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Después de la marcha de su padre, Ty se había replegado sobre sí mismo hasta la llegada de Hunter y Lilly. Se había abierto para ellos y, al final, Lilly lo había abandonado. Aunque no le había quedado más remedio que irse, había tenido la posibilidad de regresar tras cumplir veintiún años y alcanzar la mayoría de edad. Incluso si ahora volvía con él a Hawken's Cove, sólo sería para reclamar su herencia, no su antigua vida.

Consciente de ello, Ty no estaba dispuesto a exponerse ante ella de tal modo que acabara de nuevo sufriendo y con el corazón roto. Apartó lentamente la mano.

– ¿Qué tiene que ver conmigo el que mi tío vaya a casarse? -preguntó por fin Lilly, que lo miraba con los ojos entornados.

– Su boda es lo de menos, en realidad. También ha decidido hacerte declarar legalmente muerta para apropiarse de tu herencia.

Ella abrió los ojos de par en par y sus mejillas se decoloraron, dejándola pálida. Dejó escapar un gruñido, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.

– Ese hombre es un cerdo -dijo.

– Sí, eso lo define bastante bien -Ty se echó a reír.

Al ver cómo reaccionaba ella a la noticia, no supo cómo iba a acabar de explicarle la otra razón por la que había ido. Pero luego se recordó que, aunque parecía frágil y necesitada de protección, Lilly poseía una gran fortaleza de la que había sacado provecho todos esos años.

Ty se aclaró la garganta y se lanzó.

– Ya sabes que eso significa que vas a tener que volver a casa.

Ella abrió los ojos de golpe, horrorizada.

– No. Imposible.

Él esperaba que al principio se resistiera, al menos hasta que tuviera tiempo de reflexionar.

– Entonces, ¿vas a cederle tu herencia sin luchar?

Ella se encogió de hombros.

– Me ha ido bien sin ella.

Ty se levantó de su asiento y comenzó a pasearse por el pequeño pero alegre apartamento.

– No voy a discutírtelo, pero el dinero no es suyo. Tus padres te lo dejaron a ti y sigues estando vivita y coleando. Una cosa es no tocar el dinero y otra muy distinta dejar que ese canalla se apodere de él.

Ella respiró hondo. Su indecisión y su dolor resultaban evidentes.

– ¿Qué tal está tu madre?

El la miró con recelo.

– Al final tendremos que volver a hablar del tema.

– Lo sé, pero dame tiempo para que me lo piense. ¿Cómo está tu madre?

Él aceptó que necesitara tiempo y asintió con la cabeza.

– Está bien. Tiene una enfermedad cardiaca, pero con la medicación y la dieta sigue siendo la de siempre -intentó que su tono no cambiara al hablar de su madre, pero lo primero que le vino a la cabeza fue el trato que Flo Benson había hecho con Marc Dumont a cambio de dinero.

De joven, Ty no había visto la verdad ni siquiera cuando su madre empezó a comprar cosas bonitas. Había permanecido en la ignorancia cuando ella le sorprendió con un coche en su veintiún cumpleaños y le dijo que lo había comprado con sus ahorros. Para ir a la universidad, había tenido que pedir muchos menos préstamos estudiantiles de los que creía, y de nuevo su madre le había dicho que había estado ahorrando. Ahora, Ty se daba cuenta de que no había querido ver ninguna falta en ella y que, por tanto, había ignorado los indicios de que algo iba mal.

– ¿Cómo se tomó Flo mi… desaparición? -preguntó Lilly-. Para mí fue muy duro pensar en cuánto debió sufrir creyendo que me había matado estando bajo su cuidado -los ojos de Lilly se suavizaron y humedecieron al recordar aquello.

Ty la entendía muy bien. Él había sentido lo mismo.

– Se sentía culpable -reconoció-. Se culpaba a sí misma. Lamentaba no haberte cuidado mejor.

– Lo siento mucho. Yo la quería, ¿sabes?-una sonrisa curvó sus labios-. ¿Y Hunter? ¿Cómo está?

