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Norah la miró como si estuviera a punto de decir algo, pero pareció cambiar de idea.

– De acuerdo. Es un largo paseo para ellos.

Shea se metió en el coche y salió a la carretera. No importaba lo que dijera Norah acerca de la novedad, ella iba a tener que mantener una conversación con su hijo. No quería que persiguiera a Alex todo el tiempo.

Condujo por el camino más corto que podrían haber tomado los niños, pero no encontró rastro de ellos. Con no poca reticencia, salió de la carretera y se acercó a los enormes portones de hierro forjado de la casa blanca.

Como Niall había comentado, los pintores habían hecho su trabajo y la casa era ahora de un rico color crema con molduras marrones y un estilo indiscutiblemente español. Siguió la curva del sendero de grava antes de llegar a la impresionante entrada principal. El Jaguar de Alex se veía a través de la puerta abierta del garaje.

Inspiró para calmarse, salió del coche y llamó al timbre.

Alex abrió la puerta. Se había quitado el traje oscuro que llevaba antes y ahora iba en vaqueros desteñidos y una vieja sudadera.

La sudadera era de color azul claro y tenía mangas cortas y capucha. Los nudos colgaban sobre el ancho torso de Alex. Y Shea recordaba tan bien aquella prenda que se le hizo un nudo en la garganta.

Llevaba la insignia de una tienda local de surf donde Alex había trabajado en otro tiempo. Había sido su camiseta favorita. Y la de ella. Shea solía deslizar los brazos alrededor de él, frotarse la mejilla contra la suave tela sobre su pecho. Casi podía sentir la protectora dureza de su cuerpo ahora…

– ¿Está aquí Niall?

– Claro, pasa. Acabamos de terminar una partida.

Alex dio un paso atrás y después de un largo momento, Shea entró con cautela.

El suelo seguía siendo de caro terrazo italiano como recordaba Shea a la perfección. La última vez que había visitado la casa había sido para la fiesta del dieciocho cumpleaños de Patti Rosten. En aquella época, se había jurado que no volvería a poner los pies de nuevo en aquella casa. Y una vez más, las circunstancias la habían obligado a romper sus promesas.

Ahora, la magnífica entrada estaba en obras y algunas partes de suelo estaban cubiertas de sábanas. Una zona de las altas paredes ya había sido pintada de color crema claro, un color mucho más agradable que el pesado ocre que tenían antes.

La escalera de caoba se curvaba a la izquierda, pero Alex le hizo un gesto para que pasara por delante hacia el amplio recibidor de la derecha.

– No mires todo ese caos -dijo Alex por detrás de ella-. Ya no puedo esperar a que la pintura esté acabada y la casa más clara. Los colores oscuros son muy opresivos y nunca creí que le hicieran justicia a la casa.

Shea pensaba lo mismo, pero se abstuvo de darle la razón. Aminoró el paso y bajó la voz al acercarse a la primera puerta abierta.

– Se suponía que Niall debía estar en casa a las seis y normalmente suele ser puntual. Nosotras… yo estaba empezando a preocuparme.

– Ya lo sé.

Shea lo miró con intensidad.

– Acabo de llamar a Norah para decirle que llevaría yo a los chicos a casa y me dijo que ya habías venido a recogerlos.

Alex hizo un gesto hacia la puerta abierta y Shea entró en lo que ahora era una enorme habitación caótica.

Si Shea recordaba bien, antes era un amplio y opulento comedor con espacio para docenas de personas. El estéreo y la televisión de Alex descansaban ahora en unas estanterías que ocupaban toda una pared. En una esquina había una pila de cajas cerradas, probablemente llenas de libros.

Los chicos estaban al borde de una mesa de billar y Pete estaba a punto de tirar. Las bolas chocaron y una entró en un agujero.

– Oh, no. La has metido -gimió Niall-. Me estás machacando -se dio la vuelta y al ver a su madre se le iluminó la cara-. ¡Hola, mamá! Mira qué mesa de billar. ¿No es excelente? Alex nos ha estado enseñando a Pete y a mí. ¿Quieres jugar tú?

