Ella llevaba puesto un albornoz blanco que había comprado durante su rápida visita al centro comercial para comprar lo básico. En el tiempo que llevaba allí, Ty había descubierto que le encantaba tumbarse cubierta con un albornoz, lo cual a él le permitía contemplar sus largas piernas. El cinturón de la bata ceñía su cintura y el amplio escote de pico dejaba ver un canalillo que lo volvía loco. El hecho de que se hubiera acostumbrado a aquella imagen no significaba que hubiera dejado de afectarle.
Cada vez que veía a Lilly, tan tierna y accesible, con aquella bata afelpada, se excitaba inmediatamente. Su deseo por ella nunca dejaba de asombrarlo, junto con los hondos sentimientos que ella extraía de lugares de su interior que Ty creía cerrados para el resto del mundo desde hacía mucho tiempo.
– Hola -dijo para que Lilly se diera cuenta de que estaba allí.
Ella lo miró y sonrió alegremente.
– Hola. ¿Ha ido bien la reunión? -preguntó.
Ty entró en la habitación y cerró la puerta.
– Pues sí. Tengo una nueva clienta.
Ella asintió con la cabeza.
– ¡Estupendo! -sus ojos brillaban, llenos de excitación. Luego, de pronto, se apagaron sin previo aviso-. Espera. No puedes dedicarte a un nuevo caso si te preocupas por mí todo el tiempo. Ninguno de los dos había previsto que me quedara tanto tiempo, y tampoco contábamos con que destrozaran tu apartamento por mi culpa, claro -empezó a recoger sus papeles frenéticamente mientras continuaba-. Voy a volver a Nueva York hasta mi cumpleaños. Mi tío no me seguirá hasta allí. Ahora que el departamento de bomberos ha declarado oficialmente que el incendio fue provocado y no un accidente, debe de saber que la policía lo está vigilando. Sería un estúpido si fuera a por mí.
Ty no pensaba dejarla ir a ninguna parte, pero primero tenía que calmarla.
– Para un momento y escúchame -se sentó a su lado y puso una mano sobre la suya para que se quedara quieta. Ella levantó lentamente los ojos-. Primero, la policía tiene nuestras declaraciones, pero no tiene pruebas de que tu tío esté implicado en el caso. Nosotros lo estamos vigilando por nuestra cuenta, pero la policía se quedará al margen a no ser que vuelva a ocurrir algo. No es como si tuviéramos protección policial veinticuatro horas al día. ¿Entiendes lo que digo?
Ella asintió con la cabeza.
– Que no crees que esté segura si vuelvo a casa sola.
– Exacto. Segundo, estamos juntos en esto. Siempre ha sido así. ¿Te he dado alguna razón para pensar que ahora tengas que apañártelas sola?
– No, pero…
Ty la acalló inclinándose hacia ella y posando los labios sobre los suyos. Se demoró allí y paladeó el sabor a menta de su pasta de dientes y el sabor de ella. Su cuerpo reaccionó de inmediato a su cercanía y el deseo creció por momentos.
– Nada de peros -dijo al retirarse-. Ahora cuéntame qué estabas haciendo cuando te he interrumpido -añadió, intentando cambiar de tema.
– Eran cosas del trabajo. Todo va bien, pero iba a hacer algunos cambios de horario para la semana que viene para asegurarme de que está todo cubierto con las chicas que tengo a mano -amontonó los papeles y los puso sobre la mesilla de noche-. Tengo noticias -dijo, y la luz pareció volver a sus ojos.
– ¿Cuáles? -preguntó Ty. Se alegraba de hablar de cualquier cosa que no incluyera su regreso a Nueva York.
– Esta mañana llamé a Molly. Tuvimos una larga charla y me reveló un par de cosas interesantes. Primero, Hunter y tú teníais razón. Anna Marie podría haber pasado información a su hermano Paul. Pero lo más probable es que no lo hiciera a propósito para perjudicarnos. Es posible que su hermano utilizara su afición por el cotilleo para sus propios fines. Que no sabemos cuáles son -golpeó el colchón con el puño, irritada.
