Bajo el traje, Marc empezó a sudar y el deseo de tomar una copa nubló su cerebro.
– Tengo que irme. No hace falta que tomes una decisión ahora. Vuelve a llamarme. Todavía faltan semanas para el cumpleaños de Lilly -Paul le dio una palmada condescendiente en la espalda. Marc se apartó de él-. Si te portas bien, puedes consolarte con la idea de que no tendrás que desengancharte de tu afición al alcohol en prisión. Eso no sería nada agradable -Paul dio media vuelta y se encaminó a su coche; subió a él y encendió el motor.
Saludó con la mano como si hubieran mantenido una conversación cordial y se alejó por la larga avenida, dejando a Marc solo para que sopesara su destino, que parecía más negro con cada minuto que pasaba.
Marc estaba arrinconado y aquel indeseable lo sabía. Todas las alternativas conducían al mismo resultado. Podía hacer lo que le pedía Paul y no volver a mirarse al espejo, lo cual posiblemente no importaría porque acabaría en prisión, o acabar de todos modos en la cárcel gracias a las presuntas pruebas y a la reputación estelar de Paul Dunne en el pueblo.
– Maldita sea -dio una patada a la rueda, pero sólo consiguió hacerse daño en el dedo gordo.
Hizo una mueca de dolor y caminó lentamente hacia la casa. En otro tiempo, la mansión había representado todo cuanto deseaba en la vida. Ese día, la vieja casona se alzaba únicamente como una deslumbrante demostración de lo que los celos hacia su hermano habían hecho de su vida. Resultaba irónico que, ahora que ya no soportaba mirar aquella casa, estuviera destinado a perderla, junto con todo lo demás.
A menos que encontrara un modo de engañar a Paul Dunne. Era o eso o ceder a sus exigencias. Menuda disyuntiva, pensó. Por desgracia, no era más que lo que se merecía.
Capítulo 12
Esa noche, Ty estaba detrás de la barra del Night Owl, sustituyendo a Rufus, que había ido a la fiesta de vuelta al colegio de su hijo. El bar se había llenado rápidamente, y le alegraba comprobar cuánta gente se acordaba de Lilly y, al pararse a hablar con ella, hacía que se sintiera bienvenida. Se alegraba además de que, durante unas horas al menos, Lilly no tuviera tiempo de pensar en fondos fiduciarios, ni en su tío, ni en nadie que intentara herirla.
Cuando sonó su teléfono móvil, bajó la mirada y vio el número de Derek. Contestó, le dijo a Derek que esperara y se volvió hacia el otro camarero que solía atender la barra.
– Oye, Mike, defiende el fuerte un minuto, ¿quieres?
Mike asintió con la cabeza y Ty se sintió libre para atender la llamada. Miró a Lilly, que estaba enfrascada hablando con Molly. Seguro de que estaba en buenas manos durante un rato, salió al pasillo y se encerró en la oficina del fondo del local.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó a Derek.
– Creo que tenemos algo -la excitación de Derek zumbaba a través de la línea celular-. Dumont tuvo visita esta mañana, a eso de las once y media.
Ty se sentó en la vieja mesa de Derek.
– Por fin. ¿Quién era? -preguntó. Su nivel de adrenalina comenzaba a subir.
– No lo reconocí al principio, así que le dije a Frank que hiciera averiguaciones sobre el número de matrícula. El vehículo pertenece a Paul Dunne, de Dunne & Dunne. Es un…
– Bufete de abogados -concluyó Ty-. Sé exactamente con quién estamos tratando.
Lo que no sabía era por qué Paul Dunne iba a visitar a Dumont, a no ser que su visita estuviera relacionada con la herencia de Lilly. Naturalmente, cabía la posibilidad de que fueran amigos, pero aún más probable era que Dunne quisiera informar a Dumont de su reunión con Lilly.
– Buen trabajo. Sigue así.
– Lo haré, jefe. ¿Puedo hacer algo más por ti?
Ty se quedó pensando un momento antes de contestar.
– Pues sí. Puedes decirle a Frank que investigue qué clase de relación existe, si es que existe alguna, entre Marc Dumont y Paul Dunne, aparte de que Dunne sea el administrador de la herencia de Lilly.
