, allí donde ésta rozaba su muslo.

Hunter inclinó la cabeza.

– No fue agradable. Llegué justo a tiempo.

Ella puso una mano sobre la suya.

– Lo siento. Me imagino por lo que habrás pasado pensando que tus amigos… -se estremeció, incapaz de continuar.

El camarero los interrumpió llevándoles las cervezas, que colocó sobre la vieja mesa de madera. Después les dio las cartas.

– Vuelvo dentro de un par de minutos -dijo.

– Me encantan las pizzas de este sitio -Hunter pasó las páginas de la carta hasta el final, concentrado en las palabras y no en ella-. Me comeré la que quieras, así que elige.

– Alguien no quiere hablar del incendio -Molly alargó el brazo y volvió a poner una mano sobre la suya-. Sólo quiero que sepas que me alegro de que tus amigos estén bien.

– Mi familia está bien.

Las palabras de Hunter se aposentaron en el vientre de Molly y la convencieron como ninguna otra cosa podría haberlo hecho de que no quería a Lilly. Al menos, con un amor que pudiera ser una amenaza para ella. Su estómago revoloteó, lleno de emoción y alivio.

Consciente de que él quería cambiar de tema, recogió su carta.

– ¿Qué te parece si pedimos una de champiñones? ¿Con cebolla y pepperoni, quizá? -preguntó.

– Suena delicioso -Hunter le quitó la carta de la mano y pidió.

Luego volvió a concentrarse en ella por completo. Comieron a medias una pizza grande y revivieron viejas anécdotas de la universidad. Se rieron de profesores a los que Molly había olvidado por completo y, cuando Hunter pagó la cuenta, Molly comprendió que hacía siglos que no sonreía tanto.

El la llevó a casa en coche y la acompañó hasta su puerta. Molly sentía un hormigueo en el estómago, como una adolescente en su primera cita.

– ¿Te apetece entrar? Puedo preparar una taza de café o podríamos tomar una copa de sobremesa -dijo. Cuando no hablaban del pasado de Hunter o de Marc Dumont, tenían mucho en común y no quería que la noche llegara a su fin.

Hunter puso una mano sobre el marco de la puerta y la miró a los ojos.

– Me gustaría.

– ¿Pero…?

Él dejó resbalar las puntas de los dedos por su mejilla.

– Pero no creo que debamos tentar a la suerte -una sonrisa sexy se dibujó en sus labios-. Lo hemos pasado bien. Podríamos repetirlo pronto.

Ella sonrió.

– Me gustaría -mucho, pensó.

Sacó las llaves de su bolso y levantó la mirada al mismo tiempo que él agachaba la cabeza para besarla suavemente en los labios.

La boca de Hunter era cálida y tentadora, su beso tan dulce como excitante. Molly levantó los brazos y tomó su cara entre las manos. Aquella nueva postura hizo posible que el beso se hiciera más profundo. En cuanto sus lenguas se tocaron, él dejó escapar un gemido y tomó las riendas, recorriendo el interior de su boca con energía llena de exigencia. La besó como si ella le importara, y Molly había conocido muy pocas veces esa sensación a lo largo de su vida.

Ella oyó un chirrido y un instante después la voz de Anna Marie.

– ¿No es eso lo que se dice una muestra de afecto en público poco apropiada? -preguntó Anna Marie.

Hunter dio un salto. Molly retrocedió y chocó contra la pared.

– Sólo se considera pública si se tiene audiencia. Nosotros no la teníamos -le dijo a la más mayor de las mujeres.

Anna Marie cerró la ventana de golpe.

– Tengo que mudarme sin remedio -dijo Molly, riendo.

Hunter sonrió.

– Eso es un poco drástico. ¿Qué te parece si la próxima vez me acompañas tú a casa?

Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos.

– A Albany, ¿no?

– A sólo veinte minutos en coche, pero lejos de miradas curiosas -señaló con la cabeza el lado del edificio que ocupaba Anna Marie.

Molly metió la llave en la cerradura. Todavía le temblaban las manos por el impacto de su beso.

– Algún día tendré que tomarte la palabra.

– Eso espero -dijo él. Y con un breve saludo se marchó y dejó a Molly con el deseo de que, a fin de cuentas, hubiera aceptado esa taza de café.

Capítulo 11

Ty llamó una vez a la puerta de Lilly y entró sin esperar respuesta. Tenían que hablar. Sobre todo, necesitaba estar con ella y saber que se encontraba bien. Pero, cuando entró en la habitación y cerró la puerta, se dio cuenta de que ella dormía profundamente, tumbada sobre su antigua cama.

Ty sonrió, se sentó a su lado y contempló cómo subía y bajaba su pecho. Su rostro era tan apacible, tan bello… Le dolía el corazón con sólo mirarla. Lejos de deshacerse de su obsesión al hacer el amor con ella, se había enamorado más profunda e intensamente. Alargó el brazo, le apartó el pelo de la mejilla y dejó que sus dedos se demoraran un momento sobre su piel suave.

Se preguntaba qué pensaba ella de que hubieran estado juntos la noche anterior. Y tenía curiosidad por saber qué iba a hacer con su novio ahora que había estado con él. Quería encontrar respuesta a todas aquellas preguntas, aunque presentía que ninguna de ellas importaba. Al menos, para su futuro.

Ya siguiera con aquel tipo o no, Lacey tenía en Nueva York un negocio que lo era todo para ella. Una vida que había creado sin él. ¿Qué tenía allí? Recuerdos dolorosos y un tío que parecía quererla muerta. Ty dudaba de que él tuviera suficiente tirón para contrarrestar todos esos obstáculos.

Pero, de momento, tenían cosas más importantes en que pensar que lo suyo. Su prioridad tenía que ser demostrar que su tío se encontraba detrás de las dos intentonas contra su vida.

Un par de llamadas telefónicas que había hecho horas antes le confirmaron que, aunque alguien había entrado por la fuerza en su casa, no había huellas dactilares. Ni pista alguna. Ty sabía que alguien tenía que haber estado vigilando a Lilly, a la espera de su oportunidad para atacar. Su visita a la tienda de esa mañana no había sido rutinaria, así que, a no ser que hubiera alguien fuera del apartamento, nadie habría sabido o podido prever que dejaría sola a Lilly. La policía estaba investigando, pero ello no reconfortaba a Ty mientras el culpable siguiera en la calle.

Lo único que intuían era que, como asesino, su tío estaba resultando ser un inepto. Por suerte.

Ty decidió en ese preciso instante llamar a Derek, su ayudante, y dejar el negocio en sus manos durante una temporada. Hasta que todo aquel lío con Lilly se resolviera, no pensaba moverse de su lado.

Y pensaba empezar enseguida, se dijo mientras se tumbaba sobre las mantas y se ponía una almohada bajo la cabeza. Luego rodeó a Lilly con un brazo, la apretó contra sí y se acomodó para pasar la noche.

Lo siguiente que supo fue que el sol entraba por la persiana subida. Lilly yacía a su lado, de frente a él y, cuando se movió, su rodilla entró en contacto con el muslo de él.

Ella abrió los ojos, lo miró fijamente y una cálida sonrisa curvó sus labios.

– Vaya, qué sorpresa -murmuró.