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– ¿Recuerdas aquella playa? -preguntó Alex con voz ronca.

La intimidad de su tono hizo que Shea se volviera con brusquedad a mirarlo.

– ¿La playa? -repitió con voz débil y la boca seca de repente.

Por supuesto que la recordaba. ¿Cómo podría haberla olvidado? Pero hubiera apostado lo que fuera a que él sí la había olvidado.

– Pasábamos mucho tiempo ahí, ¿recuerdas?

Sí, tragó saliva de forma compulsiva. Lo recordaba todo. Los buenos tiempos. Y los malos.

– Eso fue hace mucho tiempo, Alex -declaró mientras daba unos pasos para alejarse de él y apoyaba las manos en la barandilla de hierro en busca de apoyo.

La vista era incluso más impresionante desde donde se encontraba ahora, pero Shea tuvo dificultad en concentrarse en ella. Era demasiado consciente del duro cuerpo de Alex tan cerca detrás de ella. Y sintió, más que escuchar, que él daba unos pasos silenciosos acortando la distancia entre ellos.

Ahora estaba justo detrás de ella y el vello de los brazos se le erizó cuando el codo de él rozó su piel.

– Siempre he asociado el sonido del mar contigo -su profunda voz la envolvió-. Con nosotros.

Capítulo 7

SHEA apretó los dedos contra la balaustrada hasta que le dolieron. El repetitivo sonido del mar, de los agudos gritos de las gaviotas se desvanecían bajo la luz del ocaso. Los sonidos quedaban ahogados por el eco grave de las palabras de Alex.

«Siempre he asociado el sonido del mar contigo».

«Y yo también», hubiera querido gritar ella.

Él no podía saber que, durante años, ella había tenido que recorrer calles y atajos para evitar aquella playa y no ver los árboles, la arena, las crestas blancas de las olas…

Pero por supuesto, no había podido tomar atajos para sus sueños. Cada vez que cerraba los ojos por las noches, los recuerdos de Alex habían vuelto siempre para torturarla.

– Recuerdo la forma en que el sol te quemaba el pelo hasta hacerlo casi blanco -la voz profunda de Alex seguía bañándola-, y cómo me perdía siempre en la profundidad de tus ojos verdes.

Alex había vuelto la cabeza y su cálido aliento le revolvió el pelo, el sensible lóbulo de la oreja, enviándole oleadas de sensaciones eróticas por todo el cuerpo.

– Y en mis sueños sentía la suavidad de tu cuerpo en mis brazos, paladeaba la sal del mar en tu piel…

– Alex, por favor…

Shea intentó apartarse de él, pero sus piernas parecían paralizadas y se negaron a obedecerla

– Yo también he invadido tus sueños, ¿verdad?

El erotismo de sus palabras roncas la alcanzó.

– ¿No es verdad, Shea?

Una oleada de puro deseo físico la sacudió y tuvo que agarrarse a la barandilla con frenesí. Hubiera querido arrojarse a sus brazos, quitarle la camiseta, deslizar los labios por la suavidad de su torso, sentir su duro cuerpo contra el de ella.

– Alex, no me hagas esto -le suplicó, destrozada, sintiendo la humedad de las lágrimas en las mejillas al darse la vuelta para mirarlo.

Sus ojos se encontraron y se quedaron clavados en los del otro y el ambiente que los rodeaba se cargó de sensualidad concentrada. Alex se movió como en cámara lenta, se inclinó hacia adelante hasta que su familiar boca reclamó la de ella.

Y Shea no hizo ningún movimiento para evitar aquel beso. De hecho, sospechaba que se había adelantado para recibirlo. Sólo sus labios se tocaron. Se abrieron. Se tocaron de nuevo. Y el corazón de Shea retumbó salvaje y tempestuoso contra su pecho. Los once años se desvanecieron en cuestión de segundos.

Y sus labios no eran suficiente. Necesitaba mucho más. Quería tener sus brazos alrededor de ella. Soñaba con sentir la embriaguez de su dureza contra ella. Se moría porque él formara parte de ella, de la forma en que lo solía hacer.

– ¿Mm? ¿Alex? ¿Dónde estás?

