Lo miró y comprendió en un instante que Ty seguía teniendo la capacidad de turbarla profundamente. Sus emociones se dispararon y pasaron de la euforia por volver a verlo a un cálido cosquilleo en el corazón, y finalmente a un temblor en el vientre que no experimentaba desde hacía años.
Digger, que disfrutaba de las atenciones de aquel desconocido, levantó las patas delanteras y las apoyó sobre las piernas de Ty para pedirle más.
– Ya está bien, sinvergüenza. Deja en paz a Ty -dijo Lacey mientras apartaba a la perra.
– ¿Es una perra? -preguntó Ty, sorprendido.
Lacey asintió con la cabeza.
– Ninguna mujer querría tener su cuerpo, pero es un encanto.
– Tampoco ninguna querría tener su nombre -dijo Ty, riendo.
Su voz se había hecho más grave, pensó ella, y aquel sonido áspero aceleró la sangre en sus venas.
– Me la encontré escarbando en la basura. La pobre estaba muerta de hambre. La traje a casa, le di de comer e intenté encontrar a sus dueños. Pero no hubo suerte -se encogió de hombros y acarició a Digger bajo la barbilla-. Desde entonces es la reina de la casa -Digger era suya, a pesar de su mal aliento. Soltó el collar de la perra-. ¡Anda, ve! -dijo, y la perra corrió finalmente al interior del apartamento.
Lacey se retiró para que Ty pudiera entrar y, al pasar a su lado, él la obsequió con una ráfaga de colonia cálida y sensual. El cuerpo de Lacey se tensó al sentir aquel olor desconocido y, sin embargo, deseado.
Una vez dentro, Lacey dejó que la puerta se cerrara y Ty se volvió para mirarla. La observó sin pudor, tragándosela por entero con la mirada, con curiosidad evidente. Ella se ciñó el cuello del albornoz, pero nada cambiaba el hecho de que, debajo de la bata, estaba desnuda.
Incapaz de resistirse, ella también lo miró de arriba abajo. La última vez que lo había visto, Ty era un chico muy sexy. En los diez años anteriores había madurado. Tenía los hombros más anchos, la cara más fina y una expresión sombría en los ojos castaños que parecía más profunda de lo que ella recordaba. Era muy viril y muy guapo, pensó Lacey.
Y, cuando él volvió a fijar la mirada en su cara, ella no pudo confundir el significado de la leve sonrisa que curvó sus labios.
– Tienes buen aspecto -dijo él al fin.
Lacey se sonrojó.
– Tú también estás muy bien -se mordió el interior de la mejilla y se preguntó qué hacía Ty allí.
¿Qué le tenía reservado el destino y, más que el destino, Ty?
Lacey se excusó antes de desaparecer por una puerta que llevaba a lo que Ty supuso era su habitación. Le había dicho que se pusiera cómodo, cosa que le costaría menos si ella se quitaba la bata. Aunque la tela algodonosa la cubría perfectamente, el profundo escote le hacía preguntarse exactamente qué había bajo ella, y el bajo, muy corto, dejaba al descubierto sus piernas largas y bien tonificadas.
Aquello evidenciaba con toda claridad en qué había estado pensando desde el instante en que ella había abierto la puerta para mostrarle una versión adulta de la Lilly a la que había conocido. Era la misma y era sin embargo distinta, más bella, más segura de sí misma, más difícil de dominar, pensó Ty.
Había estado loco por ella cuando era joven, intrigado por la muchacha de los grandes ojos castaños y el carácter osado. Sólo tras su marcha se dio cuenta de que la había amado. Aquél había sido un primer amor, un amor de adolescente, pero, se llamara como se llamara, perderla había sido doloroso. Se les había negado la oportunidad de descubrir cómo podría haber sido aquello, y desde entonces nadie ni nada lo había hecho sentirse ni de lejos tan vivo como Lilly. Y así seguía siendo, si la chispa que notaba dentro de sí quería decir algo.
Pero el pasado había quedado atrás y abrirle su corazón o su mente sólo podía causarles dolor. Ella tenía allí una vida de la que él no formaba parte. Podía haber vuelto y había optado por no hacerlo. Ambos habían seguido adelante.
