– Vino a la tienda ayer con Patti, empezamos a hablar acerca de mis planes y de repente me hizo la oferta. Así de sencillo. Entonces, anoche se pasó por mi casa y habló con mi padre acerca de ello. Ya sabes que papá y Joe se conocen de cuando Joe estuvo aquí durante la guerra.
– Oh, Alex. Yo tampoco puedo creerlo -Shea le abrazó-. ¿A qué universidad piensas ir? Supongo que Queensland es la más cercana.
– Bueno, ese es el asunto, Shea. Joe se vuelve a Estados Unidos y quiere que me vaya con él a la misma universidad a la que asistió él.
– ¿Quieres decir que quiere que vivas en Estados Unidos? -preguntó con incredulidad Shea antes de que Alex asintiera-. Pero eso es un trastorno enorme. ¿Qué piensa tu padre?
– A papá no le importa. No es como si Joe fuera un desconocido. Papá se ha mantenido en contacto con él desde la guerra y Joe quiere que mi padre vaya a visitarnos de vez en cuando. Ya sabes que Joe y Patti sólo vienen aquí los veranos.
Ella sintió que se le secaba a boca. Y todo el verano, Patti Rosten había estado persiguiendo a Alex. No era que él lo hubiera notado, pero… -Shea sintió el primer temblor de intranquilidad-. Pero el señor Rosten ha comprado la casa grande blanca.
– Sólo como inversión. Joe y Patti se van la próxima semana y quieren que me vaya con ellos.
¿Quería decir Alex que iba a irse sin ella?
– ¿Y por qué tan pronto? -consiguió decir.
¿Quizá ella lo seguiría más adelante?
– Parece lo más sensato. Así tendré tiempo de instalarme. Joe va a alquilarme un pequeño apartamento adosado a su casa y así podré estudiar algo antes de que empiece el curso.
– ¿Y qué pasará conmigo?
– Ya sabes lo que siento por ti, Shea -dijo con cuidado Alex-. Pero he estado pensando en nosotros y, bueno, me siento muy culpable porque tú eres muy joven y yo no debería haberme aprovechado de eso.
– ¿Aprovecharte? ¿Quieres decir que no deberíamos haber hecho el amor?
– No, no deberíamos. Tú eres tan joven y…
– Alex, por Dios bendito. Ya no soy una niña y he pasado la edad de consentimiento sexual.
Alex alzó las manos pero las dejó caer.
– Quería decir que eres inexperimentada y…
– Sé lo suficiente como para saber que te amo Alex. Siempre te he amado.
– Y yo también te amo. Pero el momento no es el adecuado, Shea. Necesitas… bueno, vivir un poco más la vida.
– ¿Probar con otro hombre? -gritó enfadada Shea.
– ¡Dios santo, no! No quería decir eso. Sólo… -Alex sacudió la cabeza-. Quería decir que sólo tienes diecisiete años, eres demasiado joven como para establecerte.
– ¿Por qué no puedo ir contigo? Yo también podría conseguir un trabajo.
– Creo que debo hacer esto por mi cuenta una temporada. Pienso que necesitaré toda la concentración y esfuerzo posibles, sin distracciones.
– ¿Y yo sería una distracción? ¿Es así como me ves?
– Ya sabes que no es eso lo que quiero decir. De momento, no tengo nada que ofrecerte, Shea, excepto pobreza. Ni siquiera es mío ese viejo coche destartalado. Quiero más para ti.
– Yo sólo te quiero a ti, Alex.
– Mira, Shea. Sólo serán unos pocos años. Conseguiré mi título y…
– ¿Unos pocos años? Si ni siquiera puedo pasarme un día sin ti, cuanto menos unos años. Te necesito ahora.
– Shea, me halaga que creas sentir eso por mí y, si sigues sintiéndolo dentro de un par de años, entonces podremos hacer planes.
– ¿Hacer planes? Yo pensé que ya teníamos planes hechos, Alex.
– Sólo los estamos posponiendo un tiempo. Shea, por favor. No me pongas esto más difícil.
– ¿Ponértelo más difícil? -Shea alzó la voz-. ¡Dios mío, Alex! Eres un arrogante y despreciable bastardo y te odio. ¡Te odio!