Ty imaginó que Hunter también podría pedirle a Molly que sonsacara a Anna Marie. Eso, si Molly estaba dispuesta. Ty no dudaba de que sentía algo por Hunter, pero ignoraba si antepondría su vida amorosa a su familia. En todo caso, no tenían mucho tiempo para averiguarlo, dado que no sabían cuándo volvería a golpear el tío de Lilly.
– Considéralo hecho -dijo Derek.
– Gracias -al menos, Ty obtendría información de alguna parte.
Derek colgó primero.
Ty marcó el número de Hunter, que estaba trabajando en su oficina, y le pidió que lo dejara todo y se reuniera con Lilly y con él allí para hablar un momento. Luego se acercó a la puerta, irritado en parte por no poder investigar por su cuenta. Le gustaba su trabajo y le habría encantado ser él quien consiguiera la información necesaria para atrapar a Dumont de una vez por todas. Pero mantener a Lilly a salvo era su prioridad y, para eso, tenía que mantenerse a su lado.
Regresó al ruidoso bar y enseguida buscó a Lilly con la mirada. Decidió de inmediato no hablarle aún de la visita de Paul Dunne a su tío. Ella estaba emocionada por haberle acompañado al bar, por ver cómo trabajaba y quiénes eran sus amigos, y también, simplemente, por poder disfrutar de la noche. Ty no veía razón para estropearle el único rato que tenía para olvidar sus problemas. De todos modos, Lilly se enteraría en cuanto llegara Hunter.
Ensimismado, Ty limpió la barra con un trapo húmedo y, mientras servía copas, siguió observando a Lilly.
Por fin oyó una voz familiar.
– Un vodka con zumo de pomelo, por favor, camarero.
Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Gloria, la mujer con la que había estado saliendo (o, mejor dicho, con la que había estado acostándose) hasta el regreso de Lilly.
Desde que esa mañana había hablado de Alex con Lilly, tenía a Gloria en el pensamiento. Había decidido fijar una hora para verse con ella mientras Lilly se quedaba en casa con su madre. La había llamado mientras Lilly se duchaba, pero no la había encontrado en casa y le incomodaba la idea de dejarle un mensaje. En primer lugar, no quería que le devolviera la llamada mientras estaba con Lilly y, en segundo lugar, Gloria no se merecía que se deshiciera de ella sin contemplaciones.
A veces, por más que intentaba planificar las cosas, la vida se las ingeniaba para estropearlo todo, se dijo.
– Hola, forastero -Gloria se metió entre dos personas sentadas a la barra y se inclinó hacia él.
– Hola -Ty le dedicó una sonrisa cálida, mezcló su bebida y deslizó el vaso hacia ella-. Aquí tienes.
– Gracias. ¿Crees que puedes tomarte un descanso para que hablemos? -preguntó ella mientras se ponía un mechón de pelo detrás de la oreja.
Se había recogido el pelo en un moño que Ty solía encontrar sexy, pero que en ese momento sólo le hacía sentirse enfermo. Aun así, confiaba en no haber malinterpretado su relación, libre de ataduras, y en que Gloria no necesitara otra copa después de que hablaran.
Asintió con la cabeza y rodeó la barra. De paso miró a Lilly, pero por suerte parecía ocupada.
Tomó a Gloria del codo y la condujo a un rincón tranquilo donde podrían hablar sin que nadie los oyera.
– Pensaba llamarte -dijo, y a él mismo le sonaron flojas sus palabras.
– Nunca nos hemos andado con juegos -dijo ella con voz ligera y animada, pese al dolor que Ty notaba en sus ojos.
Él inclinó la cabeza.
Gloria dejó escapar un suspiro antes de continuar.
– No me he criado en Hawken's Cove, pero como soy camarera hace años que me entero de las habladurías que corren por el pueblo. Y sé que Lilly Dumont ha vuelto a casa.
Ty abrió la boca y volvió a cerrarla. No estaba seguro de adonde quería ir a parar Gloria, puesto que nunca había hablado de Lilly con ella, ni con ninguna otra persona. Al menos, desde hacía años. El corazón le latía rápidamente en el pecho. No quería lastimar a aquella mujer, que se había portado bien con él, pero tampoco quería continuar con su relación. Desde el regreso de Lilly, comprendía que no había sitio para nadie más en su vida, aunque ella no se quedara allí.