Выбрать главу

Su solución había sido ir a ver a Lilly y contarle la verdad. Por desgracia, a Dunne le asustaba que pudiera revelar sus delitos. El temor a perder su posición como abogado de renombre se había apoderado de él. Mientras Marc se preocupaba de entretener al detective privado que lo vigilaba por orden de Tyler Benson, Dunne lo había seguido hasta casa de Lilly. Marc estaba tan ensimismado que no lo vio hasta que sintió en la espalda la quemazón abrasadora del disparo.

Aunque había dado un vuelco completo a su vida y estaba ayudando a la policía a capturar al culpable, la mujer con la que supuestamente iba a casarse no parecía muy impresionada. El ceño de Francie, su actitud fría, helaban la habitación. Marc lo sentía sin necesidad de mirarla. Su confrontación llegaría a continuación, estaba seguro de ello. Después de lo cual ella se iría hecha una furia, vestida con sus zapatos de Jimmy Choo, que seguramente había cargado a la tarjeta de crédito de Marc. La próxima vez, tendría que buscarse una mujer pobre, con pocas necesidades, salvo el amor, pensó con sorna.

Luego estaba Molly. Ella se hallaba de pie tras la silla de su madre. Era una buena chica y se había tomado muy mal todo aquello, porque en él había visto su ocasión de tener una familia. La pobre muchacha había cometido el error de depositar en él sus esperanzas. Él había decepcionado a todos cuantos habían formado parte de su vida. Aquella abogada de ojos vivos no sería una excepción. Pero él se habría sentido orgulloso de poder llamarla su hija, y necesitaba decírselo. Aunque no sirviera de nada.

Qué tremendo lío.

La policía se marchó por fin, al igual que Ty, Hunter y Lilly, todos ellos sin decir palabra. Sabían que no debían quedarse a contemplar el espectáculo. Pero Lilly y él tenían un asunto pendiente que discutir, siempre y cuando Marc siguiera consciente cuando Francie acabara con él. No se preguntaba de dónde surgía su sentido del humor. Era lo único que le quedaba, lo único que poseía, lo único de lo que podía sentirse orgulloso.

Francie se acercó a su cama, un lugar que no había visitado desde su ingresó en el hospital.

– Esto no va a funcionar -dijo.

Él recostó la cabeza contra la almohada, agotado.

– Vaya, ¿no vas a preguntarme siquiera cómo estoy? ¿Ni a disculparte por no haberme visitado?

– Oh, por favor, no te hagas el dolido -replicó Francie.

Él levantó una ceja, la única parte de su cuerpo que funcionaba bien.

– A ti lo único que te duele es la cartera, Francie. Lo triste del caso es que yo te quería de verdad. Lo cual demuestra la poca estima que me tengo y lo que me merezco en esta vida.

Ella apoyó las manos sobre la cama. Su postura permitía a Marc ver claramente su chaqueta blanca y ceñida y su amplio canalillo. Que él, pensó con orgullo, no había pagado.

– ¿Esa es tu patética forma de decir que lo sientes? -preguntó Francie.

– Es mi forma de decirte que buscamos cosas distintas en una relación.

Molly tosió y se alejó.

Francie se irguió y cuadró los hombros.

– Nunca te he ocultado que me gusta el dinero, y ahora que no lo tienes…

– Por favor, no te preocupes -le dijo él. Curiosamente, lo decía en serio. Se había estado preparando para ese día desde que sabía que Lilly seguía con vida-. Te deseo lo mejor.

Ella inclinó la cabeza.

– Lo mismo digo. Esta noche a las ocho tomo un vuelo con destino a Londres.

Molly inhaló bruscamente. Por primera vez, Marc sintió una auténtica punzada de dolor. No por él mismo, sino por ella.

– Supongo que lo habrás cargado en mi cuenta -preguntó con sorna. Francie tuvo la decencia de sonrojarse. Él sacudió la cabeza-. Búscate un rico, Francie. Lo necesitas.

Ella lo besó en la mejilla y se dispuso a salir de la habitación. Marc no apartó la mirada de la cara pálida de Molly.

Francie se detuvo en la puerta.

– ¿Molly?

Marc contuvo el aliento.