– No, esta noche no. Es casi la hora de la cena y he venido a recogeros.

– No tenías por qué hacerlo. Alex nos iba a llevar en su Jaguar. ¡Eh! Quizá pueda hacerlo y quedarse a cenar en casa.

Los ojos verdes de Shea se desviaron para encontrarse con la mirada de inocencia de Niall.

– Estoy seguro de que a la abuela no le importará -seguía diciendo Niall-. Y siempre prepara mucha comida.

– Me encantaría tener la oportunidad de saborear de nuevo la comida de Norah -dijo Alex con naturalidad.

«Estoy segura de que sí», hubiera querido gritar Shea.

Él sabía que ella no quería verlo y estaba intentando acorralarla.

– Sin embargo, me temo que esta noche no podrá ser, Niall. Tengo una cita.

Shea parpadeó de asombro. ¿Una cita? Le faltó poco para preguntarle a dónde iba a ir.

– Ah, vaya, Alex. Hubiera sido estupendo que hubieras venido a casa.

Niall frunció el ceño con decepción.

– Habrá muchas otras noches. Quizá Alex pueda venir en otra ocasión.

Shea esperaba haber sonado más sincera de lo que sentía, aunque al ver a Alex apretar los labios supo que no le había engañado.

– Ven a echar un rápido vistazo a la casa mientras los chicos terminan la partida -sugirió.

– Sí, mamá. La casa es preciosa. Y tiene unas vistas alucinantes.

Shea vaciló.

– Vamos. No tardaremos mucho.

Alex la asió por el codo con cortesía y ella se apartó al instante de él en dirección a la puerta.

– Por el pasillo a la derecha -le indicó Alex-. No he cambiado mucho la distribución. Mi problema mayor ha sido la decoración.

Entraron en la enorme cocina, que parecía tener todos los electrodomésticos imaginables. Ella la recordaba oscura, pero Alex había cambiado las viejas encimeras marrones por unas brillantes de color crema que contrastaban con la madera de los armarios. El suelo era claro ahora y la habitación alegre y acogedora.

Subieron después la escalera curvada y Shea se movió con rapidez de una habitación a otra. Era evidente cuál de ellas era la de Alex. El traje que había llevado puesto por el día estaba colgado en una percha en la puerta del armario y en el borde de la cama gigante había un jersey arrugado.

Shea se fijó en todo sólo con asomar la cabeza desde el pasillo y estaba dispuesta a continuar cuando el cuerpo de Alex le interceptó la salida.

– Esta habitación es la que tiene mejores vistas, creo. Ven a echar un vistazo.

Shea cruzó por la espesa moqueta y salió por las puertas correderas a la terraza.

Alex tenía razón. La vista era maravillosa.

Cada músculo de su cuerpo se tensó y tuvo que inspirar en busca de aliento.

– Iba a venir a verte -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza-. Para lo del alquiler añadió con rapidez por si acaso él la interpretaba mal.

– Pensé que era Aston el que se encargaba del asunto. Sin embargo, como ya te dije antes, preferiría tratarlo directamente contigo.

Su mirada quedó clavada en la de ella.

– No veo que haya necesidad, pero… -se encogió de hombros deseando poder decirle que se olvidara del asunto y salir de allí en el acto.

Pero se enorgullecía de ser una buena empresaria y no iba a arriesgar su negocio por su estúpido orgullo. Alzó la barbilla.

– Estoy dispuesta a negociar contigo las condiciones. Estaré en la tienda mañana todo el día si quieres pasarte por allí.

– Gracias -dijo él con sequedad-. Puede que lo haga.

Shea apartó la vista y la volvió de nuevo hacia el océano. La bahía se curvaba debajo de ellos y desde aquel punto aventajado, la línea costera se extendía hacia el norte, una pintoresca mezcla de follaje verde oscuro, una banda de color crema claro de arena y el agua oscura y bañada en oro mientras el sol se ponía por las montañas del oeste.