– De hecho, he oído decir que está viviendo contigo. O que lo estaba, hasta lo del incendio -Gloria le tocó el brazo-. Me alegro de que estés bien -dijo con suavidad-. Aunque tenga ganas de estrangularte.
– Lo siento mucho de verdad, Gloria.
– Pero nunca me has prometido nada más que lo que teníamos. Sí, lo sé -pero una triste sonrisa se dibujó en sus labios-. Llevo un rato aquí, observándote.
– No me he dado cuenta.
Ella sacudió la cabeza.
– ¿Cómo ibas a darte cuenta? Estabas muy ocupado mirándola a ella. Y de pronto he comprendido por qué nunca he podido acercarme de verdad a ti -con aire cansado, se apoyó de lado en la pared-. Era porque tu corazón pertenecía a otra.
A Ty le sorprendió que fuera tan lúcida respecto a él.
– Lo hemos pasado bien juntos -sus palabras sonaban poco convincentes, pero eran ciertas-. Creía que los dos buscábamos lo mismo en una relación -por eso el hecho de que ella pareciera dolida le sorprendía. Había creído sinceramente que ambos querían una aventura sin complicaciones, una relación conveniente para los dos, sin compromisos.
– Ése es el problema con los hombres -dijo Gloria con una risa apagada-. Que os tomáis las palabras al pie de la letra. Dije eso, claro, porque era lo que tú querías oír. Pero en el fondo confiaba en ser yo quien rompiera todas esas barreras tuyas, ¿sabes?
– Supongo que ése es el problema. Que no lo sabía -dijo él. Se sentía en cierto modo traicionado por aquella mentira, aunque comprendía el razonamiento que se ocultaba tras ella. Si Gloria hubiera reconocido abiertamente lo que deseaba, él habría salido huyendo.
Ella se encogió de hombros.
– Te deseo lo mejor, Ty. De veras -dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta.
Ty había entrevisto el brillo de las lágrimas en sus ojos y la dejó marchar. No había razón para hacerla volver. De ningún modo iba a darle falsas esperanzas.
Gloria tenía razón. Lilly era la dueña de su corazón.
Lacey compuso una sonrisa y procuró concentrarse en lo que Molly le estaba diciendo, algo acerca de las rebajas en el centro comercial, la semana siguiente. No podía, sin embargo, pensar más allá de ese día, y menos aún con siete días de antelación. Cada vez que intentaba hacer planes, se apoderaba de ella la ansiedad. Aun así, sabía que no podía seguir alejada de su trabajo mucho tiempo. Ya llevaba demasiados días en Hawken's Cove.
Los suficientes, al menos, para confirmar sus sentimientos por Ty y el conflicto que planteaban éstos respecto a su vida en Nueva York. Durante los días anteriores no se había empeñado en negar sus emociones, pero había rehusado diseccionarlas, en su deseo de vivir el momento. Vivir para el presente era, desde luego, más sencillo que tomar decisiones difíciles. Decisiones que podían separarlos de nuevo, esta vez para siempre.
Por desgracia, en aquel instante Ty estaba enfrascado hablando con una mujer al otro lado del local. Lacey no podía quitarles ojo. Había visto a aquella guapa morena acercarse a la barra y hablar con Ty. El le había servido una copa y, un segundo después, se había acercado a ella, la había tomado de la mano y la había llevado a un rincón apartado del bar.
Lilly casi sentía que las náuseas la ahogaban al verlos juntos. Pero, por más que intentaba concentrarse en Molly, su mirada seguía yéndose hacia ellos.
– Ya veo por qué estás tan distraída -dijo Molly, chasqueando los dedos delante de sus ojos.
– ¿Qué? Perdona. No estaba prestando atención -reconoció Lacey. Volvió a concentrarse en Molly y se dijo que, fuera lo que fuese lo que sucedía entre Ty y aquella mujer, no era asunto suyo.
Pero era mentira y lo sabía.
– Llevas un buen rato sin prestarme atención -Molly se rió con buen humor.
– ¿Cómo lo sabes?