Un tema mucho más fácil, pensó Ty.

– Está bien. Se ha convertido en todo un señor. Es abogado y lleva traje, aunque te cueste creerlo.

– Así que ahora puede discutir y defenderse legalmente. Me alegro por él -Lilly sonrió, complacida y orgullosa-. ¿Y tú? ¿Fuiste a la universidad, como decíamos? -preguntó, esperanzada.

Ty y Hunter habían compartido una habitación, mientras que ella ocupaba una cama en un cuartito que había junto a la cocina y que Flo había convertido para ella en un rincón agradable. Ty recordó que, una noche que se coló en su cama, estuvieron hablando hasta que amaneció acerca del deseo de su madre de que fuera a la universidad y de sus planes para cumplir ese sueño. En aquellos tiempos, estaba tan empeñado en hacer que su madre se sintiera orgullosa de él y en devolverle todo lo que había hecho por él, que no dejaba que sus propios sueños vieran la luz del día.

Sus planes seguían estando tan entrelazados con los de su madre, que todavía no estaba seguro de cuáles eran esos sueños. Las esperanzas de Lilly se basaban en la fantasía que habían tejido siendo adolescentes. Pero la vida de Ty se cimentaba ahora en una realidad distinta.

– Fui a la universidad -dijo-. Y luego lo dejé.

La hermosa boca de Lilly se abrió de par en par.

– Ahora soy camarero.

Ella frunció el ceño. Su curiosidad y su descreimiento eran evidentes.

– ¿Y qué más eres? -preguntó.

– El de camarero es un buen trabajo, un trabajo sólido. ¿Por qué crees que me dedico a otra cosa?

Lilly se inclinó hacia él.

– Porque siempre fuiste culo de mal asiento y atender un bar sería demasiado aburrido para ti -contestó, convencida de que aún lo conocía bien.

Y era cierto.

– También soy investigador privado. Bueno, ¿vas a venir a casa o no?

Ella exhaló y ante los ojos de Ty pasó de ser una mujer segura de sí misma a ser una mujer exhausta.

– Necesito tiempo para pensarlo. Y, antes de que sigas presionándome, deberías saber que ahora mismo no puedo darte otra respuesta.

– Lo entiendo -dijo él en tono cargado de comprensión. Se imaginaba que Lilly necesitaba tiempo y, dado que Hawken's Cove estaba a tres horas de distancia, sabía que su indecisión podía suponerle una o dos noches en Nueva York.

Se levantó y se dirigió a la puerta.

– ¿Ty? -dijo ella, precipitándose tras él con la perra detrás.

– ¿Sí? -él se detuvo y se volvió bruscamente. Lilly se detuvo y chocó con él, apoyando las manos sobre sus hombros.

Todas las dudas con las que Ty había convivido durante diez años se resolvieron de pronto. Su olor no era tan dulce como él recordaba, era más sensual y más cálido, más seductor e irresistible. Su tez refulgía y sus mejillas se sonrojaron cuando sus miradas se encontraron.

Ella se mojó los labios, dejándolos cubiertos de una humedad tentadora.

La comprensión y el deseo se mezclaban en una amalgama confusa y, sin embargo, excitante.

– ¿Adonde vas? -preguntó ella.

Ty había preguntado en un hostal, pero debido a ciertas convenciones y Dios sabía qué más, todas las plazas estaban reservadas. Había hecho la maleta de todos modos y decidido que, caro o no, tendría que pagar una habitación de hotel porque preguntarle a Lacey si podía dormir en su sofá le parecía una insensatez.

– A mi coche. Tengo que encontrar un hotel.

– Podrías… esto… quedarte aquí -sugirió ella mientras señalaba con un amplio gesto el sofá.

Ty sabía que no debía aceptar. Pero no podía negar el deseo de pasar el poco tiempo del que dispusieran volviendo a conocerse.

– Te lo agradecería -miró el sofá con la esperanza de que fuera cómodo. Porque, tras tomar aquella decisión, él desde luego no lo estaba.