– ¿Sí? -ella se aferraba con fuerza al respaldo de la silla. Tenía los nudillos blancos.

Marc vio en sus ojos una esperanza pura y comprendió que la decepción que iba a sufrir le haría más daño que cualquiera de las cosas que había vivido ese día.

– Dejé una caja con cosas mías en casa de Marc. Cuando esté instalada, te llamaré para darte mi dirección. Por favor, envíamelas, ¿quieres, querida?

– Yo me encargaré de ello -dijo Marc antes de que Molly se viera obligada a contestar y probablemente rompiera a llorar.

Francie lanzó un beso que podía haber ido dirigido a él o a su hija, y salió sin mirar atrás. No le importaba a cuál de los dos hubiera herido. Lo que hizo que Marc se preguntara por qué la había querido, aunque ya lo sabía. Se había dejado deslumbrar por su buena suerte: había tenido tan poca en la vida…

Alargó los brazos y Molly se acercó a él y lo abrazó con cuidado de no hacerle daño. Tras aquel breve abrazo, retrocedió.

– Ojalá fueras mi hija -dijo Marc, consciente de que alguien tenía que amar a aquella joven.

Ella esbozó una sonrisa triste que le rompió el corazón.

– Si te sirve de algo, yo te creía. Ya sabes, pensaba que no estabas detrás de los intentos de asesinar a Lilly. No me has defraudado -Molly retrocedió hasta los pies de la cama.

– Eso significa mucho para mí -Marc sintió que le pesaban los párpados. El cansancio empezaba a vencerlo-. ¿Qué te parece si, cuando salga de aquí, pedimos una pizza y quedamos sólo para hablar?

Molly se apoyó contra el extremo del bastidor de la cama.

– Me encantaría, pero no voy a quedarme por aquí. Te aprecio mucho, pero, ahora que sé que vas a ponerte bien, tengo que irme.

– ¿Adonde? -preguntó él, comprensivo, aunque le doliera.

Ella se encogió de hombros.

– A cualquier parte, lejos de aquí.

– No tienes licencia para ejercer la abogacía en cualquier parte -le recordó Marc.

– Lo sé. Aún no he decidido qué voy a hacer. Pero no puedo quedarme aquí, rodeada de recuerdos y desilusiones.

– ¿Qué hay de Hunter? -preguntó él. Había percibido la química que había entre ellos. Sabía que Hunter la quería. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba. Y, aunque le costara admitirlo, sabía también que Hunter cuidaría de ella como Molly se merecía.

– Hunter merece una mujer que tenga las cosas claras. Y yo estoy hecha un lío -dijo Molly bruscamente.

Marc asintió con la cabeza. No podía reprocharle que se sintiera así.

– Date tiempo. Uno nunca sabe lo que le depara el futuro. ¿Te mantendrás en contacto? -preguntó, esperanzado.

Ella asintió con la cabeza.

– Me pasaré por aquí antes de irme.

Pero, en opinión de Marc, Molly ya se había ido. Había perdido a la única persona que creía en él. Pero no importaba. Tenía que aprender a depender de sí mismo. Uno de los médicos que había ido a visitarlo había sugerido que iniciara una terapia privada, además de acudir a Alcohólicos Anónimos. Lo haría, si podía permitírselo. Una vez Lilly heredara y lo echara de la casa, tendría que pagar un alquiler, un seguro de hogar y todas esas cosas que hasta entonces había cubierto el fondo fiduciario de su sobrina.

Tendría que vivir como un hombre adulto. Menuda idea. Y él que creía tener las manos llenas luchando contra su adicción a la bebida. Aun así, se daba cuenta de que, con sus confesiones a la policía y a las personas a las que había hecho daño a lo largo de su vida, no sentía lástima de sí mismo. Por el contrario, miraba hacia delante. Y eso, pensó, era un progreso.

Aunque Hunter había escuchado la declaración de Dumont esa mañana, le había afectado más la expresión perpleja de Molly que las confesiones del tío de Lilly. A su modo de ver, Marc Dumont era ya parte de su pasado. Pero Molly era su futuro, o eso esperaba, y, pese a que ella se había replegado sobre sí misma, no quería que le fuera fácil relegarlo a un tiempo pretérito.