– Te ha delatado el ceño. Nadie frunce el ceño cuando le hablas de rebajas -Molly volvió a reírse, pero de pronto se puso seria y fijó la mirada en la pareja del rincón-. Supongo que sabes que no es rival para ti.
Lacey se puso colorada.
– No puedo creer que me hallas pillado mirándolos -dijo, avergonzada.
– Es humano sentir curiosidad -Molly tomó un cacahuete de una fuente que había en la barra y se lo metió en la boca-. Pero lo que he dicho es cierto. He visto cómo te mira Ty y ¡uf! -se abanicó la cara con una pequeña servilleta.
Lacey no podía negar las miradas apasionadas de Ty, pero había notado algo perturbador (cierta intimidad) al verlo con aquella mujer.
– Se han acostado juntos.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -Molly la miró con curiosidad.
– Intuición femenina -Lacey se estremeció y cruzó los brazos.
– Aunque tengas razón, ya se ha acabado -dijo Ty, apareciendo tras ella.
– Otra vez me han pillado -Lacey se tapó la cara con las manos y soltó un gruñido.
Molly se echó a reír.
– Creo que aquí es cuando me toca excusarme. Veo a unos amigos del trabajo. Es hora de que me reúna con ellos -los saludó con la mano y se alejó, dejando sola a Lacey para que afrontara el chaparrón.
– Siento haberte espiado -dijo ella.
– Yo no. De todos modos, iba a contártelo -Ty apartó el taburete en el que había estado sentada Molly y se sentó junto a Lacey.
Ella tragó saliva.
– Pero no me lo habías contado aún. De hecho, no has hablado ni una sola vez de ella, mientras que yo te lo he contado todo sobre Alex.
A pesar de lo unidos que se sentían, se daba cuenta ahora de que todavía había cosas que no sabían el uno del otro. Aún había secretos entre ellos.
– No te lo he contado porque no había nada que contar. Gloria llenaba cierto hueco en mi vida, del mismo modo que Alex llenaba uno en la tuya -alargó la mano y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.
Su mano era cálida; su caricia, excitante. Ése era el problema, pensó ella. Que podía distraerla con toda facilidad y hacer que se olvidara de todo, menos de él.
Pero Lacey se negó a permitir que la distrajera. Aunque él había dicho que todo había acabado entre aquella mujer y él, todavía había algo que quería saber.
– ¿La querías?
Mientras hablaba, comprendió de pronto cómo debía de haberse sentido Ty al oírla hablar de su relación con Alex. Era doloroso preguntar. Más doloroso aún sería escuchar la respuesta.
El negó la cabeza y Lacey sintió que le quitaban un peso de encima.
– Sólo hay una cosa que debas saber sobre Gloria -dijo él con su voz hosca y sexy.
Ella notó un cosquilleo en el estómago, un cálido aleteo de placer.
– ¿Y cuál es?
– Que no eres tú.
Los ojos de Lacey se llenaron de lágrimas. Se sentía ridícula por reaccionar tan emotivamente, pero no podía controlar su alegría, ni la abrumadora gratitud que la embargaba. No podía hablar, pero supuso que la amplia sonrisa de su cara sería suficiente respuesta.
Ty tomó sus mejillas entre las manos y le echó la cabeza hacia atrás. Lentamente, sin apartar los ojos de ella, bajó la cabeza y dejó que sus labios tocaran y sellaran luego sus emociones. Todas las cosas que no habían dicho, Lacey las sintió en el modo dulce y reverente con que Ty besó su boca.
Él se retiró muy pronto.
– Tengo que volver al trabajo.
Lacey asintió con la cabeza y le dio permiso con un ademán coqueto.
Los dos sabían dónde tendrían que retomar las cosas más tarde.
Hunter estaba repasando las preguntas que pensaba hacerle a un testigo cuando llamó Ty. Aunque de todos modos no habría dicho que no tras oír el tono ansioso de su amigo, le iría bien un descanso. Cuando entró en el Night Owl, eran casi las once. Como después tendría que volver a la oficina, no miró a su alrededor: no quería perder el tiempo charlando con amigos.