Ty se quedó pensando un momento.
– Podría ser para hacerle un favor a Dumont. No hay otro motivo para que Paul Dunne quiera quitar de en medio a Hunter.
– Así que todos los caminos conducen al tío Marc -la tristeza de Lilly llenó la habitación.
– ¿Tenías esperanzas de que hubiera cambiado? -preguntó Ty.
Lacey se encogió de hombros. Se sentía como una niña vergonzosa a la que hubieran sorprendido deseando un unicornio el día de su cumpleaños.
– Sé que es imposible, pero me duele mucho pensar que un familiar mío quiera verme muerta.
– Lo sé -Ty alargó los brazos y Lacey se recostó en él. Necesitaba su comprensión.
Pero, de pronto, no bastaba con la comprensión. Ni con estar cerca. Lacey se volvió hacia Ty.
– Ponte en el centro de la cama.
Él parpadeó.
– De acuerdo -se sentó en medio de la cama y se recostó contra el cabecero, apartando un poco al perro.
Digger se levantó, se desperezó, se bajó de un salto de la cama y volvió a acurrucarse en el suelo.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Ty. La miraba fijamente a los ojos. De pronto el aire crepitaba, lleno de electricidad, a su alrededor.
Ella sonrió sin poder remediarlo.
– Quítate la ropa.
Ty se rió.
– Parece que siempre llevamos demasiada ropa encima.
– No creía que el que te pidiera que te desnudaras fuera tan duro para ti -Lacey se sentó sobre él y empezó a desabrocharle la camisa que Ty se había puesto para la reunión con su nueva clienta.
– No lo es -mientras ella le desabrochaba los botones uno a uno, él desató el cinturón de su albornoz.
Lacey le abrió la camisa. El apartó el cuello de la bata. Ella desnudó su atractivo pecho. Él le bajó la bata por los brazos y ella se la quitó, quedando completamente desnuda ante la mirada ardiente de Ty.
Él inhaló bruscamente y de inmediato se desabrochó los pantalones. Lacey agarró la cinturilla y se los bajó, junto con los calzoncillos.
– Ahora estamos igualados -dijo.
– No, nada de eso -Ty miró su erección y Lacey siguió su mirada y su deseo creció al ver la evidencia del de él.
Se sentía a gusto con Ty y, por ello, se sentía también osada.
– Bueno, ¿qué vas a hacer al respecto? -le preguntó, aunque sus palabras, más que una pregunta, sonaron a invitación.
– Túmbate y te lo demostraré.
El pulso de Lacey se aceleró y una humedad densa y pesada creció entre sus muslos. Se deslizó hacia el centro de la cama y se tumbó de espaldas.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
– Date la vuelta -dijo con aspereza.
Cada vez más excitada, ella obedeció y se tumbó boca abajo sobre la cama. Confiaba en él plenamente.
Ty se sentó a horcajadas sobre ella y se inclinó hacia delante; luego le apartó el pelo del cuello y comenzó a besar su piel erizada.
– Mmm -a Lacey le encantaba sentir sus labios en la piel.
Él siguió deslizando su boca húmeda sobre su espalda mientras le masajeaba los hombros. Ella cerró los ojos y permitió que dominara por completo su cuerpo. Ty no la decepcionó. Su lengua se deslizó sobre la piel de ella y un aire fresco la hizo estremecerse con creciente excitación.
Cuando Ty se tumbó sobre ella, su miembro presionó deliciosamente las nalgas de Lilly y su cuerpo la apretó contra la cama. Ello hizo que su pelvis rozara sensualmente el colchón y que un súbito arrebato de placer la atravesara por completo. Sentía un deseo palpitante, un ansia que pedía mucho más.
Él pareció notar cómo se arqueaba su espalda y percibir su deseo, porque de pronto se deslizó hacia abajo e introdujo la mano bajo ella, hasta que uno de sus dedos encontró la abertura resbaladiza del sexo de Lacey. Ella movió las caderas en círculos sobre el colchón y atrapó su dedo en cuanto él lo deslizó en su interior.