La joven voz de Niall penetró en el torrente de deseo que tenía paralizada a Shea.

E incluso entonces, le costó moverse, romper el lazo de pasión intoxicante que parecía controlarlos a los dos. Con un ronco gemido, puso la mano en el pecho de Alex y casi lo empujó antes de apartarse para mirar a su hijo.

– Pensábamos que os habíais perdido -dijo Niall con naturalidad al entrar al dormitorio y verlos a través de las puertas abiertas de la terraza.

¿Los habría visto Niall? Y si los había visto, ¿qué habría pensado?

– ¿Habéis terminado la partida? -preguntó Alex con la misma naturalidad-. ¿Quién ha ganado?

Niall se encogió de hombros con resignación.

– Pete. Es normal. Creo que voy a tener que practicar un poco.

– Creo que deberíamos irnos.

Shea entró en la habitación y se sobresaltó cuando Alex encendió la luz. El brillo la hizo aún más consciente del ardor que sentía y sintió que el rubor se le subía a las mejillas bajo la mirada de su hijo.

– Tu abuela se estará preguntando dónde estamos.

– La abuela sabe que estamos con Alex -dijo Niall con tranquilidad como si estar con Alex fuera algo rutinario.

– Bueno, pues la madre de Pete estará empezando a preocuparse.

– Oh, ella sabe que estoy con Niall y con Alex -dijo Pete desde el pie de la escalera-. No se preocupe, señora Finlay.

Shea se detuvo en la puerta principal, se dio la vuelta para mirar a Alex y deslizó la mirada desde su cara a la seguridad del suelo.

– Gracias por estar con los niños. Espero que no… que no te hayan entretenido mucho. Con la pintura y… bueno, todo.

– No me han causado ningún problema -Alex apoyó uno de sus fuertes brazos en el marco de la puerta y Shea metió prisa a los niños para que bajaran las escaleras.

– Volved cuando queráis -dijo de forma ambigua, con un brillo en los ojos que indicaba que la invitación no era sólo para los niños.

A Shea se le aceleró el pulso y casi salió corriendo hacia el coche. Y los latidos seguían acelerados mientras salía del sendero para entrar en la carretera.

La cena fue muy tensa para Shea. Tuvo que obligarse a tragar cada bocado de comida, pero por mucho que lo intentó, no pudo quitarse de la cabeza la sensación de los besos de Alex. Se sentía como si la impronta de sus labios brillara iridiscente ante la vista de todo el mundo.

A Shea le pareció que Niall estaba más silencioso de lo habitual. Sin embargo, se dijo a sí misma que eran imaginaciones suyas debidas a su conciencia culpable. Si Niall la había visto besarse con Alex, se lo habría dicho. Era un niño abierto y directo. O al menos siempre lo había sido.

Cuando por fin terminaron la cena, Niall se fue a hacer los deberes. Pete iba a ir, le dijo a su madre, para hacer unos problemas difíciles de matemáticas, así que Shea se sentó con Norah a ver un poco la televisión. Pero no pudo mantener la concentración. Sus pensamientos se deslizaban inevitablemente hacia Alex.

Cuando terminó el programa y Norah levantó la vista de su labor, Shea apagó agradecida el aparato.

– ¿Querías ver algo más?

Norah sacudió la cabeza.

– Oh, cariño. Me olvidé de decirte que llamó David cuando fuiste a buscar a Niall. Dijo que se pasaría por la tienda mañana. Algo acerca del alquiler.

Shea se agitó inquieta. No había aprovechado precisamente el tiempo con Alex para hablar de negocios. Era tal la atracción que Alex ejercía sobre ella, que el edificio y los negocios habían quedado relegados en cuanto la besó.

– Son discusiones de negocios -dijo despectiva-. Parece que será otro largo día de oficina -forzó un bostezo-. Creo que será mejor que me acueste pronto para estar descansada.

Norah sonrió.

– Eso te sentará muy bien. Hasta mañana.

Shea se dio una ducha rápida y se detuvo a despedir a Niall y a Pete, pasando un rato con ellos y escuchando sus quejas acerca de los deberes. No estaba cansada en absoluto, pero necesitaba estar sola. Pensar en Alex y en su desastrosa reacción ante él.