Ty no quería que le rompiera el corazón otra vez, después de haberse forjado un estilo de vida tan cómodo. Se conformaba con practicar el sexo sin amor con mujeres que buscaban relaciones sin complicaciones y que no se quejaban cuando él se aburría, cosa que solía pasarle. Últimamente había estado viéndose con Gloria Rubin, una camarera de un bar que frecuentaba cuando no iba al Night Owl. Gloria era divorciada y le gustaba que las cosas fueran así, pero no quería llevar a ningún hombre a casa mientras su hijo estuviera bajo su techo. El tenía un apartamento vacío, lo cual significaba que su relación les convenía a ambos, aunque no fuera especial. Pero funcionaba.
Ty se metió las manos en los bolsillos y paseó la mirada por el cuarto de estar de Lilly, en un intento por descubrir cómo vivía y en quién se había convertido. Había subido tres tramos de oscuras escaleras para llegar a su puerta, pero al menos el barrio parecía bastante seguro y aquel chucho tan feo le servía de protección. El apartamento no era pequeño, era minúsculo. Pero, a pesar de su tamaño, ella le había añadido suficientes toques de calidez como para que pareciera un hogar, no una celda diminuta. Las paredes estaban cubiertas de sencillos carteles enmarcados, con ilustraciones de flores, y la habitación estaba llena de plantas. Unos cojines de colores animaban el sofá y una alfombra a juego se desplegaba bajo la mesa.
Se notaba la falta de fotografías de amigos y familiares y, no por primera vez, Ty se dio cuenta de que Lilly no sólo los había dejado a ellos, a Hunter y a él, atrás. Había abandonado una vida y unos recuerdos tangibles. Había renunciado al dinero y a las cosas materiales. No podía haber vivido bien, ni las cosas podían haberle sido fáciles. Razón de más para que regresara e impidiera que su tío se apoderara de lo que le pertenecía por derecho.
– Perdona que te haya hecho esperar -su voz lo distrajo, y se volvió hacía aquel sonido ligero.
Ella volvió a reunirse con él, vestida con unos vaqueros y una camiseta sencilla de color rosa. Ambas cosas se le ceñían al cuerpo y mostraban unas curvas que Ty no pudo por menos de admirar. El pelo castaño le caía sobre los hombros en ondas húmedas y enmarcaba su tez de porcelana, y sus ojos marrón chocolate seguían siendo tan profundos y sensibles como él recordaba.
– No importa -le aseguró Ty-. No sabías que iba a venir. Ella extendió la mano hacia el sofá. -¿Por qué no nos sentamos y me cuentas qué pasa? Porque sé que no pasabas por el barrio por casualidad.
Ty se sentó a su lado y se inclinó hacia delante, apoyado en los codos. A pesar de que, durante las tres horas de camino hasta allí, había tenido tiempo para ensayar su discurso, las palabras no le salían con facilidad.
– Ojalá hubiera pasado por aquí por casualidad, porque odio lo que tengo que decirte.
– ¿Qué es? -preguntó ella sin perder la calma.
– Tu tío va a casarse -dijo Ty.
Ella se estremeció al oírlo y la repulsión que sentía al oír hablar de aquel hombre se hizo evidente en su rostro expresivo.
Sin poder evitarlo, Ty alargó el brazo y le puso la mano sobre la rodilla. Quería reconfortarla, pero aquel primer contacto fue eléctrico y la pierna de ella se estremeció bajo su mano. Ty comprendió que su roce la perturbaba.
En cuanto a él, su cuerpo se estremeció y el deseo se aposentó en su vientre. «Maldita sea», pensó. Los sentimientos de antaño eran tan vividos como siempre, más fuertes aún porque él era más mayor y más sabio y comprendía que sus reacciones físicas eran sólo la punta del iceberg. Bajo la superficie, sus sentimientos por ella seguían siendo muy hondos, y tuvo que recordarse que Lilly sólo estaba de paso en su vida. Había pasado por ella una vez antes, al igual que otras personas a las que Ty había querido y había perdido.