El se movió hacia ella, pero ella dio un paso atrás.
– ¡No! ¡No me toques! Te odio de verdad, Alex, y no quiero volver a verte nunca.
Él intentó alcanzarla de nuevo, pero ella le dio un empujón y, tropezando con torpeza en una hondonada, Alex cayó de espaldas contra la suave arena.
Shea se dio la vuelta. Salió corriendo por la playa y trepó la duna cubierta de hierba. Estaba al borde de la carretera cuando Alex llegó a la base. Por suerte, pasó un taxi en ese momento y Shea lo paró agitando los brazos con frenesí, de forma que cuando Alex cruzó la carretera, ella ya estaba sentada en la parte trasera. Le observó quedarse de pie con impotencia bajo la luz de la luna mientras el taxi arrancaba.
Durante cinco días, se negó a verlo y no contestó a sus llamadas. Al final, cuando Alex estaba a punto de partir al día siguiente, fue Jamie el que la convenció para que hablara con él.
– ¿Sigues pensando que deberíamos esperar unos años, Alex? -le preguntó sin rodeos.
– Shea, no quiero que nos separemos así… -empezó Alex.
– ¿Sigues queriendo ir a Estados Unidos tú solo? -repitió Shea.
– Sí, Shea, eso quiero. Tú eres joven y…
– Entonces no hay nada más que decir, ¿verdad? -le atajó ella-. Adiós, Alex. Que lo pases muy bien.
Shea suspiró y se recostó contra las almohadas. En retrospectiva, desde la seguridad de once años después, podía reconocer que parte de su dolor se lo había infligido ella misma.
Con la arrogancia, egoísmo e ingenuidad de la juventud, ella simplemente lo había adorado y le había erigido en una especie de dios. Entonces, cuando había descubierto que el dios tenía los pies de barro, que había caído del pedestal en que ella le había colocado con su ceguera, ella casi se había derrumbado junto a él.
Shea arrellanó los almohadones inquieta y cerró los ojos, deseando que llegara el olvido del sueño. Alex sólo estaba de vuelta en su vida desde hacía unas pocas horas y ella ya le estaba disculpando.
La cara de Alex seguía deslizándose con facilidad en su mente.
Una parte de ella reconocía que sería fácil caer bajo su hechizo de nuevo. Había pensado que lo había perdido todo la última vez, pero ahora tenía mucho más que perder.
Niall. El corazón se le contrajo de dolor. Si Alex descubriera que tenía un hijo, ¿intentaría apartar a Niall de ella? No. Alex no haría eso. ¿O sí?
¿Y cómo podía estar segura después de tanto tiempo? Once años atrás, hubiera dicho que no, pero no sabía nada de la vida de Alex Finlay como para poder asegurarlo ahora.
Incluso si él quisiera participar en la vida de Niall, ¿podría ella en justicia negárselo? Podía y lo haría. La biología no era el único factor de ser padre. En todos los demás aspectos, había sido Jamie el padre de Niall y Alex no tenía derechos…
Shea se sentó de nuevo, completamente despierta ahora. ¿No tenía derechos? ¿Le había dado ella a Alex la oportunidad de tener ningún derecho? Pero con sus actos, él mismo se los había negado.
Durante el resto de la noche, Shea se removió agitada y sintió un gran alivio cuando apagó el despertador digital y saltó de la cama revuelta. Con un temblor decidió que el estado de la ropa de cama daba la impresión de que su sueño erótico había sido real por completo.
¡Bueno, pues no lo era!, se dijo a sí misma con enfado, recogiendo la ropa para dirigirse a la ducha.
Se frotó con gran vigor con la toalla y se puso un traje de color rosa coral de falda recta y americana a juego.
El maquillaje disimularía las ojeras profundas bajo los ojos, pero tendría que suprimir aquellos continuos e innecesarios recuerdos nostálgicos de Alex.
Por supuesto, reflexionó más tarde al entrar en su oficina, no había ayudado nada el que Niall se hubiera pasado todo el desayuno soltando alabanzas de Alex con los ojos brillantes por el sueño interrumpido. Casi todas sus frases parecían empezar con Alex y Shea se sintió más que aliviada de poder dejar que su hijo terminara el desayuno con su abuela.